La vida secreta del cerebro y la justicia
El cuento La vida
secreta de Walter Mitty, escrito por James Thurber en la década de los 40,
dio nombre al llamado síndrome de Walter Mitty, que es la tendencia a soñar
despierto para evadirse de la realidad que en algunos casos puede ser preocupante.
Sin embargo, todas las personas en mayor o menor grado “soñamos despiertos” y
sin romantizar lo que podría ser una enfermedad mental habría que analizar, e
incluso aprovechar esta vida secreta de nuestro cerebro.
Puesto que es una
facultad con la que contamos, quizá la cuestión sería cómo hacer de ella un
área de oportunidad; en la segunda adaptación cinematográfica dirigida y
protagonizada por Ben Stiller el “trastorno” termina cuando Mitty encuentra el
amor, e inspirado busca una meta grande que le hace notar que puede no sólo
soñar sino vivir de acuerdo con esos sueños.
Sigo refiriéndome al film
de 2013 en el cual a la par que el protagonista hace su viaje de descubrimiento
sufre un despido masivo injusto disfrazado de restructuración. El gran trabajo
de Mitty como director de negativos puntual, metódico, de excelencia no es
reconocido por su empresa, al contrario, el encargado de la restructuración se
burla de su condición y lo acosa laboralmente; pero la reivindicación vendrá
por parte del aventurero que no teniendo las ataduras del sistema capitalista
que está destruyendo un gran proyecto como lo es la Revista Life impresa, logra
un acto de justicia a través de un recurso artístico como lo es la fotografía,
dejando a la postre, en la memoria colectiva una imagen que revindica a todos
los trabajadores.
Nos ha interesado como
generación descubrir esa “vida secreta del cerebro” -mejor aún de la mente-,
siempre subempleado, siempre desdeñado, que paradójico porque mientras
exaltamos a la razón y le atribuimos super poderes, el cerebro y la mente son
temas exóticos y desconocidos.
En el derecho nos damos
poco permiso para “soñar despiertos” pero deberíamos hacerlo más seguido, no
sólo para evadir o disimular las innumerables injusticias a las que nos enfrentarnos
todos los días sino como un acto revolucionario para poderle decir a esa persona prepotente, al propio sistema que nos lastima: sé que
es tú trabajo, pero igual podrías hacerlo no siendo un desgraciado.
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