Un poema de Hannah Arendt

 


Manuel de J. Jiménez Moreno

 

Sin duda, en el ámbito de la filosofía política es ampliamente conocido el legado de Hannah Arendt (1906-1975), quien fue una de las intelectuales más relevantes del siglo XX. Su vida y obra incluso fueron llevadas al cine en la cita Hannah Arendt, dirigida en 2012 por Margarethe von Trotta. Entre sus libros más famosos se encuentran Los orígenes del totalitarismo (1951) y Eichmann en Jerusalén (1963). Este último, donde desarrolla su famosa tesis sobre la banalidad del mal, le valió desencuentros con la comunidad judía, de la que era parte, y con cierto sector de la opinión pública que leían en sus ideas una ruta justificatoria de la atrocidad nazi y una argumentación en favor de la imputabilidad del oficial alemán.

            Sin embargo, hay otros textos gravitando en su obra que no han merecido la misma atención, como sus cartas y apuntes. Entre este tipo de escritura, valdría la pena revisar sus poemas que, si bien son de diversa calidad y temática, operan como un complemento de su formidable pensamiento vertido en prosa filosófica. Estos se encuentran en Ich selbst, auch ich tanze. Die Gedichte, que fue publicado al español como Poemas por la editorial Herder en 2017 con la traducción de Alberto Ciria. Allí se dice “que los poemas que escribió Hannah Arendt, (…) que al igual que su obra filosófica y teórica surgieron de «tiempos sombríos», más allá de la cuestión de su originalidad y autenticidad, tratan de trascender la «cárcel de la mera conciencia» y de abrir un espacio para el diálogo (consigo misma)”. En concordancia con esta cita, se transcribe el siguiente ejemplo:

 

[26] [SIN TÍTULO]

La tristeza es como una luz encendida en el corazón.

La oscuridad es como un resplandor que sondea nuestra noche.

No tenemos más que encender la pequeña luz del duelo

para hallar el camino de regreso a casa atravesando la vasta y larga noche, como si fuéramos sombras.

Bosque, ciudad, calle y árbol están alumbrados.

Bienaventurado aquel que no tiene patria, porque la verá en sueños.

 

            El poema, desde los primeros versos, maneja un juego de dicotomías a nivel simbólico, donde la antítesis y el oxímoron se activan de diversas formas e intensidades. En sí, palabras como «noche», «corazón», «tristeza», «oscuridad», «resplandor», etc., pueden lucir como lugares comunes en una lectura rápida. Sin embargo, poco a poco, los sustantivos van abriendo una profundidad semántica en armonía con diversas tradiciones líricas occidentales. La negrura que se vuelve luz, donde se cruza esa «larga noche», es un tópico de la tradición mística. Hay también una lectura política a partir del procesamiento del dolor y la adversidad que finalmente se convertirán en materia de la tierra prometida. Arendt se reconcilia con la tradición semita, pues habla de los bienaventurados y la patria onírica que sin duda se aproxima a la utopía, pero también a la “patria de justicia” que imaginó Henríquez Ureña durante esa misma época.

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