La justicia habita en una vecindad
“Por vivir en
quinto patio…”
Luis Alcaraz.
Memorias de vecindad
Nací
y crecí en la Morelos, colonia que históricamente goza de mala fama, en la
Ciudad de México actualmente está considerada como una de las zonas de mayor
índice delictivo. De niño no me daba cuenta de muchas de las cosas malas que
ahí sucedían, recuerdo que para ir a la primaria Fray Melchor de Talamantes,
debíamos dar vuelta en la calle que lleva el nombre de Manuel Doblado, ilustre
abogado y militar mexicano que participó en la guerra de reforma, esto lo
aprendí muchos años después, en ese entonces para mí era la calle en donde
había un pequeño y lúgubre hotel en el que curiosamente algunas señoras cuyo
volumen corporal contrastaba con lo pequeño de sus ropas, pasaban interminables
horas paradas esperando no tenía idea qué o a quién, eso también lo comprendí
muchos años después.
Mi
abuela era el eslabón que mantenía unida a mi familia, Carmen López era una
mujer de otro siglo, su educación concluyó al tercer año de primaria, pronto
descubrió que si ella y su madre querían comer algo más que una taza de café
negro, era necesario trabajar.
Era
una mujer con una instrucción escolar baja, pero con una inteligencia práctica
muy alta, siempre cargaba conmigo a donde quiera que fuera, cuando teníamos la
posibilidad de tomar un taxi, mi abuela tenía prohibido decir al conductor que
vivíamos en la Morelos, se limitaba a decir:
- “vamos a la colonia
centro”.
La
verdad es que mi abuela no lo ocultaba por vergüenza, lo hacía por estrategia, pocos
taxistas se atrevían a llevarnos, en más de una ocasión alguno nos dejó en la
frontera de la colonia.
Hasta
antes del inolvidable terremoto del año de 1985, en esa colonia existían muchas
vecindades. Estas construcciones eran únicas en su tipo, las había de todos
tamaños y por su puesto para todos los bolsillos.
Nosotros
éramos de los afortunados, nuestro inmueble tenía baño en el interior. Sin
embargo, algunas de estas vecindades tenían letrinas compartidas y en ocasiones
incluso regaderas comunitarias, esto llegó a ocasionar más de un malentendido,
esto sucedía porque no faltaba el vivo que conocía los horarios en los que alguna
vecina tomaba su baño, así que desde la azotea tomaba una posición privilegiada
para no perder detalle.
Para
tener agua caliente era necesario alimentar
los calentadores con unos ladrillos de aserrín comprimido bañados en
petróleo a los que conocíamos como “combustibles”, estos los vendían en casi
todas las tiendas del barrio, mi abuela nos mandaba a comprarlos junto con una
cajetilla de cigarros Del Prado, que eran los que mi abuelo acostumbraba a
fumar.
Existían
vecindades que tenían fama por diferentes razones, estaba por ejemplo la
pirámide, una vecindad obscura y muy antigua sobre la cual se decía que tenía
un paso subterráneo secreto que daba directamente al zócalo, nunca lo comprobé,
estaba también la “Bella Elena”, una vecindad enorme, con muchos pasillos y
tristemente famosa porque algunos de sus habitantes se dedicaban a asaltar
peatones, en su huida entraban por uno de los pasillos y encontrarlos era poco
menos que imposible.
Recuerdo
que una de las vecindades cercanas a la mía cobró notoriedad por la acción
colectiva que los vecinos emprendieron para salvar a una mujer del constante mal
trato de un sujeto al que ella misma llamaba “mi viejo”, no puedo sacar de mi
memoria esa escena.
Un
domingo a medio día, mientras disputaba con mis amigos de un aguerrido
encuentro de fútbol con una pelota semi ponchada, escuchamos al lado de nuestra
vecindad los gritos de una mujer que estaba siendo golpeada por “su viejo”,
para nosotros no era una escena extraña ya que por desgracia esto sucedía de
manera regular, así que en realidad estábamos inmersos en cobrar un penal para
definir al campeón de goleo.
Los
gritos subieron de intensidad, mis amigos y yo nos asomamos rápidamente a la
vecindad vecina para averiguar más, pude advertir que doña Maritza, una
habitante de esa vecindad, dedicada a la venta de quesadillas, cansada de esta
situación tocó con energía la puerta para pedir amablemente al agresor que
detuviera sus ataques:
-la
vas a matar pendejo.
Un
hombre abrió la puerta y sin saberlo, estaba a punto de cometer uno de sus
mayores errores en la vida, con mucha decisión contestó:
-chingue su madre, ¿a usted qué le importa?
Los
mexicanos somos un pueblo que tiene una voluntad y aguante inverosímil,
soportamos muchas calamidades, tenemos un fuerte espíritu de solidaridad con
aquel que se encuentra en desgracia, en el fútbol queremos que gane el equipo
que consideramos más débil, no obstante, caminamos sobre un piso de cristal
cuando de la madre se trata, si alguien te mienta la madre, en el tono y con el
tacto indicado, en ese momento el piso se rompe, en ese justo momento se rebasa
una barrera de la que ya no hay regreso.
El
hijo de Doña Maritza salió de su cuarto y sin mediar palabra soltó un tremendo madrazo
de derecha que hubiera sido la envidia de Julio César Chávez, su puño impactó
de lleno en la cara del agresor, éste intentó responder pero de pronto, no me
pregunten de donde o cómo, una turba de vecinos ya lo tenían en el piso, lo
desnudaron, lo arrastraron hacia la calle y le dieron una auténtica paliza,
armados con escobas, sartenes, piedras, mentadas de madre y lo que la
imaginación alcance a crear, el agresor quedó inconsciente.
Las
vecinas eran las más enojadas, le reclamaban a un cuerpo inerte, “para que
aprendas a no pegarle a una mujer” le decían mientras le daban un “patín” a
manera de despedida. Pronto llegó la policía, comenzaron las averiguaciones,
pero como es costumbre en el barrio, “nadie vio nada, nadie hizo nada, nadie
quiere pedos”, Fuente Ovejuna versión la Morelos.
Una
ambulancia se llevó al agresor, nunca más supimos de él, la mujer víctima de la
agresión a las dos semanas se cambió de cuarto y pronto quedó como una historia
más de las que suceden en la colonia. Pronto las cosas volvieron a su ritmo
habitual, esa tarde, por cierto, perdí el título de goleo y con ello me gané
las burlas de la palomilla.
Justicia
a la mexicana
La
historia que he relatado forma parte de una serie que he titulado crónicas de
la justicia, el objetivo principal es realizar una serie de reflexiones respecto
a un concepto que desde hace tiempo nos ocupa, la Justicia, para ello me apoyaré
en ejemplos coloquiales sobre actos que ocurren en la vida de la Ciudad de
México.
La
escena utilizada de manera didáctica da muestra la manera de actuar de una
turba enojada que reacciona con absoluta irracionalidad y de manera instintiva,
no piensa, simplemente responde ante actos que considera son “injustos” y que
requieren una solución expedita. Este ejercicio práctico nos obliga a realizar
una serie de preguntas cuya respuesta no me atrevo a realizar, lo que en
realidad me dejaría satisfecho es que el lector llegue a sus propias conclusiones.
La
Justicia es un concepto que hemos construido mediante acuerdos sociales, es un
lego mental que ocupa un espacio en la conciencia de las personas y por
supuesto en la conciencia colectiva de una sociedad, esto podría explicar
porque cada uno de nosotros desarrolla ideas sobre actos o situaciones que nos
pueden parecer justos o injustos, sin embargo, para que prevalezca un orden
social mayoritariamente aceptado, se ha dado un lugar preponderante a la
conciencia colectiva de lo que debemos entender por Justicia.
En
nuestro ejemplo podríamos destacar que la golpiza que el hombre daba a su
pareja no sólo es un acto reprochable, sino que constituye un delito
sancionable por las leyes penales, del mismo modo, la golpiza que éste sujeto recibió
a manos de sus propios vecinos es un acto incomprensible y constituye también
un delito. ¿Por qué entonces la mayor parte de la gente podría estar de acuerdo
en que el sujeto se merecía esta golpiza? ¿por qué se justificaría la golpiza
grupal a un agresor de mujeres? ¿se necesita del derecho para que la justicia
exista? ¿se requiere de un complejo andamiaje institucional para que la
justicia aparezca?
En
este punto comienza la complejidad, si entonces actuamos a partir de una
coordinación conceptual colectiva, ¿por qué las resoluciones o sentencias de
los órganos encargados de impartir justicia en muchas ocasiones dejan la
sensación de que no realizan esta tarea de manera adecuada? Claro está que en
un litigio siempre habrá dos partes, y no pueden ambas obtener sus
pretensiones, siempre habrá un vencedor y un vencido.
En
la búsqueda de la tan anhelada justicia, partamos del supuesto que los órganos
impartidores son sólo una parte de la ecuación, el cuerpo legal que aplican es
perfectible, no hay códigos o leyes perfectas o que contemplen todas las
hipótesis posibles, la impartición de justicia es una responsabilidad
compartida, es una tarea que debe ser complementada por el poder legislativo, ante
los vacíos legales la interpretación judicial cobra importancia, sin embargo, esta
debe ser realizada con absoluta y total transparencia, explicando los
argumentos y las razones de porque se llegó a esa conclusión y no a otra, la
percepción negativa que la gente tiene de las instituciones impartidoras de
justicia sólo puede ser revertida con razones, con un trabajo honesto, evitando
espacios de sombra o sospecha, la confianza en la justicia sólo se logra con la
develación de la verdad.
Vamos
al caso concreto, el agresor de mujeres desplegó una conducta a todas luces
reprochable, pueden ser muchos los detonantes que activaron la justicia colectiva,
quizá los vecinos avisaron en más de una ocasión a la autoridad competente,
posiblemente en más de una ocasión intentaron dialogar con el agresor para que
detuviera su conducta, o con la víctima para que denunciara, no lo podemos
saber, lo que si conocemos es que la mentada de madre resultó la mecha que
encendió la furia colectiva. Aquí entramos al campo de los valores, ¿la
decisión que los vecinos tomaron es buena, es mala, es justa, es injusta?
Lo
que queda claro es que la justicia no debe tomarse a la ligera, no debe tomarse
en propia mano, aceptar este tipo de conductas nos llevaría a un caos, a un
ambiente en el que se terminaría de imponer la ley del más fuerte, lo cual es sin
lugar a duda un retroceso en el reconocimiento y protección a los derechos
humanos y un fracaso en el sistema de justicia.
No
debemos normalizar la violencia, subrayo, la violencia no se justifica, en
ninguna circunstancia, la ley del ojo por ojo y diente por diente terminaría
por dejar a un país con millones de tuertos y chimuelos.
Por
acá nos leemos…
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