La justicia ciega y patas arriba

 


                                                                                                                  Por Alba Nidia Morin Flores

Sucedió un lunes 13 de abril de 2015 en Montevideo; el poeta, ensayista, escritor y periodista Eduardo Galeano creador de obras como Las venas abiertas de América Latina, Memoria del Fuego, El libro de los abrazos, Días y noches de amor y de guerra o El cazador de historias, abandonó el mundo al extinguirse ese fuego que “ardió a la vida con tantas ganas que no se pudo mirar sin parpadear”

A pesar de su muerte, todos los lectores de su producción literaria y periodística quedamos encendidos. Y es que, cómo no hacerlo ante un escritor cuya literatura nombra lo olvidado, da voz a los “nadies”, a los “desparecidos”, a aquellos que ninguno recuerda. Fue precisamente ese compromiso político que lo hizo permanecer en el exilio durante algún tiempo. Sin embargo, su literatura atravesó fronteras geográficas y temporales al permite la reflexión y el análisis sobre diversos tópicos de nuestras sociedades actuales.

En esa tesitura, quisiera rescatar un escrito del año 2009 titulado Disculpen la molestia ¿es justa la justicia? En donde Galeano cuestiona uno de los valores más perseguidos por gran parte de las sociedades a lo largo del tiempo: la justicia. Si bien, ella aparece como un valor deseable por las llamadas sociedades democráticas, para el uruguayo, en la actualidad esta es ciega de un ojo y anda de cabeza en un mundo donde los papeles entre justos e injustos se han invertido.

El poder de las empresas trasnacionales, el imperio económico y político de las naciones a nivel internacional, la militarización e invasión de los pueblos por parte de potencias mundiales en la búsqueda de extracción de recursos naturales evidencian acciones injustas, que van contra todo sentido común, pero son evaluadas como la apoteosis de justicia.

La extensa lista de “actos justos” señalados por el autor advierte que detrás de los discursos de “paz” se halla la guerra, detrás de la defensa de la vida se encuentra la muerte, pues los “amos” del mundo son quienes determinan lo que debe entenderse por dichos términos, incluso por justicia. Así, se criminalizan las acciones de los trabajadores, de los indígenas, de los pobres y se protege a los dictadores, a los políticos ladrones, a todos aquellos que saquean y hacen negocio con el armamento militar y el consumo de drogas.

Dichos planteamientos encuentran eco en eventos que hoy por hoy son noticia internacional, como el caso del Senador Lindsay Graham en Estados Unidos que aboga por declarar como terroristas a los carteles de la droga en México e impulsa el envío de militares estadounidenses a nuestro país. Situación que exige analizar “el país que más drogadictos contiene, ¿qué autoridad moral tiene para condenar a quienes abastecen su demanda?” ¿No sería más factible legalizar la droga?

En fin, Eduardo Galeano nos recuerda que “la justicia solo muerde a los descalzos” y que el poder de evaluar los hechos, acontecimientos y conductas pertenece a las trasnacionales y a las sociedades económica y políticamente fuertes no a aquellas a las que históricamente se les ha despojado de todo, incluso, de la palabra

 

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