La cultura pedagógica

                                                                   


                                                                                                                             Por: Jorge Arturo Reyes

Toda teoría es gris,

y verde el árbol de oro de la vida.

Goethe.

 

Con un telar inadvertido para los miembros de la sociedad pasiva, educación y cultura entretejen la formación de los integrantes de una comunidad, debido a que la cultura educa y la educación cultiva. A todas luces es evidente que una sociedad educada, fortalecida por rubros culturales –entendidos como una plataforma que permite la construcción de andamiajes que impactan en la forma de entender el mundo–, es necesaria para la integración de una nación democrática y libre.  Asimismo, la educación es un principio implícito en la generación de la mayor expresión estética de la cultura: el arte.

Por otro lado, es importante señalar que en este texto se es consciente de la amplitud semántica del término cultura, sin embargo, es posible mencionar que para Mauricio Beuchot (2005), “La cultura puede ser vista, de manera muy amplia, como el cultivo de todo aquello que nos ayuda a colocarnos en la realidad del entorno, no sólo natural sino también social” (p. 9). De lo anterior se desprende una postura, la cultura como figura eficaz en la asistencia del individuo, debido a que lo ubica en el espacio físico y temporal donde desarrolla su existencia. Entonces, hay algo incuestionable, la finalidad de la cultura, esto es, potencializar las facultades intelectuales, físicas y sociales de los seres humanos.

En este entendido, no es casual que el derecho a la educación (artículo 26) y a la cultura (artículo 27) estén considerados en el cuerpo normativo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. De igual forma, se podría transcribir el artículo tercero de la Carta Magna como el numeral que señala el derecho a la educación, así como el artículo cuarto que legitima el derecho a la cultura en México. Por ende, el problema no es el sustento jurídico o el marco legal del derecho a la educación y a la cultura sino su real y verdadero acceso.         

En otro orden de ideas, en el libro La cultura en el mundo de la modernidad líquida, Zygmunt Bauman (2013) señala el origen del concepto cultura al indicar que la cultura pretendía el aprendizaje y refinamiento de los miembros de la comunidad; no obstante, al parecer, hoy en día la cultura ha abandonado su intención primigenia, ya no ilustra ni perfecciona, eso sí, evolucionó a una comercialización desmedida, al parecer, hipotecando el patrimonio cultural heredado. Aquí cabe preguntar, ¿la cultura actual se ahoga en la modernidad líquida? ¿La cultura contemporánea cambió la indagación del ser por la certeza del “tener”? ¿Con la devaluación de la cultura automáticamente se devalúa el ser humano?

Dudo que exista una sociedad que no coincida en la importancia cultural de la acción educativa, en este sentido, la educación debe ser amplia, de formación cívica, ética y humanista. Sin embargo, la mayoría de los planes de estudio están destinados a formar trabajadores para la producción empresarial y pocas escuelas se dedican a una verdadera formación íntegra, crítica y humana del educando.

Fernando Savater (1998) escribe en El valor de educar, que en una sociedad todos educan: periodistas, artistas, políticos, etcétera. Entonces, el educando llega al aula con una educación previa que se desprende del rol social, es decir, la cultura educando antes de que el alumno ingrese a la educación formal; aspecto que de igual manera influye cuando éste cursa los distintos niveles de educación formal y claro, después de haberlos terminado. Como se desprende, en esta formación del individuo se da un matrimonio tácito entre cultura y educación.

Y es aquí, en el centro de la educación formal donde se da un segundo nacimiento, la redefinición en la esfera socio-cultural, o sea, la toma de decisión sobre la actividad que ha de desempeñar el sujeto. Este renacimiento cultural formó al suscrito; me explico, en el bachillerato leí obras literarias y filosóficas que cambiaron el rumbo de mi vida. Pese a la precariedad económica, disfruté del acceso a una educación formal en el área pública y cursé asignaturas que me permitieron reestructurar mi concepción sobre el mundo, por ende, mi manera de andar en él. Y entre otras cosas, aprendí que la educación nunca termina, después de la instrucción formal, un alumno se convierte en maestro de sí mismo, en un fluir vitalista a través de la autoeducación, es decir, el aprendizaje dirigido que enriquece la acción educativa; no obstante, este autodesarrollo es imposible cuando el maestro no sacó lo mejor del alumno, cuando no fue fiel a la raíz etimológica de la palabra educación.

Quizá falte puntualizar que en la formación educativa de un individuo prevalecen tres elementos, a saber, una triada pedagógica integrada por la voluntad y destreza del educando, la familia y la comunidad en la que éste cohabita; porque la educación es una tarea “…de sujetos y su meta es formar también sujetos, no objetos ni mecanismos de precisión: de ahí que venga sellada por un fuerte componente histórico-subjetivo, tanto en quien la imparte como en quien la recibe” (Savater, 1998, p. 45). En este entendido, la familia y la comunidad ejercen una educación informal, porque el niño absorbe elementos exteriores del lugar donde se desenvuelve, y para su formación toma la cultura de los padres, si no los tiene, toma la cultura de la ausencia, porque “El crecimiento intelectual del niño depende del dominio de los medios sociales del pensamiento...” (Vygotsky, 2013, p. 68). Espacio físico, moral, familiar, creencias, relaciones humanas, todo se entremezcla y el adulto da lo que de niño y joven recibió.

En suma, para bien o para mal, todo en la sociedad tiene una intención pedagógica. Lo anterior apunta a que se forma al hombre desde la cultura, entonces, cultura y educación deben trabajar para moldearse en la idea de progreso, deben formar un matrimonio más leal, “por decirlo de una vez: el hecho de enseñar a nuestros semejantes y de aprender de nuestros semejantes es más importante para el establecimiento de nuestra humanidad que cualquiera de los conocimientos concretos que así se perpetúan o transmiten” (Savater, 1998, p. 31). Así pues, uno de los principales problemas para un aprendizaje amplio es la falta de normas internas que motiven al estudio, porque se piensa que aprender es fastidioso e inútil. La información se almacena, pero la comprensión implica más; construir nuevos conocimientos, por ejemplo.

En esta era tecnológica el conocimiento se actualiza y crece por los medios de comunicación que dan paso a la posibilidad del autodidactismo, o sea, a la formación a partir de las posibilidades y necesidades personales, al aprendizaje generado por uno mismo en actos donde el educando también es el mismo educador; no obstante, los aparatos sociales están construidos para un estado de enajenación permanente, máxime cuando los modelos conductuales vienen prefabricados por una cultura del consumo. Tener para ser, estigma contemporáneo.

Destaco, por último, la función del maestro –formal e informal–, quien a juicio de lo expuesto, debe sacar lo mejor de un alumno, pero para ello, debe ser libre, casi un artista de la enseñanza, es decir, debe gozar la cultura pedagógica en la que participa y el primer paso, es tener conciencia de ello; así estaremos más próximos a un verdadero ejercicio del derecho a la educación y a la cultura, porque para poder gozar de sus beneficios hay que participar en el progreso de la sociedad que a nos alberga.   

 

Referencias

Bauman, Z. (2013). La cultura en el mundo de la modernidad líquida. México: FCE

Beuchot, M. (2005). Interculturalidad y derechos humanos. México: Siglo XXI

Savater, F. (1998). El valor de educar. México: Ariel.

Vygotsky. (2013). Pensamiento y lenguaje. México: Ediciones Quinto Sol.

 

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