La avaricia genocida relatada por Scorsese: Asesinos de la Luna

 


Por José Ramón Narváez

La historia detrás de The killers of flower moon del consagrado Martin Scorsese, es simplemente brutal. En algún punto de la historia tiene tintes de cine social, puede uno sentir el reclamo de justicia. Si aún no la has visto corre a verla.

La protagonista de este relato es Mollie Burkhart perteneciente a la tribu Osage, víctima de una conspiración para despojarla de los bienes que ha adquirido a partir del descubrimiento de petróleo en sus propiedades, al igual que otros miembros de dicho pueblo originario; el plan incluye asesinar a todas aquellas personas que se interpongan, eliminar todos los cabos sueltos que puedan incriminar a los culpables y corromper a un gran número de personas y autoridades; chantajes, manipulación y hasta involucrarse en la cultura y la lengua de la comunidad con tal de lograr el objetivo.

El relato es gradual para sorprender paulatinamente al espectador, que al inicio puede incluso empatizar con los antagonistas, pero conforme se avanza en la historia se va corriendo el velo acerca del principal motor de estos villanos, el dinero. El sueño americano no es para todos, la justicia no es para todos, la inclusión es una simulación terrible e insoportable, “los otros” son menos que cosas son un peldaño en la apresurada carrera para llenar ese vacío permanente que produce la ambición desmedida por el dinero.

Los Osage son desplazados, han sufrido vejaciones en distintos partes del territorio norteamericano, una región que en algún momento era de sus antepasados pero luego los convirtieron extranjeros en sus propias tierras, finalmente los respetan porque tienen recursos que a los blancos les interesan, el orden jurídico podría ser un obstáculo, pero siempre hay manera de superarlo, los Osage siguen confiando en el hombre occidental y su sistema, no pueden creer que esa maldad provenga de sus vecinos; el sistema se pone en marcha, trata de corregir algunas cosas pero el daño está hecho y la reparación no es suficiente. Pero esa sabiduría ancestral permite que el pueblo siga adelante, la escena final es hermosa, sólo el cosmos es capaz de devolver el orden y para ello hay que entrar en sintonía con él como se ha hecho desde siempre, con música y cánticos, sólo así puede haber un poco de justicia, pero seguramente no es la del hombre occidental.


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