La poesía, Antología esencial
Por: Arturo Reyes
La poesía es previa al nacimiento de las personas. Al
nacer, la poesía riega su bonanza en aquel o en aquella que llega al mundo.
Pese a ello, no todas las personas la conservan. La poesía se aleja del que la
desprecia. En ciertos momentos vuelve, pero si se le es indiferente es
implacable. En dependencia del cultivo o del olvido del posicionamiento poético
con el que se va por la vida, la poesía decide habitar o partir al lugar donde
se trabaje mejor con ella. Cuando se queda, con el paso de los años, inunda
comportamientos, palabras y muchas cosas de la vida se expresan con lenguaje
connotativo.
Entonces, la poesía se encarna a las personas; éstas,
vuelcan sus palabras y sus actos en poesía, así nacen poemas, imágenes y
figuras literarias. También tradiciones poéticas y grupos literarios que marcan
épocas, que defienden posturas y que alimentan la tradición. A veces, se reconoce
el trabajo poético, pero, ¿a qué atiende la posibilidad? ¿El azar juega un
papel? ¿La maestría se impone al destino o el destino hace valer su fuerza
sobre la maestría? ¿Quién está en condiciones de reconocer, registrar o señalar
lo que es poesía?
Estas y
otras reflexiones más se generaron en mi mente después de leer Antología
esencial de Vicente Aleixandre. El poeta nació en 1898 en Sevilla, España.
Por su talle literario, formó parte de la Generación del 27. Haciendo valer el
derecho de asociación en épocas de convulsión política, Pedro Salinas, Jorge
Guillén, Gerardo Diego, Emilio Prados, Dámaso Alonso, Rafael Albertí, Luis
Cernuda, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre, principalmente, formaron un
grupo con afinidades literarias —la mayoría participó en un homenaje a Góngora,
en Sevilla, corría el año de 1927, era el tercer centenario de su muerte—.
En
materia literaria, mucho podría decirse sobre el grupo; en el ámbito social,
también. Por ejemplo, varios integrantes experimentaron el exilio político,
también, padecieron detenciones ilegales y privación de la vida como la
acaecida con Federico García Lorca. Con el golpe de estado franquista, abundó
la privación ilegal de la libertad en contra de los republicanos, y hubo
encarcelamientos deshumanos en penitenciarías que producían la muerte sistémica,
como le pasó a Miguel Hernández. Estos dos, son reconocidos como poetas
universales de la lengua española. Ambos, murieron con los ojos abiertos a la
poesía, haciendo valer el derecho de su difusión, la vida de estos poetas es el
testimonio más claro. En Antología esencial, Vicente Aleixandre (1984)
escribiría sobre Lorca:
Yo le he visto en las noches más altas, de pronto,
asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba
su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus
pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra
hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esa sabiduría profunda que llameaba
en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño inspirado. No,
no era un niño entonces. ¡Qué viejo, qué viejo, que “antiguo”, qué fabuloso y
mítico! (pp. 199-200)
Y sobre Miguel Hernández que éste
Era puntual, con puntualidad que podríamos llamar del
corazón. Quien lo necesitase a la hora del sufrimiento o de la tristeza, allí
le encontraría, en el minuto justo. Silencioso entonces, daba bondad con
compañía, y su palabra verdadera, a veces una sola, haría el clima fraterno, el
aura entendedora sobre la que la cabeza dolorosa podría reposar, respirar
(Aleixandre, 1984, p. 205).
Sirva lo anterior de registro histórico y, sobre todo, de
muestra poética de Vicente; testimonio de diálogo y amistad.
La tierra y el océano Atlántico me separan de la calle donde
vivió Vicente Aleixandre en Madrid. Velintonia desapareció porque a raíz de la
concesión en 1977 del premio Nobel de Literatura, la calle llevaría el nombre
del poeta laureado con el máximo galardón, persona cálida que ofrecía su casa
para la lectura y conversación en torno a la poesía. Ahí recibió a una pléyade
de escritores de nuestra lengua, autores que visitaba al poeta para dialogar
con él, para discutir ideas y para leer poesía mientras bebían coñac o sumo de
naranja. Por su hogar, pasaron voces claves para la tradición literaria de
nuestra lengua, deseaban compartir y aprender de un autor de elevada
profundidad estilística, considerado por algunos como poeta surrealista. La
poesía de Vicente Aleixandre reposa en el diálogo atemporal. Sí, ya no se puede
visitar su hogar pero sí su poesía, ahí se podrá siempre dialogar con él;
insigne, permanece quieto sobre el lienzo poético, se ha vuelto luz con su
palabra. Si no me creen, abran sus libros, ahí lo encontrarán como he dicho,
mejor aún, lo verán con la mirada poética del lector.
Referencia.
Aleixandre, V. (1984). Antología esencial. Ediciones
Orbis.
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