La búsqueda de la justicia en El invencible verano de Liliana

                                                                                                      


                                                                          Foto tomada de la cuenta de X de Cristina Rivera Garza


                                                                                                                                Por Manuel de J. Jiménez

 

Quiero escribir sobre El invencible verano de Liliana (2021) de Cristina Rivera Garza no desde lo que se narra en cuestión o de lo que nos enseña esta dolorosa historia. Más bien, me gustaría compartir mi experiencia de lectura, es decir, qué fue lo que sentí el pasado domingo 9 de junio cuando lo leí completo de una sentada. Tengo que confesar que no soy de esos lectores que leen un libro de un tirón. En realidad, suelo leer por partes, hacer pausas largas entre capítulos o a veces “gusaneo” –como diría un viejo amigo chileno– algunos párrafos o pasajes de un libro sin ningún tipo de metodología u orden.

         También quiero comentar que mi móvil no fue que recientemente la obra haya obtenido el Premio Pulitzer, de hecho, no suelo leer libros por galardones o reconocimientos institucionales, aunque debo de reconocer que he disfrutado los últimos Premios de Poesía Aguascalientes. De hecho, leí El invencible verano de Liliana porque próximamente estaré en el Poder Judicial del Estado de México hablando sobre ello a partir de una perspectiva de derecho y literatura. Mi posición original era la de una lectura obligada, de análisis necesario y notas al margen. Meses antes, un par de alumnas me habían recomendado el libro para la clase de Derecho y Literatura. Honestamente lo veía con cierto recelo, pues registraba cómo en Facebook la gente colocaba el libro al lado de un café pituco o la computadora Mac como si lo estuvieran leyendo-estudiando. ¿Quizás una pose o una genuina lectura concienzuda? No lo sé. La verdad es que no tenía elementos para juzgar o saber algo más. La única solución era, en efecto, entrarle al libro.

         Entonces ese domingo comencé a leerlo. Mi desconfianza se disolvió antes de terminar el primer capítulo. En este, se plantea y provoca anticipadamente el nudo: Cristina, quien narra la historia a veces con distancia sociológica y otras tantas con una intimidad arrobadora, busca el expediente de su hermana para clamar justicia ante una sociedad indolente. Se traslada por la ciudad, peregrina como sucede con las antiguas tramas del teatro griego, para encontrar a Liliana. Corrijo: mi adhesión fue con las primeras palabras del libro. El poema “Límite” que se cita de Rosario Castellanos sobre la ley y la rama me atrapó, pues lo he leído y estudiado desde que compré Poesía no eres tú. Imaginé entonces la lectura de Rivera Garza.

Algunas partes emotivas me hicieron llorar, por ejemplo, cuando se habla de los objetos personales en cajas o cuando la familia regresa al panteón. En otras partes, me hicieron reír y recrear vida los amigos que ofrecen un retrato personal de Liliana y las aventuras universitarias que seguramente fueron comunes a algunos lectores. Me parece que la exigencia de justicia, la reconstrucción semántica del caso y el arribo de una nueva categoría que permitió entender lo sucedido con la palabra “feminicidio”, entre otros aspectos, son hilos conductores que tejieron una manta familiar que cubre a millones de víctimas en este país. No obstante, me parece que, aunque la autora intenta una y otra vez trazar mapas conceptuales con un afán de nombrar lo innombrable o entender las conductas, lo que conmueve y hace memorable al libro es que Liliana deja de ser una cifra, un expediente rezagado u olvidado, para convertirse en una palabra de amor y vida: atemporal por la literatura. Ese podría ser el noble acto de justicia.


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