Serpientes y Escaleras: un microcosmos de la corrupción en México

 Por Valeria Hernández Reyes


En la plataforma Netflix se encuentra disponible la serie Serpientes y Escaleras (2025), una comedia dramática y satírica dirigida por Manolo Caro que representa un microcosmos de la corrupción del México actual que nos puede ayudar a entender las dinámicas del poder, la tensión de clases sociales y la raíz de tanta injusticia en nuestro país.

La historia se inspira en un prestigioso colegio de élite de Jalisco - el ficticio Andes San Javier, inspirado en el Instituto Alpes San Javier de Guadalajara -. El patio del colegio es el escenario de una disputa entre dos alumnos de primaria pertenecientes a familias con poder político y social. Este conflicto estudiantil cambiará la vida de la Prefecta Dora Sánchez, una empleada del colegio que aspira a ser directora a base de esfuerzo y de hacer lo correcto.

La historia se desencadena a partir de una pelea entre Choquita, hija del influyente empresario chocolatero Olmo Muriel, y Vicentín, hijo del matrimonio conformado por Tamara Sahagún y Vicente García-Portillo, el cónsul español que radica en Guadalajara. El altercado de los menores ocurre en el patio del colegio Andes San Javier y, como consecuencia, los padres de ambos menores son citados por la directora de la institución con el propósito de identificar al responsable para la imposición de una sanción conforme al reglamento escolar y la aplicación del Protocolo Antitristeza creado por la directora para aparentar la resolución de conflictos y deslindarse de cualquier culpa. El problema es que ninguna de las dos familias quiere que sus hijos sean sancionados, pues hacerlo implicaría una admisión pública de culpa que podría afectar su reputación dentro de la élite del Colegio y de acuerdo con su punto de vista, impactaría en su percepción social dentro de la pequeña sociedad rica de Guadalajara. Así, el conflicto trasciende lo escolar y se convierte en un juego de poder, en el que las relaciones de influencia y los intereses políticos comienzan a pesar más que la resolución pacífica del conflicto. Lo que vemos no es un problema escolar es un reflejo de las fricciones estructurales de una sociedad profundamente estratificada, donde la familia española cree que su hijo no debe ser sancionado solo por ser el hijo del Cónsul de España y el padre de Choquita, desea que su hija no se vea perjudicada por una familia con mayor prestigio social porque eso significaría que la familia Muriel perdió influencia en Guadalajara.

La Directora del Colegio, la Sra. Josefina, al darse cuenta de que ambas familias   se niegan a aceptar responsabilidad alguna para evitar comprometer el prestigio de sus apellidos dentro de la élite académica y social de Guadalajara pronto decide adoptar una lógica de conservación de poder, pues además, está en campaña electoral para reelegirse como directora y, por lo tanto, no quiere perder votos para su reelección. En lugar de fungir como mediadora justa, se convierte en una gestora política que evita a toda costa incomodar a las familias influyentes, no por prudencia pedagógica, sino porque está en plena campaña para ser reelegida como directora. Su rol revela una tensión fundamental entre autoridad y conveniencia: ejerce el poder no para transformar, sino para mantenerse en él. Josefina no busca resolver el conflicto, sino administrarlo sin consecuencias, encarnando así a las figuras institucionales que, en contextos de corrupción, prefieren la simulación al enfrentamiento con la verdad.
Por otro lado, la prefecta Dora Sánchez es justa y quiere brindar su veredicto para resolver el conflicto desde un enfoque ético. Al inicio del conflicto, Dora Sánchez estaba comprometida a esclarecer los hechos y emitir un juicio basado en principios éticos y no en consideraciones políticas. Pero pronto se dará cuenta que su ética tiene un precio, cuando Olmo Muriel le ofrece un proyecto para ganar la campaña electoral como Directora de la escuela a cambio de realizar actos en contra de la familia española. Al comienzo de la trama Dora Sánchez solo concibe   la ética como la brújula de su actuar, pero Olmo Muriel, la convence de que todo progreso social y económico pasa inevitablemente por negociaciones con el poder. Entonces Dora, empieza a entender la justicia no como un ejercicio desde la autonomía moral, sino desde la capacidad de adaptarse al juego de influencias.

La serie despliega una lectura crítica de la justicia en México. La oficina de la Sra Josefina  se convierte en un “Tribunal”, donde las reglas están subordinadas a la clase, y donde el castigo es negociable. En Serpientes y Escaleras, la justicia se acomoda según la escalera que se desee subir o la serpiente que se quiera evitar.

Esta narrativa, presentada bajo el velo del humor, permite observar cómo la justicia en México se inscribe en una red de relaciones profundamente marcadas por el clasismo, el clientelismo y la economía de favores. Podemos analizar la dinámica que se vive en México donde las relaciones sociales no se fundan sobre la igualdad ante la ley, sino sobre un entramado de lealtades, favores y silencios. En este contexto, la verdad no es una herramienta de justicia, sino una amenaza a quienes están en el poder. El que la dice es percibido como traidor, no como justo.

Decir la verdad en un contexto donde ello representa un costo político y social debería ser la más profunda expresión de la justicia. No se trata de un ideal abstracto, sino de un acto cotidiano de valentía. Ser justo, entonces, es comprometerse con la verdad incluso cuando esta duele, incomoda o amenaza; es entender que la justicia sin riesgo no transforma.

En última instancia, la justicia no puede definirse únicamente por el respeto a las normas, sino por la capacidad de sostener la verdad en medio del poder. Y en ello, cada gesto justo —por pequeño que parezca— se convierte en una grieta luminosa en el muro de la impunidad. El papel de la prefecta Dora Sánchez nos recuerda como una pequeña desviación de justicia termina en hechos trágicos. En este sentido, Dora no es simplemente una víctima del sistema, sino una pieza que, al ser capturada por él, ayuda a perpetuarlo. La serie nos advierte, a través de su historia, que el colapso de la justicia no ocurre necesariamente por grandes traiciones, sino por acumulaciones de pequeñas renuncias éticas. Y es allí donde se gesta la tragedia: cuando quienes podían actuar con valentía eligen la comodidad de la ambigüedad moral. En este plano, Serpientes y Escaleras plantea una lección profunda sobre la fragilidad del principio de justicia: basta con una leve inclinación para que toda una estructura simbólica se deslice por la pendiente de la corrupción.

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