Justicia ambiental en "La muerte de Artemio Cruz" de Carlos Fuentes
Por Valeria Hernández
La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes es una obra conocida por ser el espejo de aquellos revolucionarios mexicanos que, tras haber luchado con fervor, terminaron perdiendo sus ideales al llegar al poder y cayeron en el espiral de la corrupción. Sin embargo, de manera transversal, también puede leerse como una metáfora del extractivismo y del daño ecológico que ha sufrido México: así como Artemio Cruz explotó tierras, recursos y personas para alimentar su ambición desmedida, el país ha sido marcado por un modelo de desarrollo depredador que, en nombre del progreso, arrasó con territorios y comunidades.
Cuando Artemio Cruz nos relata sus recuerdos enumera con orgullo sus negocios: domos de azufre en Jáltipan, minas en Hidalgo y concesiones madereras en la Tarahumara. Según nos cuenta el protagonista, estos negocios prosperaron de manera turbia, negocios entrelazados con redes políticas en el extranjero.
Y es que, no nos atrevemos a vincular el ascenso al poder con la sistemática explotación de los recursos naturales; sin embargo, en esta novela, el lector se enfrenta de manera ineludible a esa conexión, donde el poder político y económico se edifica sobre el despojo y la devastación
Solemos pensar que la explotación de la riqueza se limita al oro, plata, petróleo y gas, porque asociamos el fin del colonialismo, con el fin de esas prácticas abusivas, pero no queremos ver que el extractivismo evolucionó. Artemio Cruz nos relata cómo se explotaron los bosques de cedro, de caoba y cómo la riqueza de muchos políticos se basó en la degradación ambiental y el empobrecimiento social.
La justicia no se agota en sus dimensiones jurídicas y políticas; también posee una dimensión ambiental. Hay muchos Artemio Cruz en cada empresario que vive en México, empresarios que se obsesionan con negocios, propiedades, bancos en el extranjero y favores presidenciales y que han obtenido su riqueza por el control estratégico de recursos y no por el producto de su esfuerzo o intelecto. Los negocios en México se han basado en la subordinación de campesinos, obreros, ejidos, bosques concesionados, minas explotadas y trabajadores sometidos.
Los políticos tienen la habilidad de convertir lo público en privado, disfrazan el despojo por “desarrollo”. El cinismo de Cruz, sentado en su despacho a contabilizar tierras y negocios mientras el pueblo permanece en la miseria, nos recuerda la forma en que los líderes mexicanos han administrado el país: con un ojo en los contratos millonarios y el otro en las cuentas bancarias en el extranjero.
Por eso La muerte de Artemio Cruz sigue siendo vigente: el personaje no es un individuo aislado, sino el símbolo de un modelo de poder donde la corrupción se normaliza, la riqueza se concentra y el país entero paga las consecuencias. En él se reconocen los rasgos de los políticos que, al perder sus ideales, han terminado hipotecando el futuro de México.
La política no debería ser el medio para enriquecerse, llegar al poder debería ser un instrumento para la justicia y dignidad social.
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