El análisis de un soneto de Lope. Una visita grupal
Por
Manuel de J. Jiménez
Hace algunos años rescaté en Dioses
procesales (https://www.sijufor.org/uploads/1/2/0/5/120589378/dioses_procesales.pdf)
un soneto de Lope de Vega del que tomé la expresión para el título de esta
antología iuspoética sobre el barroco hispánico. El poema en cuestión se puede
identificar con su primer verso: “Pleitos, a vuestros dioses procesales”. El
tema y el tono son oro puro para los estudios de derecho y literatura. Además
de su vigencia en nuestro sistema jurídico, algunos tropos y metáforas son
sumamente familiares y la composición cierra con una burla al tópico de la dama
de la justicia. El soneto lo hemos analizado en varios cursos, pero hasta ahora
sucede en la asignatura optativa de la que se puede sacar más provecho. Basta
con revisar las interpretaciones de l@s estudiantes.
“Con ‘dioses procesales’
considero que se refiere sarcásticamente a los abogados que se sienten más
importantes que el resto de las personas”. Pero no se trata de cualquier
abogado petulante, sino de aquellos que resuelven nuestros conflictos, donde a
veces está involucrado nuestro patrimonio o vida. En uso de la fe, “confiamos
en los jueces nuestros asuntos o problemas ya que ellos son los dioses
procesales”. Todo se agrava cuando la voz ignorante –lego dirían en el juzgado–
intenta racionalizar las cosas, porque se entiende desde el inicio que “el
punto donde se narra es para las personas que no son propiamente litigantes o
abogados postulantes”. Esas deidades resultan inasibles pues, como sufrirá
siglos después la K de Kafka, “no vislumbramos o conocemos a ciencia cierta
quién imparte justicia”. Son los litigios los que nunca terminan, alargándose ad
infinitum. Esto, en rigor, también ocurre “porque nunca se acaban los
jueces, parecen inmortales”.
Hay una triste consecuencia en
todo ello: se menguan el ánimo, el dinero y el tiempo. La judicialización de la
vida es de lo más perjudicial, dice el poeta. En suma: “el pleito es ruina que
destruye a las personas involucradas”. Por otro lado, la palabra notomía
llama la atención en el segundo cuarteto. El recurso puede lucir como el
antepasado del meme del esqueleto hundido en la piscina con la madre e hijos en
la superficie. De este modo, “la esperanza se queda en los huesos, en la
nada ante la espera de la justicia, que evidentemente siempre se dilata”. Hay
una posible paradoja que se traduce en padecer un “desasosiego debido a la
propia injusticia que conlleva el hacer justicia”.
Sobre la imagen “monte de papel y
de invenciones” del noveno verso, metáfora del derecho positivo o judicial, se
entiende como “el proceso que son ‘puros inventos’ no importando que hay buenos
doctrinarios”. Esos son Dino, Baldo y Jasón, más bien considerados
jurisconsultos o autoridades en el siglo XVII. Hoy podríamos actualizar la
triada así: qué importan Ninos, Kelsens y Taruffos. La historia nos ha
remarcado sobre los documentos que “quien hace la ley, también la viola”. Para
nuestro infortunio, el poema es un registro literario de las “artimañas legales
que se han inventado y se inventan día a día”. Si el discurso se sofistica, desde
una postura iusrealista se puede afirmar que “el derecho se compone de
decisiones y no importa desde su perspectiva lo brillantes que puedan ser
algunos juristas, quien toma la decisión final es el juez”.
En conclusión, pareciera que “La
justicia en lugar de formar parte de la solución, forma parte del problema”.
Pese al manoseo, la dama de la justicia llega doncella a la cama nupcial. Este
movimiento de grandes vuelos técnicos entre abogados y jueces tergiversa el
asunto, ya que siempre “existe la dificultad para que la verdad y la justicia
se mantengan intactas en un contexto legal tan corroído”.
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