Un ojo entre lo nefando y la parresía. El registro de la violencia chilena


 

Por Manuel de J. Jiménez

*****

¿Por qué es importante ver El enemigo poderoso o la imagen nefanda (2025) de Eli Neira? Aunque sea duro, es un deber moral preservar la memoria colectiva. Más aún cuando esta memoria es dolorosa, porque nos recuerda y sitúa otra vez en lo que la conciencia colectiva –nacional o nuestra-latinoamericana– quiere desechar para continuar, en palabras de Guattari, con el curso de la máquina de captura capitalística. Por lo que sé, últimamente en Chile se busca atenuar y, en algunos casos, justificar la violencia inhumana y la represión de esa máquina estatal que se activó con sangre y cuerpos, no lejos de lo que sucedió en el 73. Poco ha cambiado la situación desde entonces y por eso la dictadura se niega a morir y la democracia no termina por nacer. Se trata, como sucedía en Sudamérica en la década del setenta, de un tipo de violencia que fue calificada con tino por Julio Strassera en su famoso alegato de clausura. En efecto, la respuesta del estado fue brutal ante los disidentes y enemigos políticos. Strassera dice: «Para calificarla, señores jueces, me bastan tres palabras: feroz, clandestina y cobarde». ¿No es acaso la violencia que registra Eli en su película, estrenada cuarenta años después de ese alegato, igualmente feroz, clandestina y cobarde? En la cinta vemos cómo se mata a mansalva a manifestantes, cómo se dispara en una ley fuga, cómo carabineros agreden a menores y atropellan intencionalmente a las personas.

 

*****

“Una imagen vale más que mil palabras” es una frase que se usa todo el tiempo porque es cierta, como lo avalan los estudios de neurociencia. No se sabe mucho del origen de la expresión, al parecer se le atribuye al editorialista Arthur Brisbane, quien aconsejó a un reportero en estos términos: «Usa una imagen. Vale más que mil palabras». Es ese ojo del obturador la «O» disyuntiva de o la imagen nefanda. Lo nefando proviene del latín nefandus, el gerundivo hacía que se entendiera como “lo que no debe ser dicho o expresado públicamente”. No es la representación o la claridad de la imagen lo que importa aquí, sino la fuente y la circunstancia. El reto era el siguiente: cómo articular el relato de la violencia estatal a través de una abuntante cantidad de videos e imágenes que fueron tomadas en teléfonos celulares y que –por lo que me contó la realizadora– fueron colocadas en la red para denunciar los abusos que en ese momento sufrían los chilenos. Se trataban, con toda justicia, de las pruebas de las violaciones a los derechos humanos que se volvieron cotidianas. Entonces Eli Neira tuvo que cortar, pegar y editar: generar continuidades narrativas de lo ocurrido en la calle. El documental debía mantenerse allí y mostrar el coraje de la verdad, es decir, hacer parresía.

 

*****

Yo estuve presente a finales de 2019 en Santiago y, aunque observé y viví imágenes que me conmovieron o me atemorizaron, la película de Neira completó el cuadro de la tecnología del terror que sentí en aquel momento crispando el ambiente. No es una película documental para apreciarla en cualquier momento, se requiere de cierta disposición para procesar esa violencia feroz, clandestina y cobarde. Por más dantesca que parezca, eso fue lo que sucedió en Chile durante los últimos meses del 2019. Verlo es nuestro deber, si queremos experimentar una justicia anamnética.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Reseña de la obra "Paco Yunque" de César Vallejo (1892- 1938)

Es que somos muy pobres como retrato de la injusticia social

Orfandad, pobreza, y justicia en Oliver Twist de Dikens