Ciencia ficción electoral: jueces sin cuerpo, leyes sin alma. Reflexiones desde Elena Garro.
Por Valeria Hernández
Reyes
Retomo la colección Andamos huyendo Lola (1980) de la escritora mexicana Elena Garro porque siempre encuentro algo útil para este blog en esta obra que habla de migración. Ahora es el turno del relato Las cabezas bien pensantes. El título es, desde luego, una ironía. Es una referencia a los jueces en su papel de cabezas frías para atender problemas migratorios desde la razón y sin tomar en cuenta la emoción. Por eso es muy relevante para el contexto nacional del país, para hacer un analogía del planteamiento de la historia sobre la repatriación de mexicanos residentes en Estados Unidos, el proceso electoral para elegir personas juzgadoras y la migración interna de personas indígenas a quienes se les revictimiza constantemente y se les mantiene alejados de los asuntos públicos.
Desde una perspectiva crítica, en este cuento, Elena Garro evidencia no solo las limitaciones estructurales del poder judicial, sino también los efectos de una cultura jurídica ensimismada, racionalista y ajena a la realidad de las mujeres migrantes, quienes enfrentan una doble vulnerabilidad frente a un sistema que confunde legalidad con justicia. La historia se basa en la vida de Elena Garro y su hija, cuando migraron a Europa y sufrieron diferentes adversidades legales y económicas.
Para Elena Garro, los jueces son personas que tienen un autoconcepto muy elevado de ellos mismos. El racionalismo los ha invadido tanto, que ya no tienen piernas, ni brazos, son simplemente unas cabezas pensantes. Podríamos agregar otros adjetivos, cabezas frías, altivas, burocráticas, sin tacto, sin memoria. Cabezas que creen que la justicia es una fórmula y no un acto de compasión. Estas características no abonan nada para atender los problemas migratorios desde el punto de vista legal, visión que creo que todos podemos compartir con Elena.
Por otro lado, Lola, la
protagonista, es una migrante mexicana que deambula por Europa con su madre entre diferentes
apartamentos de alquiler. Para la madre
de Lola, su hija es como Minerva, la diosa de la sabiduría. A través de
esta metáfora, Lola representa a la mujer pensante, un símbolo de las mujeres
intelectuales. No obstante, Lola también
es descrita como una “cabeza de
vitrina”, es decir, una mujer que es oprimida por los hombres. Y así
brevemente, a través de este contraste, conocemos la doble condena de Lola que se asemeja a la de muchas: ser
migrante y ser mujer.
Después de estos símbolos, el
relato se abre hacia una crítica directa a la admirable —y alarmante—
constancia con la que los abogados manipulan el lenguaje jurídico para nombrar,
clasificar y excluir.
A lo largo del cuento, Elena
Garro, enfatiza los conceptos de personas desplazadas y personas marginadas
como términos “a la moda” para referirse al problema migratorio.
La historia revela cómo, en
nombre de la justicia y del orden, las instituciones castigan y excluyen a
quienes no encajan en lo moldes construidos desde el escritorio. Cuando las cabezas bien pensantes no saben cómo clasificar a una persona entonces se les excluye del
marco legal Aunque esta falta de personalidad jurídica anule su derecho a la
identidad y, con ello el resto de derechos que dependen de ser reconocidos por
la ley.
“La
dificultad reside en que para gozar de los Derechos hay que ser Hombre. Y ser
Hombre es algo así como ser diputado por lo menos y como no eres diputado,
Lola, no tienes ningún derecho. En cambio los demás gozan del legítimo derecho
de insultarte, patearte, echarte a la calle o llevarte a cualquier comisaría.
«Las cabezas bien pensantes» han legalizado el insulto, las patizas y las
comisarías para las Minervas. ¡Así es la vida, Lola, incomprensible! Sobre todo
si recuerdas cuántas leyes y cuánta justicia se ha inventado en tu nombre,
¡Minerva!. Pero la vida no se parece a la vida de la que hablan «las cabezas
bien pensantes», una vida ¡Justa y Justiciera! Por eso «las cabezas bien
pensantes» gozan de todos los Derechos del Hombre y tienen muchísimo más poder
que todas las cámaras de diputados juntas. ¡Son la Quinta Columna del Poder!
Así lo anuncian en los kioscos de los diarios. Tu vida misma, Lola, es un
delito…”lo que no existe en un juicio, no existe en ninguna parte…¿y si
hubieras escapado ya por esa rendija verde que atraviesa la noche y te hubieras
alejado para siempre de este juicio, para llegar al otro juicio que no es popular y al que
nadie solicita. Es el juicio de los marginados” (Pág.289)
En este sentido, Las cabezas bien pensantes, nos obliga a pensar en la vida política actual del país: ¿quiénes tienen derecho a existir jurídicamente en México? Traslademos este cuento a la vida de las personas indígenas migrantes en México (más adjetivos para la palabra persona).
La pregunta sigue siendo urgente. México es un país con una alta recepción de migrantes, no obstante, es un país de doble o triple discurso moral sobre la migración. México se proclama defensor de los derechos humanos, mientras se siguen restringiendo espacios para la participación política para quienes han sido históricamente oprimidos, como las personas indígenas quienes al dejar su pueblo originario tienen que obtener una sentencia como “indígena migrante” para poder ejercer su derecho a ser votado lejos del lugar que los vio nacer aunque participen dentro del mismo territorio mexicano. Esto debido a que las autoridades administrativas electorales o jurisdiccionales tienen dificultades para desmantelar sus estereotipos para instrumentar acciones que expandan los derechos políticos. En una comunidad indígena, para una mujer esto representa un obstáculo más para la conquista de sus derechos.
Es muy triste que en pleno siglo XXI sea más sencillo que descendientes de migrantes extranjeros ocupen espacios públicos que personas indígenas ocupen esos mismos puestos. En un conferencia reciente sobre los derechos político electorales, se celebró como logro que el año pasado hubo un curul más para personas indígenas en el Congreso. Sin que poco se note lo absurdo del logro. Curiosamente, es evidente que los apellidos que ocupan posiciones en la función pública y que han decidido sobre los derechos de personas indígenas siguen siendo, en su mayoría, pertenecientes a familias que descienden de migrantes extranjeros: Sheinbaum, Ebrard, Hank, Woldenberg.
La colección Andamos huyendo Lola ofrece muchas reflexiones sobre la migración, pero deja una denuncia sobre cómo los operadores jurídicos utilizan a conveniencia el término migrante, ya que no se suele asociar para grupos migrantes de personas con alto poder económico, digamos la familia Slim.
Si Lola fuera indígena sería la historia de una triple condena: ser mujer, migrante e indígena...En fin, Andamos huyendo Lola, pero del sistema electoral.
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