La administración de justicia en "M" de Fritz Lang: Una crítica al formalismo judicial
Por José Ramón Narváez
La película "M" (1931)
de Fritz Lang, inspirada en el caso real del asesino en serie Peter Kürten
(apodado "el vampiro de Düsseldorf"), constituye una de las más
agudas críticas cinematográficas hacia la administración de justicia y sus
procedimientos ritualizados. Lang no solo retrata la persecución de un criminal
por parte de las autoridades, sino que introduce un elemento perturbador: la
mafia y el hampa organizada también persiguen al asesino y establecen su propio
"tribunal", con formalidades que parodian —y quizás superan en
solemnidad— a las del sistema judicial oficial. Este ensayo analiza cómo Lang
utiliza esta dualidad para cuestionar la verdadera naturaleza de la justicia,
su ritualidad y los fines que persigue.
En "M", Lang presenta
dos sistemas paralelos de justicia que persiguen al mismo criminal: por un
lado, la policía y el aparato judicial del Estado; por otro, el submundo
criminal organizado que establece su propio tribunal. Esta duplicidad no es
accidental, sino que sirve como dispositivo para explorar las contradicciones
inherentes a la administración de justicia.
La policía investiga
metódicamente, siguiendo procedimientos establecidos, recopilando pruebas y
construyendo un caso según los estándares legales. En contraste, el mundo
criminal organiza una cacería más eficiente, motivada no solo por un sentido
rudimentario de justicia, sino también por intereses prácticos: la presencia
policial intensificada por los crímenes del asesino de niños interfiere con sus
actividades ilícitas.
La escena más reveladora de la
película es sin duda el "juicio" improvisado por los criminales
cuando capturan a Hans Beckert (interpretado magistralmente por Peter Lorre).
Este tribunal clandestino adopta deliberadamente las formalidades del sistema
judicial oficial, como por ejemplo designar a un "abogado defensor"
para el acusado, permitir que el acusado hable en su defensa, presentar
"evidencia" contra él y finalmente deliberar antes de emitir su
"sentencia".
Esta parodia del proceso judicial
sugiere que Lang ve la ritualidad legal como una farsa. Al mostrar a criminales
imitando los procedimientos judiciales formales, el director insinúa que las
formalidades de la justicia son meras performances que pueden ser reproducidas
incluso por aquellos que operan fuera de la ley. La mafia, al apropiarse de estas
formalidades, revela su vacuidad inherente.
El momento culminante del
"juicio" criminal es el monólogo desesperado de Beckert, quien grita:
"¿Qué saben ustedes de esto? ¿Quiénes son ustedes para juzgar? [...] No
puedo evitarlo... no puedo... ¡tengo que hacer lo que hago!" Quizá la más
grande ficción está pensar que alguien tiene la autoridad moral suficiente para
juzgar a alguien más, pero pensar que eso lo compensan las formalidades quizá
es aún peor.
Lang introduce una profunda
crítica al concepto de responsabilidad penal y al libre albedrío, pilares
fundamentales del sistema judicial moderno. Si Beckert actúa compelido por
fuerzas que no puede controlar, ¿es justo castigarlo del mismo modo que a quien
actúa con plena consciencia y libertad? Esta pregunta, planteada por un asesino
de niños —figura universalmente despreciable—, resulta aún más provocadora.
Quizás la crítica más aguda de
Lang radica en la equivalencia moral que establece entre el sistema judicial
oficial y el tribunal improvisado por los criminales. Ambos persiguen al mismo
hombre y por razones que no son puramente altruistas. Al final, cuando la
policía irrumpe en el "juicio" criminal, salvando a Beckert de un
linchamiento seguro, Lang no presenta esta intervención como un triunfo moral,
sino como la mera sustitución de una forma de justicia por otra, igualmente cuestionable
en sus fundamentos.
Lang parece sugerir que el
excesivo formalismo del sistema judicial no solo no garantiza la justicia, sino
que puede incluso obstaculizarla. La mafia, con su juicio expeditivo pero
formalmente estructurado, expone la hipocresía de un sistema que se envuelve en
ceremonias para legitimar actos que, en esencia, no difieren tanto de la
venganza primitiva.
La película muestra cómo los
criminales organizados comprenden perfectamente los rituales judiciales y
pueden replicarlos, evidenciando que estas formalidades no son más que
convenciones sociales desprovistas de un valor moral intrínseco. Esta crítica a
la ritualidad legal continúa siendo relevante hoy, cuando los sistemas
judiciales siguen siendo criticados por su formalismo excesivo y su alejamiento
de la justicia sustantiva.
"M" de Fritz Lang
trasciende su aparente trama de persecución criminal para convertirse en una
profunda meditación sobre la naturaleza de la justicia y sus instituciones. Al
mostrar a la mafia organizando un juicio que replica —y quizás supera en
honestidad— al sistema judicial oficial, Lang desmitifica la administración de
justicia, reduciendo sus solemnes rituales a meras performances que
pueden ser imitadas incluso por aquellos que operan fuera de la ley.
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