Cristina Peri Rossi y la poesía del exilio

 



Diana O. Mejía Hernández

Como en diversos países de América del Sur, la década del setenta fue un periodo que estuvo marcado por fuertes represiones sociales, políticas de censura a los medios de comunicación y la cultura, así como por profundas violaciones a los derechos humanos. En el caso de Uruguay, el golpe de Estado de 1973 tuvo un alto impacto en las generaciones literarias de la época que desde los años 60 se vio reflejado en la nueva narrativa uruguaya, contexto en el que ya se vivía un clima de agitación política debido a las distintas represiones a militantes de izquierda, sindicalistas e intelectuales percibidos como una amenaza para el régimen.

El 4 de octubre de 1972, un año antes de que se suscitara la dictadura cívico-militar en el país, Cristina Peri Rossi es obligada a abandonar Montevideo por considerarla una amenaza a la seguridad nacional y debido a que su obra hasta ese momento publicada asumía un compromiso en favor de la libertad y la justicia social. Sus libros son censurados y ella, silenciada. Ya en Barcelona, destino en el que se instala sin haberlo deseado, comienza su labor literaria que explora temáticas sobre la pérdida de la identidad, el exilio y la resistencia contra el poder.

En 1973 escribe Estado de exilio, un poemario donde la autora aborda de manera íntima y reflexiva – a través de su voz política y feminista – las experiencias de aquellos que han sido forzados a abandonar su patria. En su poema “Los exiliados”, se expone lo que realmente representa el exilio. La poesía cruda e irónica que Peri Rossi nos entrega opera como una reconstrucción crítica de la realidad de las dictaduras y representa un compromiso por comprender la situación de aquel que pierde su identidad.

«Persiguen por las calles/ sombras antiguas/ retratos de muertos/ voces balbuceadas/ hasta que alguien les dice/ que las sombras/ los pasos las voces/ son un truco del inconsciente/ Entonces dudan/ Miran con incertidumbre/ […] Hablamos lenguas que no son las nuestras/ andamos sin pasaporte/ ni documento ni identidad/ escribimos cartas desesperadas/ que no enviamos/ somos intrusos desgraciados».[1]

El libro de poemas de la escritora se convierte en un doloroso espacio testimonial donde se exploran las experiencias humanas en el exilio. La pluma poética de Peri Rossi recuerda el dolor de haber perdido tu lugar en el mundo, pero es también un espacio de resignificación y valentía, de memoria y conciencia hacia los desterrados, aquellos olvidados que perviven a través de la literatura.

Años más tarde, Peri Rossi se traslada a París y conoce a Julio Cortázar, con quien sostiene lazos inquebrantables de amistad. En uno de sus quince poemas dedicados a “Cris”, Cortázar recuerda sus travesías con la poeta uruguaya: «Mi exilio es menos duro,/ le sobran las defensas,/ pero cuando te llevo de la mano/ por una callecita de París/ quisiera tanto que el paseo se acabara/ en una esquina de Montevideo/ o en mi calle Corrientes/ sin que nadie viniera/ a pedir documentos».

En mis recuerdos camino por las calles frías de Montevideo y entonces escucho su voz, y la de Onetti y la de todos aquellos que fueron silenciados y arrancados de su tierra.

 

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