La dignidad como resistencia: Lo que nos enseña García Márquez sobre el machismo.
Por Valeria Hernández Reyes
Es un reto explicar qué es el
machismo, pero es necesario y urgente entenderlo desde distintos ángulos para
poder deconstruir un modelo de sociedad que es injusto y cruel. Los expertos en
teoría de estudios de género suelen utilizar un campo semántico común para
hablar sobre el machismo: desigualdad, exclusión, opresión, subordinación,
cosificación, invisibilización, discriminación, etc. Aunque el vocabulario lo encontramos de manera
recurrente en los textos académicos, en notas periodísticas y en análisis jurídicos,
es difícil internalizar qué es. En este
contexto, para ilustrar mejor este fenómeno, una vez más me decido a explorar
este tema, ahora desde la literatura del colombiano Gabriel García Márquez. En
La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada
(1972) encontramos diversidad de recursos para profundizar en este cáncer social
que, año tras año, cobra la vida de miles de mujeres.
El personaje principal de la
historia es Eréndira, una adolescente sometida al dominio de su abuela, quien
en el pasado se dedicaba a la prostitución. Un día, tras una jornada agotadora
de quehaceres domésticos impuestos por su abuelita, la joven, vencida por el
cansancio, se queda dormida en su recámara con un candelabro encendido, sin
considerar que por la ventana abierta, el viento tiraría el candelabro al piso.
Ese descuido provoca un incendio que termina por consumir por completo la casa
de la abuela. En consecuencia, el accidente doméstico es el pretexto ideal que
cataliza los patrones mentales de su abuela que la impulsan a repetir y
reproducir el machismo en su propia nieta. Así que, tras la pérdida material del
inmueble, condena a Eréndira a prostituirse hasta que pague el valor económico
de la casa.
La historia sirve como espejo
de tres dinámicas de la vida real que nos negamos a ver. En primer lugar, la
narración refleja que la reproducción del patriarcado también es ejercida por
mujeres que han aprendido la lógica del sistema patriarcal. Lo digo y lo sostengo,
porque reconocerlo no es ir contra las mujeres, es admitir la profundidad de un
orden social infiltrado en el inconsciente colectivo.
En segundo lugar, el relato evidencia
la pasividad del entorno. Todo el pueblo
conoce la situación de Eréndira, algunos reconocen que es injusta, pero casi
nadie interviene. La trata de personas se sostiene por el silencio y así como en el
caso de Eréndira, en la vida real, hay un grupo de personas que piensa que es
más cómodo quedarse callado: el cliente, el dueño del hotel, los testigos, el
servidor público que no hace nada por defender a las víctimas, el juez que
acepta mordidas para salvar a los proxenetas.
Por último, se destaca el papel
crucial de la dignidad. Cuando Eréndira conoce a Ulises y él la acepta tal cómo
es, reconecta con su dignidad y rompe el círculo del maltrato sexual.
Desde aquí podríamos ampliar la
reflexión. Hoy en día estamos acostumbrados a afirmar que los derechos humanos descansan
sobre el reconocimiento de la dignidad de las personas, ¿pero qué es la
dignidad? Para entenderlo, podríamos
colocarnos en el papel de la abuela de Eréndira, quien al cosificar a su nieta
y tratarla como mercancía, no está reconociendo que su nieta es una persona
humana. En pocas palabras, la injusticia se gesta desde el momento en el que en
su mente considera que su nieta es una mercancía y puede ser cosificada. La
prostitución solo es una manifestación de un sistema de creencias patriarcales
que legitima la cosificación. En ese orden de ideas, el machismo nos hace creer
que existe una jerarquía entre hombres y mujeres, donde los hombres están por
encima de las mujeres y ellos tienen autorización para cosificarnos. Lo más grave es que, cuando las
mujeres interiorizamos y aceptamos esa dinámica, terminamos anulándonos a
nosotras mismas y, al mismo tiempo, reproducimos la anulación sistemática de la
dignidad de otras mujeres.
En el caso específico de Eréndira,
durante la vida con su abuela no tiene sentido de su valor propio, acepta sin
resistencia realizar un exceso de tareas domésticas. Posteriormente, el amor de
Ulises le recuerda que no es una mercancía, sino una persona capaz de ser
amada. Eréndira se ve a ella misma más allá del rol impuesto. Cuando ella
reconoce que es capaz de tener otra vida, rompe con el círculo vicioso de la
trata de personas.
Esta reflexión encuentra eco
en el derecho. En muchos sistemas jurídicos
—incluido el mexicano— la dignidad es un principio constitucional, es
decir que aspiramos hacia un modelo de justicia en el que la dignidad es un criterio
moral que ordena nuestras relaciones sociales. Esa idea
se puede rastrear directamente a varios filósofos, pero la formulación más
influyente proviene de Immanuel Kant.
Es decir, la injusticia
surge primero en nuestro sistema de creencias cuando pensamos que otras
personas valen menos que nosotros.
En toda situación de
injusticia, siempre existe alguien que busca reducir al otro: negarle su voz,
confundirlo o hacerlo sentir menos. Esa es la lógica de la opresión. Pero
frente a ello, nuestro mayor acto de resistencia no está en devolver la
violencia, sino en afirmar algo irrenunciable: nuestra dignidad.
La
dignidad no depende de lo que otros digan o hagan, ni puede ser arrebatada. Es
el valor intrínseco de cada ser humano, el que nos recuerda que somos fines en
nosotros mismos y que tenemos derecho a vivir libres de humillación y
discriminación. Reconocerlo y sostenerlo, incluso en medio de la adversidad, es
la base de cualquier lucha por la justicia.
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