El poder de la justicia o la justicia del poder


 

Por Alba Nidia Morin Flores

El análisis del poder, dentro de la literatura en América Latina, ha constituido un tema de especial fascinación. Los escritores en la región se han asomado a las ventanas del poder para observar las dinámicas contextuales del ejercicio del mismo, las incapacidades democráticas de sus respectivos países y de forma crítica han plasmado una serie de reflexiones que hacen posible el conocimiento y comprensión del fenómeno político.

Escritores y escritoras en diversos países de la región tales como Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Isabel Allende, Luisa Valenzuela, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier o Jorge Ibargüengoitia han concebido de manera particular al poder y han plasmado sus dinámicas atendiendo a los procesos histórico-sociales a partir de los cuales entretejen su literatura.

En esta breve entrada, apreciable lector, me interesa concentrarme en abordar el cuento El poder (1968) del escritor nicaragüense Sergio Ramírez Mercado, quien es considerado una de las figuras más importantes de las letras centroamericanas y latinoamericanas, galardonado con el Premio Cervantes en 2017. El cual, como veremos en las siguientes líneas siempre ha estado muy cerca del ejercicio del poder.

Y es que Sergio Ramírez ha tenido una aproximación singular al mismo ya sea para contrarrestarlo - al ser un ferviente opositor de los regímenes autoritarios y encabezar en 1977 el grupo de Los Doce contra la dictadura de Anastasio Somoza -,  para ejercerlo – fue Vicepresidente de Nicaragua en el mandato de Daniel Ortega entre 1985 y 1990-, o bien, para sufrirlo, pues ha sido blanco de persecución desde septiembre de 2021 por el actual régimen dictatorial de Daniel Ortega quien además tiene censurada su novela Tongolele no sabía bailar (2021).

Su cercanía con el poder ha permitido al nicaragüense reflexionar en torno al mismo en diversos escritos, entre los que se encuentran el cuento El poder, materia del presente análisis. Este breve relato es particularmente interesante, en primer lugar, porque concibe al poder como objeto de posesión que se tiene, - la bolita del poder que señaló Ángel Rama- pues desde el inicio señala: “No hay poder duradero sobre la tierra. Todo pasa, todo se borra. Pero en esto no me refiero al poder de don Fulgencio que sí era un poder duradero e imborrable. Un poder palpable a la simple vista”.

A pesar de ello, no deja de lado el ejercicio del mismo, es decir, no solo contempla al poder como objeto, sino como una actividad. En este sentido, dicha actividad y ejercicio se vincula y entrecruza con la labor de la justicia, precisamente porque Don Fulgencio fungía desde hacía siete años como Juez Local. En este orden de ideas, podríamos pensar que la labor de Don Fulgencio es una nimiedad; sin embargo, constituye la parte medular del relato al aparecer vinculada de forma inseparable con la justicia.

La justicia, entonces aparece vinculada estrechamente a la labor del Juez, quien dictaba sentencia de acuerdo a “la medida de cada ajusticiado, de cada litigante”, una justicia revestida de poder, de influencias, de amistades, de hacer y deshacer al antojo de Don Fulgencio, una justicia impartida por quien tiene el poder, pues como dice el relato “…el que manda, manda, decía él”.

Así, el cuento de Ramírez constituye una invitación a la reflexión sobre las añejas vinculaciones entre el derecho, la justicia y el poder, nociones claramente estrechas en gran cantidad de relatos latinoamericanos.


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