El "pasaporte" de Rosario Castellanos

 

                                                                                                                                    Por Manuel de J. Jiménez


PASAPORTE

¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una.

Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas).

¿Mujer de acción? Tampoco.

Basta mirara la talla de mis pies y mis manos.

 

Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no.

Pero sí de palabras,

muchas, contradictorias, ay, insignificantes,

sonido puro, vacuo cernido de arabescos,

juego de salón, chisme, espuma, olvido.

 

Pero si es necesaria una definición

para el papel de identidad, apunte

que soy mujer de buenas intenciones

y que he pavimentado

un camino directo y fácil al infierno.





En “Pasaporte”, la mujer que, para mayores señas parece ser Rosario Castellanos bajo una voz lírica, es el motivo central. Con un tono de conversación franca, habla desde el poema y parece estar frente a un espejo, no para admirarse ni juzgarse, sino para desdibujarse con cada respuesta que da. Son preguntas retóricas con finalidades explorativas. Ella se presenta como una silueta que se rehúsa a rellenar con certezas. No hay acción heroica o pensamiento brillante o discurso grandilocuente: hay una danza de dudas, una ironía que se filtra por las rendijas del lenguaje como una risa incómoda. Su identidad no es una afirmación, sino un campo de juego donde lo que se espera de ella —ser sabia, activa, elocuente— se convierte en humo.

Es una máscara que se quita a sí misma con cada verso, sin revelar otra debajo. Lo más perturbador y fascinante de esta voz es que no busca reivindicarse ni redimirse; al contrario, se entrega al fracaso con una honestidad tan brutal que se vuelve subversiva. Construye su pasaporte no con datos o méritos, sino con restos de palabras, con intenciones caídas en la trampa de su candor. En vez de llevar el sello de un país o de una ideología, su documento lleva impreso el desconcierto. A pesar de ello, el lenguaje jurídico requiere univocidad, por eso solicita la definición y el imperativo: “Pero si es necesaria una definición/ para el papel de identidad, apunte (…)”. En esa renuncia a definirse, es decir, en ese juego de autonegación que parece liviano pero arde por dentro, logra una forma radical de afirmación: no ser lo que esperan, sino apenas una mujer que se atreve a decir que no sabe, que no puede, que no quiere fingir. ¿No es ese, acaso, el gesto más libre?



Este es un fragmento del ensayo Una iuspoética para Rosario Castellanos (2025), publicado por la AEMAC.


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