El peligro de la caridad como sustituto de la justicia en Marcelino Pan y Vino




Por Valeria Hernández Reyes


Marcelino Pan y Vino (1960) es un libro clásico de la literatura infantil escrito por el español José María Sánchez-Silva, que  más allá de las aventuras de un niño huérfano ofrece una mirada reflexiva sobre temas universales como la caridad y la justicia.

En primer lugar, aunque nunca aparecen físicamente en el relato, conocemos a los protagonistas de la primera injusticia perpetrada contra Marcelino: sus propios padres, que son prófugos de la justicia. Pese a los esfuerzos de los habitantes del pueblo y los concejales del ayuntamiento por localizar a sus progenitores, no logran encontrar ni una sola pista que los conduzca a los culpables. Los frailes, al conocer los límites de las leyes y los corazones duros, deciden una solución expedita: ofrecer a Marcelino una justicia más amplia que la de las leyes: la caridad. Así, lo acogen en el convento y, pese a la controversia que surge en el pueblo, se decide que la caridad de los monjes es más amplia y generosa que cualquier decisión civil. La comunidad considera tolerable esta decisión, aunque viole las leyes y en compensación el pueblo permanece como observador de la vida de Marcelino en el convento.

Es aquí donde la hábil pluma de Sanchez-Silva conquista a generaciones de lectores, porque sin necesidad de palabras grandilocuentes, sentimos el pesar de Marcelino al saberse víctima de una injusticia y sentirse culpable por soñar con la justicia. Percibimos la tensión latente que vive entre la gratitud por la bondad recibida y las ganas de conocer a su madre. A medida que avanza el relato, Sánchez-Silva ahonda más en esto. Marcelino intuye que la caridad va más allá de la justicia terrenal, y con la inocencia de un niño, espera la justicia divina. Por otro lado, Sánchez-Silva revela al lector que Marcelino ha crecido sin amargura. Él puede hablar de su historia de vida y, de vez en cuando, realizar un viaje personal a su corazón para reconocer su pérdida y regresar sano y salvo a su vida real. De esta manera, Marcelino nos invita a entender el dolor de los niños huérfanos y a comprender que hay actos de justicia y caridad que no pueden sanarlo todo, porque una infracción tan grave como abandonar a un bebé, deja un vacío para siempre.  Sin embargo, el amor y la caridad sí tienen un efecto superior al de la ley: suavizar la amargura. Este es un logro importante del cuento, porque desmitifica la virtud de la caridad y alerta al lector sobre el peligro de idealizar los actos caritativos como la respuesta definitiva ante la injusticia. Nos abre los ojos ante los límites de la bondad.

En segundo lugar, se observa la relación entre las instituciones eclesiásticas y las leyes civiles. El convento donde viven los frailes es una concesión temporal obtenida por un alcalde que apreciaba la labor de los monjes. Sin embargo, esta concesión fue otorgada de manera unilateral por el alcalde, sin la aprobación del resto de los concejales. Con el paso del tiempo, el alcalde que concedió la autorización del uso del suelo fallece y su nieto es quien se encarga de preservar el acuerdo, actuando como mediador ante los concejales, la sociedad y los frailes. Se entiende que la concesión del alcalde aunque cuestionable tuvo una resolución amistosa y con un impacto más amplio que las leyes en el sentido de proveer armonía para todos los interesados. Con agrado se les concede a los frailes la concesión temporal del terreno  por cada diez años y, finalmente, con el tiempo, ante los beneficios realizados por la comunidad, se les obsequia el terreno. Obsequio que fue rechazado por los frailes porque tenían que cumplir con sus propias leyes eclesiásticas y vivir en la pobreza. Esta situación ilustra diferentes perspectivas sobre qué es justo y las causas para justificar la tolerancia a ciertas infracciones a la ley.

En tercer lugar, el entierro de Marcelino Pan y Vino nos enseña sobre las regulaciones de la época en España. Bajo las leyes eclesiásticas, el convento cuenta con un cementerio en la huerta. No obstante, la Ley de Cementerios Civiles de 1887 establecía que los sepulcros debían hacerse en lugares apartados, no en zonas eclesiásticas privadas. Por tema de salud pública, es ineludible que los frailes no acaten las leyes y entierran a Marcelino en el cementerio público más cercano. En el cuento se percibe esto como un malestar para los frailes ya que representa un sacrificio desde el punto de vista espiritual por no poder honrar a Marcelino de la manera en que merece un niño que ha vivido un milagro. 

En conclusión, Marcelino Pan y Vino nos lleva a varias reflexiones profundas. La justicia, a diferencia de la caridad, no es un acto de bondad ocasional, es una exigencia constante, un derecho inherente que cada individuo merece. Dejarnos seducir por la comodidad que ofrece la caridad es peligroso porque nos impide solucionar un problema de raíz.

Por otro lado, Marcelino Pan y Vino ofrece una reflexión sobre las leyes, las instituciones y las formas de justicia que regulan nuestra vida colectiva. A través de las decisiones del alcalde, las leyes de cementerios y la actitud humilde de los frailes, Sánchez-Silva ilustra cómo los sistemas de poder y las instituciones de beneficencia interactúan, a veces de forma conflictiva, para crear un equilibrio entre los principios humanos, civiles y espirituales. Es una obra que, aunque ambientada en otro tiempo, sigue resonando en nuestras discusiones sobre propiedad, justicia, y las condiciones que nos permiten tolerar actos alejados de la ley.


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