La apariencia no lo es todo. La prueba testimonial: nuevos caminos
Por Érika
Yazmín Zárate Villa
A mis comunidades de aprendizaje
Hace unos años el profesor
Jordi Nieva Fenoll presentó una ponencia donde detalló, digamos la historia de
la prueba testimonial[1]. En esa ocasión el
procesalista español mencionó que el derecho a la prueba testimonial ha
aportado mucha intuición y muchos errores. Sus afirmaciones no deben
resultarnos ofensivas y, en cambio deben hacernos reflexionar. Lo que desea
transmitirnos el profesor se entiende, si nos detenernos a pensar en la familiaridad
de la siguiente descripción:
…deben ser preguntados los testigos del tiempo en que fue hecho de aquello sobre lo que prestan testimonio, así como el año, el mes y el día y el lugar que lo hicieron, que si no estuviesen de acuerdo los testigos entre sí, no valdría su testimonio, deben ser preguntados de quiénes eran los otros testigos que estaban cuando sucedió lo que declaran, más preguntas no se le deben hacer al testigo de buena fama, pero si es persona vil, persona poca creíble, sospechoso y el juez pensara que desvaría, se le deben hacer otras preguntas al testigo: ¿Cuánto este hecho sucedió estaba nublado o hacia sol? ¿Cuánto tiempo de conocer a los hombres sobre los que declaras? ¿Qué ropa tenían cuando acaeció aquello que dices? Lo que respondiere a esas preguntas el testigo y las señales que el juez viere en su cara debe tomar el juez tomar consciencia sí debe creerle al testigo o no.
Parece que si abrimos muchos
códigos procesales de diversas materias podríamos fácilmente encontrar esos
contenidos. Sí, como este que nos relató el profesor y que proviene de las 7 Partidas de Alfonso X el Sabio (partida
III) del año 1250. Para pensarlo y no por lo añejo -que lo viejo no tiene nada
de malo-, más bien por lo peligroso que es suponer que la persona juzgadora deba dar valor
probatorio a un testigo “por su fama pública” o por los detalles de sus relatos
o, peor aún por sus gestos al declarar.
Ese énfasis en la apariencia genera
la pregunta ¿la apariencia y los movimientos de una persona lo son todo? ¿El
llamado lenguaje corporal revela lo que es, piensa y sabe una persona? Desde
luego que no. Como escribió Salvador Novo, a veces se puede estar
resuelto a llamar la atención sólo por sentir la envidia llamativa de las otras
personas[1].
Y don Salvador exponente orgulloso de su maquillaje no podría ser demeritado en
su calidad de escritor sólo por su apariencia. Lo mismo deberíamos pensar sobre
un testigo, si una persona en una sala de juicio tartamudea o suda no debemos
concluir que miente o que no estuvo en el lugar del hecho o que no recuerda
nada.
Pensar que es sobresaliente la gesticulación de un testigo para valorar su declaración es convertir a la persona juzgadora en algo más que jurista, dicen por ahí que casi en adivinadora porque:
...[y]a en el año 1968, Maier y Thurner determinaron que el acrecentamiento de datos (verbales y no verbales) a la hora de valorar un testimonio no evidencia mayor precisión en la detección del engaño. Su investigación pretendía determinar si aumentar los datos suministrados al receptor permitiría obtener mayor precisión a la hora de determinar la honestidad del relato. Para ello, se le suministró a sujetos separados en tres grupos diversa información (toda ella referida a la explicación de un alumno que alegaba no haberse copiado en una evaluación): a unos solamente se les permitió conocer la transcripción del relato, a otros se les añadió la condición auditiva (se les permitió escuchar la declaración) y a otros la condición audiovisual (se les permitió escuchar y ver). Para el asombro de los investigadores, se determinó que la precisión en la detección del engaño era mayor en aquellos sujetos que tuvieron acceso al contenido auditivo (77.3%), seguidos por quienes solo tuvieron acceso a la transcripción (77%), quedando en último lugar aquellos que lograron acceder al contenido audiovisual (58.3%). En realidad, esta investigación se corresponde con otras tantas que, efectivamente, concluyen en que los factores conductuales no verbales o paraverbales no constituyen buenas señales para determinar la mentira.[2].
Entonces, en qué se deben
centrar los juzgadores para valorar un testimonio. Para explicar leamos lo que
reconoce Salvador Novo en su autobiografía: “[m]is más lejanos recuerdos de
infancia aparecen hoy fragmentarios, desvinculados, sin continuidad. Intentos
tardíos y nocivos de psicoanálisis han rescatado entre ellos los que, a causa
de su carácter de etapas primitivas de desarrollo de la líbido, o bien se
fijaron con mayor fuerza en mi memoria, o bien el médico me auxilió en
revelarlos entre los demás de menos precisa significación.”[3]
La prosa de Salvador Novo
sirve para detectar un punto común a todas las personas: pensar que todo lo
recordamos como grabación sin ser conscientes que nuestra memoria es
“manipulada”. La memoria no es estática no es una grabadora de vídeo. Entonces,
el tiempo sí influye en los recuerdos. Entre más pasa podemos ir olvidando o
recordando de forma diferente, por ejemplo, por qué alguien nos dio otra
información de un momento o nos subrayó un detalle que puede hacernos recordar
una historia diferente. Por eso, Novo bien describe que muchas cosas se fijaron
en su memoria por intervención de terceros. Todos recordamos por diferentes
causas, ya que cada persona reacciona diferente a un hecho y su memoria puede
guardar los recuerdos de manera diversa. La huella del recuerdo se codifica de
acuerdo con la atención al hecho, viene la curva del olvido, depende cómo se
incorporó a la mente, si fue un evento propio o de otro. Cada testigo le da
significado a los eventos que presenció o vivió.
Así como puedo recordar un
cumpleaños de mi niñez de un modo, porque la familia dice que así sucedió, también
puedo recordar un hecho que impacte en cuestiones jurídicas por lo que terceros
“han fijado en mi mente”, lo que no es magia. Los falsos recuerdos o
manipulación de la memoria son causa de la forma en que una persona nos
interroga sobre un acontecimiento. Tanto niños como adultos somos
sugestionables, unos en mayor medida que otros.
Con lo que he contado espero
convencerlos y estarlos invitando a iniciarse en la comprensión de las nuevas
formas de entender los testimonios en un juicio. Un buen modo de comenzar es la
lectura del libro Juicio de la Memoria de Elizabeth Loftus[4]. Ella es una psicóloga que
ha sido perito en juicios en Estados Unidos de Norteamérica. Nos dice que la
falta de detalles al relatar un evento del pasado no es muestra de mala memoria.
Esa situación es por los factores del suceso, por ejemplo, la luz para ver con
claridad y la atención prestada al hecho. Lo que nos cuenta la autora es un
poco a lo que se refiere Novo, él afirma que sus recuerdos sobre su niñez son
como pedazos, que se fueron construyendo como una historia, seguramente, por la
intervención de terceros que le hicieron preguntas, cuyas respuestas se
convirtieron en un relato que se fijó como su memoria.
Evaluar que sí recordaba Novo
y cuáles eran sus falsos recuerdos es un poco de lo que trata la psicología del
testimonio como instrumento de valoración de las declaraciones de los testigos
en un juicio. Es centrarse en su relato y el contexto en que se obtuvo, dejando
de lado cómo es el testigo y cómo se comporta. El fin no es descubrir mentiras
(porque es imposible hacerlo). El objetivo es averiguar sobre las capacidades
cognoscitivas que usa el ser humano para prestar atención a un acontecimiento, es
decir, el eje son los procesos de la memoria.
Por tanto, cada que leamos una biografía podemos pensar cómo lo haría una persona juzgadora cuando tiene que decidir si lo contando por los testigos en un juicio sirve para apoyar una versión u otra de un caso jurídico. El ejercicio es pensar después de leer la biografía de Novo:
- i. la coherencia del relato del escritor al recordar su vida (historia del testigo)[5],
- ii. la información que personaje de la biografía (el testigo) proporcione sobre el contexto de los hechos[6],
- iii. la corroboración de la historia de Novo (del testimonio) con otros medios de prueba[7] y
- iv. evitar como lectores (juzgadores) la influencia de expresiones retóricas sobre el personaje (testigo) que formulan los abogados del caso[8] sobre el testigo o de este sobre aquellas —del tipo: “él/ella es buena persona”—. Es decir, leer una biografía sin sesgos, así deben hacer los juzgadores cuando evalúan las declaraciones de los testigos.
El
método quizás rompa la ilusión de leer biografías, pero sin duda servirá para
que las personas juzgadoras valoren las declaraciones de los testigos sin
subjetividad, sin estereotipos y sin “artes místicas” o falsas máximas de la
experiencia sobre lo que se supone debe ser las reacciones de las personas al
contar un acontecimiento determinado. Y ¿por qué no? aplicar el método para saber
nosotros lo que somos y no pensar que somos lo que la gente dice sobre nosotros,
como el buen escritor Novo con atino describe en La estatua de sal. Él nos
cuenta que los rasgos de su carácter infantil los construyó más o menos por las
noticias de los familiares que lo describían en su niñez, lo cual es muy
entendible porque las memorias de la infancia pueden ser, tal como afirma
nuestro escritor: “Quizás sea generalmente natural en los niños, pero en mi
caso creo necesario subrayarlo, que la imagen de mi padre desaparece casi por
completo de mis recuerdos infantiles.” Sin saberlo, Novo entendía cómo funciona
la memoria y tenía las bases de la psicología del testimonio.
Esta
historia continuará…
[1] Novo,
Salvador, 2002, La estatua de sal, Conaculta, México.
[2]
Sugiero leer la tesis de Máster de la Universidad de Girona: La función epistemológica
del principio de inmediación en la prueba testimonial ¿una garantía procesal?
Se encuentra en: https://dugi-doc.udg.edu/bitstream/handle/10256/19425/irisarri%20.pdf?sequence=1&isAllowed=y
[3] Novo,
Salvador, 2002, La estatua de sal, Conaculta, México.
[5]
Nieva Fenoll, Jordi, La valoración de la prueba, Editorial Marcial Pons,
Madrid, España, 2010, p. 223.
[6] Íbidem,
p. 217.
[7] Íbidem,
p.226.
[8] Íbidem,
p. 228.
De todo se aprende. Hasta de los poetas del Positivismo.
ResponderEliminarP.s. No soy anónimo
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