A cien años del nacimiento de Rosario Castellanos *
Por Manuel de J. Jiménez
Rosario Castellanos fue cercana al ámbito jurídico sin ser abogada. De serlo, probablemente hubiese sido una abogada feminista y vinculada con una cultura en favor del respeto a las libertades públicas y el ejercicio de las garantías individuales, que eran el norte más progresista de la época. Vivió la burocracia y los problemas del divorcio, cuestión en la que fue auxiliada por el Lic. Gaspar Rivera Barrios, recomendado por el canciller Rabasa. El abogado le escribe cuando ella reside en Tel Aviv, exponiéndole “las excusas del Dr. Guerra para no pagar”. Entre otros asuntos, al parecer Ricardo Guerra alega un gasto aproximado de cuatro mil pesos derivados de la compra de unos lentes de contacto para su hijo Gabriel. Rosario también tenía un primo abogado: Horacio Castellanos Coutiño, quien llegaría a ser Procurador General de Justicia del Distrito Federal y presidente del Tribunal de lo Contencioso Administrativo del Distrito Federal.
Un importante dato sobre el sentido de justicia y ética en la vida de Rosario Castellanos lo tenemos gracias a un testimonio de Dolores Castro, recogido por Ortiz y Ortiz en Cartas encontradas (1966-1974). Afirma que en la década de los cincuenta dio clases de Ética a estudiantes de Derecho. ¿No sería fabuloso conocer los apuntes de estas clases? Imaginar cómo vinculaba la valentía de Antígona en la típica escena cuando enfrenta a Creonte o comprobar en el aula el uso de la literatura para establecer un dilema moral. Sara Uribe describe en su biografía que durante esta época, Castellanos trabajó en el Instituto Nacional Indigenista e “impartió clases de Literatura hispanoamericana en la Escuela Preparatoria de San Cristóbal y de Filosofía del derecho en la Facultad de Leyes”. ¿Pudo Rosario impartir estos dos cursos jurídicos en San Cristóbal? Además de ello, Lola Castro ofrece un retrato de una mujer que busca la justicia negada testamentariamente: “Después, en San Cristobal dio clases de ética en la escuela de leyes casi al final de su estancia en Chiapas. A la muerte de su padre, Rosario se entera de que su medio hermano, Raúl, concebido fuera del matrimonio, no había sido siquiera mencionado en el testamento paterno, por lo cual, sin la menor vacilación, le cede la mitad de Chapatengo”.
Para concluir este apartado, me gustaría citar un fragmento de Mujer que sabe latín (1973), que fue el último libro que publicó en vida nuestra escritora. Es un pasaje que interpela a los jueces, a los operadores jurídicos y, en general, a los emisarios de la ley. En la sociedad que le tocó vivir a Rosario, de la que somos perpetuadores y cómplices en muchos aspectos, los procedimientos de los defensores de la ley pueden confundirse con aquellos empleados por los violadores de la ley. En el devenir de esas prácticas se condensa el ideal de la justicia y se pierde irremediablemente entre folios y alegatos. Escuchemos cómo lo explica la poeta:
Y en cuanto a la justicia, no repitamos los lugares comunes de nuestros antepasados decimonónicos sino admitamos que es una abstracción de la cual no tenemos ninguna evidencia en cuanto a que encarne en ninguna de las instituciones con las que comúnmente se le asocia: el aparato judicial o la policía.
Al contrario. La familiaridad que llegan a adquirir los jueces y los investigadores en su trato con quienes violan la ley los hace a ambos muy semejantes, y de antagonistas bien pueden convertirse en cómplices. Para distinguirlos se necesitaría una especie de mirada sobrenatural porque sus procedimientos y sus actitudes y sus propósitos son los mismos. Lo único que podría diferenciarlos son las finalidades que persiguen… pero la rutina llega a conseguir que las olviden. ¿Qué finalidad alcanza el detective cuando arresta al sospechoso o el juez cuando dicta una sentencia? ¿Qué finalidad alcanza el estrangulador cuando ultima al estrangulado? Todos erigen el acto como lo que se agota en sí mismo, lo que no trasciende a otros niveles, lo que es su propia culminación y su recompensa.
* Fragmento de Una iuspoética para Rosario Castellanos de próxima aparición en la colección “Colores Primarios” de la Asociación de Escritores de México.
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