La vida secreta del cerebro y la justicia

 


Por José Ramón Narváez H.

El cuento La vida secreta de Walter Mitty, escrito por James Thurber en la década de los 40, dio nombre al llamado síndrome de Walter Mitty, que es la tendencia a soñar despierto para evadirse de la realidad que en algunos casos puede ser preocupante. Sin embargo, todas las personas en mayor o menor grado “soñamos despiertos” y sin romantizar lo que podría ser una enfermedad mental habría que analizar, e incluso aprovechar esta vida secreta de nuestro cerebro.

Puesto que es una facultad con la que contamos, quizá la cuestión sería cómo hacer de ella un área de oportunidad; en la segunda adaptación cinematográfica dirigida y protagonizada por Ben Stiller el “trastorno” termina cuando Mitty encuentra el amor, e inspirado busca una meta grande que le hace notar que puede no sólo soñar sino vivir de acuerdo con esos sueños.

Sigo refiriéndome al film de 2013 en el cual a la par que el protagonista hace su viaje de descubrimiento sufre un despido masivo injusto disfrazado de restructuración. El gran trabajo de Mitty como director de negativos puntual, metódico, de excelencia no es reconocido por su empresa, al contrario, el encargado de la restructuración se burla de su condición y lo acosa laboralmente; pero la reivindicación vendrá por parte del aventurero que no teniendo las ataduras del sistema capitalista que está destruyendo un gran proyecto como lo es la Revista Life impresa, logra un acto de justicia a través de un recurso artístico como lo es la fotografía, dejando a la postre, en la memoria colectiva una imagen que revindica a todos los trabajadores.

Nos ha interesado como generación descubrir esa “vida secreta del cerebro” -mejor aún de la mente-, siempre subempleado, siempre desdeñado, que paradójico porque mientras exaltamos a la razón y le atribuimos super poderes, el cerebro y la mente son temas exóticos y desconocidos.

En el derecho nos damos poco permiso para “soñar despiertos” pero deberíamos hacerlo más seguido, no sólo para evadir o disimular las innumerables injusticias a las que nos enfrentarnos todos los días sino como un acto revolucionario para poderle decir a esa persona prepotente, al propio sistema que nos lastima: sé que es tú trabajo, pero igual podrías hacerlo no siendo un desgraciado.

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