¡Haz derecho! Epístola a un estudioso del derecho

 

Por Gustavo Eduardo Castañeda Camacho

 

“…Ius est ars boni et aequis

(el Derecho es el arte

 de lo bueno y lo justo)….”

Celso

 

Suena el despertador, son las 5:00 de la mañana, antes de que estires la mano para apagarlo, tu mente comienza a decirte que es muy temprano, que deberías continuar acostado, que afuera está muy oscuro y hace demasiado frío. Agarras fuerza y dispones no permanecer tumbado en la cama, tu cuerpo protesta, pero tu mente estoicamente finge no percibir fatiga. Dentro de ti una centena de voces claman que desactives la alarma y te dejes abrazar por Morfeo y regreses al mundo onírico de Hipnos; sin embargo, no solicitaste ninguna sugerencia u opinión de esa resistencia.

La voz que sentenciaste cumplir, es el grito del desafío y del estudio de la ciencia del Derecho, la misma voz que te dijo que existe un fuerte argumento por la que unas horas antes, ajustaste la alarma. Tu juicio y razón son trascendentales. Así que te preparas, tomas tus libros, te adscribes a una norma fundamental: superarte académicamente.

Tienes mucho que hacer y nada de ello lo puedes soslayar. ¡Bienvenido al hábito! Cada día te enfrentas a una controversia jurídica, que se bifurca entre ser un científico social o un leguleyo, ser un jurista o un albañil jurídico. Cientos de centros de estudios y pseudo universidades te ofrecen una vía de per saltum, te dan como garantía la gloria del Olimpo Jurídico, aunque sabes que todas esas promesas son nugatorias.

La cuestión es que te destinas a escalar una pirámide, que no tiene una escalera normativa. Has depositado tu voto en la urna de la Ciencia del Derecho, rechazaste los machotes y los grados académicos de fácil obtención, a lo que muchos denominan la ley. ¡Bien! Es el comienzo de un camino extenso, con omisiones y lagunas, cosa a la que no le otorgas algún tipo de jerarquía. La sublimidad del Derecho es lo que más anhelas. Cada libro que lees, jurisprudencia o doctrina representa tener que conocer y estudiar siempre uno más, de investigar y de encontrar otros conocimientos.

Ya estás en la senda del Derecho, y no es el momento para distraerte con cosas sin relevancia, preferiste quedarte en la biblioteca cuando todos se fueron de fiesta, tus relaciones y vida personal las llevaste al ostracismo para atesorar un idilio superior con el Derecho, ya que para ti es como todas las mujeres en una.

Estás escribiendo una epopeya, en la que narras las hazañas y las batallas que libras ante una contraparte que no ves, pero que puedes sentir, lo percibes con el agotamiento de tus ojos, al parpadear en las madrugadas, al estudiar con tu lámpara, mientras todos duermen. Ya es la sexta taza de café en los albores del día. Te llenas de dudas y tus miedos desean devorarte, están vestidos como jueces, preparados para pronunciarse acerca de tus derechos y obligaciones.

Apabullado, recuerdas las enseñanzas de los grandes juristas con los que has intercambiado impresiones o que has leído y conversado en ilusiones, así que preparas tu apología, entrelazas tus argumentos, pruebas y testimonios para alzarte victorioso y laureado en el proceso. Un triunfo que te redime del anquilosamiento de peregrinas y prosaicas alteraciones.

Comprobaste que esos señores con toga opaca y larga están lejos de ser indomables. No olvides, esto es el hábito. La gran odisea entre tu mente y tus genios malignos que intentan engañarte y persuadirte sistemáticamente, quienes te susurran al oído: “el Derecho no sirve para nada, deja de perder el tiempo, jamás podrás elaborar una obra que sea digna de ser estudiada en todo el mundo”.

Ahogas el murmullo de la vacilación con el retumbo de tus propios pensamientos jurídicos. Ardes en la lucha contra el formalismo y de los conceptos decimonónicos del Derecho. Dura lex, sed lex, es un aforismo que ya no tiene validez ni eficacia. Tienes presente en todo momento, a esa despiadada y desalmada amante que ha turbado a un número inconmensurable de juristas que han propugnado por un Derecho sin Derecho y a una Justicia sin Justicia, pero estás convencido de que, aunque todas las constituciones con principios se conviertan en cenizas, el Derecho siempre se hablará.

Esa corriente atávica, busca desesperada el punto débil para demoler la armadura teórica de la unidad de los valores éticos y morales, como buen erizo te defiendes con las filosas púas axiológicas de tu cuerpo. Así, que mientras el zorro oculto en el discurso hegemónico del conocimiento trata cazarte. Tu le haces la siguiente pregunta: ¿esa es toda tu crítica? Sigues aprendiendo día tras día, en las aulas, con las disertaciones de tus profesores, en las discusiones con tus compañeros de viaje.

Evitas al Derecho, que redujo la complejidad de la vida jurídica a la seguridad de la dogmática, y redescubres al mundo filosófico y sociológico en busca de la prudencia perdida. En lo que concierte a tus posibilidades haces todo para tener la indumentaria epistemológica y metodológica para estar a la altura de la comunidad científica. Plantarte al único real antagonista de tu travesía en el Derecho, tu mismo, lograr el señorío y dominio de tu persona, derrota de la desidia y triunfo del albedrío.

Ahora, lleva ese conflicto a una región hostil, pues quieres ser un prudente en un coliseo lleno de jurisprudentes, ambicionando alcanzar el mismo fin, con un hambre impaciente jamás vista, que refiere que el Derecho y el saber son lo único por lo que vale la pena vivir. Todo hombre por naturaleza tiene el deseo de saber.

Así, que definitivamente confías en esa primera voz del día que te dice: puedes estudiar con mayor ahínco y puedes construir mejores teorías. Que para ti, lo que se consideran leyes y sistemas sin refutación, no son más que simples sugerencias filosóficas. La fortuna y la buena suerte es lo que menos deseas, no crees que los óptimos estudios y análisis del aprendizaje humano sucedan arbitrariamente, el cultivo intelectual con asiduo, para ti, es por otro lado, lo esencial.

Sabes que eres lo que haces repetidamente y que la excelencia y erudición jurídica no es un acto, es un hábito. Ya decidiste, estás consiente, todo depende de ti.

 

¡Así que apaga el despertador, asciende y haz Derecho!

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