Una noción de cultura jurídica

 



Por Edgardo Barona Durán

Cuando uno está inmerso regularmente en un entorno las cosas dejan de ser sorprendentes, quizás por normalización. Muchos extranjeros que conocen México quedan maravillados por su diversidad cultural, menguada como está, conservando aun así mucha de su riqueza, además de capacidad de asombrar. 

Esta situación es consecuencia de la particular historia que precede al Estado-Nación que a partir de 1821 se dio autodenominó Estados Unidos Mexicanos, producto de su previo materialismo histórico que llevó a los habitantes prehispánicos de este territorio a consolidarse como un imperio, para en algún momento ser colonizados y luchar posteriormente por una cierta emancipación (que no es seguro del todo si hemos conseguido). 

Es un tanto complicado como arriesgado pronunciarse sobre la existencia de “culturas puras”, pero en el caso de las culturas americanas, la consecuencia del choque colonizador vivido con los europeos nos hace más evidente notar que para los moradores de estos territorios el mestizaje, tanto racial como cultural, haya influido en la diversidad de culturas que prevalecen hasta nuestros días. 

Por lo que concierne a México (aunque esta situación es muy similar en otras latitudes centro y suramericanas pues los procesos de dominación fueron parecidos), la colisión y conquista cultural fue de la mayor relevancia, pues el conquistador intentó aniquilar la cosmovisión de los nativos mediante la destrucción de códices, lenguas, ídolos, rituales y formas de gobierno, por mencionar algunos rubros, dejándolas en cenizas a partir de las cuales habría de conformarse la Nación que hoy llamamos México.

A partir del movimiento armado conocido como “Independencia de México” nuestro país intentó romper las cadenas, por lo menos de mando y tributarias, con el gran Imperio que alguna vez llegó a ser España, el cual dejó estructuras que serían difíciles de romper (como la encomienda o las alcabalas) para ceder paso al trabajo de definir ¿qué es lo mexicano?, para lo cual primero se libraron importantes batallas por el poder así como para alinearse a la expectativa de los modernos Estados-Nación, y por ende, imponer un sistema jurídico (un mestizaje en sí mismo del derecho romano, el derecho español, el derecho francés y hasta el estadounidense) que cohesionara las distintas estructuras que conforman un Estado. 

Es por ello que parte del siglo XIX fue resolver el cuestionamiento de cómo generar identidad en los tan diversos habitantes y cosmovisiones de este territorio, para lo cual recurrir al pasado se presentaba como una vía idónea para lograrlo, y fue así como se empezó a dotar a las pirámides de un valor identitario que pudiese ser recibido por los diversos grupos, para lo cual, una vez establecido el sistema jurídico que habría de imperar, se empezaron a generar las primeras leyes encaminadas a la designación y protección de lo que hoy referimos como monumentos históricos. 

Si la cultura es un entorno que nos rodea y que habitamos de diversas maneras, sus vehículos hacia los individuos son los bienes culturales, a veces artísticos, en ocasiones sistemas de conocimientos, en otras comportamientos, cuya diversidad es tan vasta que es preciso promover el diálogo intercultural a partir del respecto de la multiculturalidad, y la disposición de compartir los puntos de encuentro positivos y benéficos que promuevan la comprensión y la cohesión social, en aras de un mundo armónico y pacífico. Por ello, la Unesco ha organizado diversas Conferencias Intergubernamentales relacionadas con políticas culturales y desarrollo sostenible, de las cuales dos se han llevado a cabo en México, situación que aunado a la gran diversidad cultural que posee lo sitúa como una capital mundial de la cultura, en las cuales se han adoptado una serie de principios y planes de acción para colocar a la cultura en el centro del desarrollo como consecuencia de su vínculo con la educación, los cuales como humanidad debemos procurar fortalecer en aras del respeto a la multiculturalidad, la cohesión social, la paz y el desarrollo sostenible.

Para José Ramón Narváez Hernández, el Estado no está necesariamente implicado por la comunidad, ya que ésta es tanto anterior como superior a éste, y desde el aspecto antropológico, se traduce en responsabilidad y compromiso. Para este autor 

la persona se desarrolla y alcanza su plenitud en comunidad, tiene aportaciones a una sociedad determinada, posee una función que lo identifica y lo liga a la misma, le da protección y le otorga identidad. Por tanto, lo más importante en esta relación es el compromiso, detrás está una idea ética, subyace un nexo entre la persona y el mundo, el hombre es administrador de su entorno y por ello tendrá que rendir cuentas. El derecho surge entonces de la necesidad de regular y garantizar este compromiso en el entendido de que todos los miembros de la comunidad tienen un compromiso propio, insertar la igualdad formal por la fuerza en este esquema, resulta artificial y altamente dañino.1 

Consideremos cómo en la actualidad esta aproximación al derecho, a la norma, no es la que impera. La sociedad en general no lo percibe como un regulador social cuyo fin es generar la armonía, la coordinación, la cooperación y la justicia social, sino como mandatos que han de ser obedecidos salvo pena en contrario. Retomemos la idea de que en las ciencias culturales (en este caso socio-jurídica) las conexiones que se dan entre los símbolos (las que en ocasiones ya vienen cargadas de un contenido axiológico) no solo crean significados, sino conductas (y cómo muchas veces los primeros son la causa o motivo de las segundas), el elemento valorativo determina como consecuencia las buenas conductas (o, su ausencia, las malas).

A partir de trazar la multidimensionalidad que nos conforma, tal como la dignidad, la equidad económica, una mayor observancia y acceso tanto a la justicia como la cultura podríamos intentar dirigirnos hacia un mundo más pacífico, sustentándonos en las luchas históricas que nos han mostrado que la libertad, la igualdad, los derechos colectivos, a la salud, la educación, el trabajo, un medio ambiente sano y otras más ya mencionados, podríamos procurar generar una realidad más benigna para la mayor cantidad de población posible, y para ello, apoyarnos en medios que nos sirvan para describirnos, vernos reflejados, analizarnos, criticarnos con la finalidad de aprender desde lo ideal con el objetivo de imaginar y materializar un mejor mundo, por lo que la cultura, en sus múltiples manifestaciones como el lenguaje, los libros, la pintura, la danza, la cinematografía, el audiovisual e incluso los cómics y demás formas de expresión cultural, nos puede servir como un vehículo que pueda fortalecer el diálogo intercultural que nos sirva para habitar cada vez más armónicamente, para lo cual es necesario esforzarnos en generar un mejor balance entre los derechos individuales y económicos con los derechos colectivos y de desarrollo sostenible. 

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 1. Narváez Hernández, José Ramón, Cultura jurídica, México, Porrúa, 2010, p. 4

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