Super Bowl y Derecho
Desde
niña, observaba cómo en mi familia se disfrutaban los partidos de futbol americano. Escuchaba nombres como los Osos, los Vaqueros, los Empacadores, los Pieles
Rojas, los Broncos, equipos que hacían volar mi imaginación. De vez en cuando, la
mirada curiosa por ver a esos personajes me asaltaba y veía algunas
cuantas jugadas y los shows de medio tiempo, protagonizados bandas de rock y
artistas pop. Sin embargo, poco me había interesado aprender a fondo del mismo.
Tenía
18 años cuando vi mi primer juego completo: el Super Bowl XLIII, Steelers vs
Cardinals. Fue un partido cardíaco, emocionante hasta el último segundo, donde el trofeo Vince Lombardi
se fue a Pittsburgh. Desde ese día, me convertí en fan de los Acereros, el que fuera el
último campeonato de la NFL ganado por ellos, hasta la fecha.
Cada año esperaba la temporada, Veía los partidos y, como un ritual que persiste hasta hoy, destinábamos el primer domingo de febrero para ver el juego final. Seleccionábamos los alimentos y bebidas que íbamos a consumir, tomábamos un bando para apostar y disfrutábamos del Super Bowl. Al terminar, la afición quedaba en pausa por unos meses, hasta que en agosto, comenzaba la pretemporada.
A lo largo de todos estos años, he aprendido que, aunque es un juego donde las
habilidades deportivas son parte fundamental del mismo, también este espectáculo atiende las
cuestiones sociales y políticas del momento. Un año después de que el equipo negro-amarillo ganara su última victoria, Ben Roethlisberger,
el quarterback más joven en alzar el Vince Lombardi, estaba sentado
en el banquillo de los acusados enfrentando cargos por abuso sexual por parte de una estudiante, Aunque las imputaciones no prosperaron – porque es
muy probable que alcanzaron un acuerdo extrajudicial -, el "Big Ben", fue sancionado por la federación por tan solo 4 partidos. Si bien siguió activo en temporadas posteriores, nunca logró retomar su
carrera.
Sin
duda, otro de los juicios mediáticos más importantes de la década de los noventa
fue el protagonizado por el ex jugador de los Buffalo Bills y los 49ers: O.J.
Simpson, acusado del doble homicidio de su exesposa Nicole Brown y Ronald
Goldman. Aunque fue absuelto penalmente en 1995, dos años después se le
declaró responsable civil de las muertes y fse le ordenó pagar 33 millones de
dólares.
En 2012, la problemática de las conmociones cerebrales en la NFL llegó a los tribunales. El abogado Christopher Seeger acusó a la liga de ocultar durante años la relación entre las conmociones y lesiones cerebrales graves. Tras negociaciones y apelaciones, se estableció un fondo de casi 800 millones de dólares, beneficiando a más de 1,000 jugadores retirados o a sus familias. Además, más de 12,000 jugadores fueron sometidos a pruebas para evaluar su salud cerebral.
El el año 2017, los Patriotas de Nueva Inglaterra ganaron, año en que Trump llegó a la presidencia por primera vez, victoria que se prolongó por las tres temporadas siguientes, no por nada es el equipo favorito del presidente y empresario, quien compro un equipo menor de futbol New Jersey Generals en 1984, por 6.5 millones de dólares y aunque intentó que esta se colara en la NFL -pues era parte de la USFL-, y se convirtiera en equipo de liga mayor, su intención no prosperó.
En ese mismo año, una serie de protestas surgieron en respuesta a los comentarios racistas de Donald Trump. Estas manifestaciones, condenadas por los dueños de los equipos —quienes previamente habían donado fuertes sumas a su campaña electoral—, los directivos de la liga y más de 150 jugadores, en su mayoría afroamericanos, siguieron el ejemplo de Colin Kaepernick, jugador de los 49ers, al arrodillarse durante la interpretación del himno nacional al inicio de los partidos. Este gesto evocaba el activismo de los atletas negros de los años sesenta y fue una respuesta social a los múltiples asesinatos de hombres afroamericanos a manos de elementos de la fuerza pública, lo que eventualmente desembocó en el movimiento Black Lives Matter.
En 2024, los Kansas City Chiefs se coronaron campeones, pero lo más destacado de esa temporada fue el impacto que tuvo la relación entre la cantante Taylor Swift y el jugador Travis Kelce. Los seguidores de Swift, conocidos como Swifties, lograron en apenas cuatro meses fusionar la música y el fútbol americano de una manera única. Muchos asistieron a los partidos portando pulseras de amistad en colores rojo, blanco y dorado, el número 87, o frases de las canciones de Swift relacionadas con el deporte.
El furor por el llamado Swiftie Bowl llegó a tal nivel que incluso la embajada de Japón en Estados Unidos emitió un comunicado especulando sobre la posibilidad de que Taylor Swift, quien se encontraba dando un concierto en Tokio, pudiera llegar a tiempo para el partido en Las Vegas. Según el análisis, si la cantante salía inmediatamente después de su presentación, soportando las 12 horas de vuelo y las 17 de diferencia horaria, llegaría justo a tiempo para el evento. Solo la expectativa de su presencia disparó los niveles de audiencia a cifras récord, alcanzando un promedio de 1,234 millones de espectadores en canales de televisión y plataformas de streaming, y un total de 2.2 millones de espectadores en la transmisión en español de Univision, un nivel de rating comparable únicamente con el alunizaje de 1969.
En ese mismo año, una enorme cantidad de usuarios y suscriptores de DirectTv demandó a la NFL -Sunday Tickets-, por haber transmitido durante 11 años los partidos de los domingos por la tarde fuera del servicio de suscripción premium, violando las leyes antimonopolios, ante lo cual, un jurado encontró responsable a la NFL, ordenando el pago de 4, 700 millones de dólares -441.3 millones de dólares por equipo-, decisión que fue revocada por un juez.
No, el Super Bowl no es simplemente un evento deportivo aislado; es un fenómeno cultural que impacta profundamente la economía y la sociedad. Su influencia alcanza desde la bolsa de valores estadounidense hasta el consumo masivo de productos agrícolas: 120 toneladas de aguacates provenientes de México, 1,300 millones de alitas de pollo, y 1,200 millones de litros de cerveza. Además, se traduce en el aumento de la plusvalía de las casas cercanas a los estadios donde se celebran los juegos, la llegada masiva de visitantes a las ciudades anfitrionas, y las cifras millonarias generadas por anuncios de 30 segundos durante la transmisión del partido. Esta cultura de masas estadounidense, como tantas otras, termina permeando nuestra cultura latinoamericana y, por supuesto, nuestra economía.
Y no,
no me gusta solo la experiencia deportiva. Me gusta ver como los fanáticos,
siguen pensando que su equipo debió ser el campeón, que el juego les fue robado
de manera injusta, porque siguen pensando en que solo implica la agilidad
deportiva de su equipo o el mal manejo del Coach, y no consideran los entornos
sociales, políticos, económicos y los intereses de los dueños de los equipos,
quienes -sin importar el ganador- nunca pierden.
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