Pena de muerte, pobreza e injusticia
Por
Alba Nidia Morin Flores
¿Sabes que
estoy pensando? –Preguntó
Perry -. Pues
que nosotros dos debemos tener
algo de anormal. Para hacer lo que
hicimos...La gente capaz de hacer algo así debe tener algo de anormal ... – Muy
dentro de mí prosiguió Perry -, en lo más profundo, nunca creí que podría hacerlo. Una cosa así. (Capote, 2005, p. 106)
Este
diálogo entre Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith, asesinos de los
cuatro integrantes de la familia Clutter en un pueblo de Kansas, USA, fue
recopilado por Truman Capote en la obra A sangre Fría (1965). La magistral
forma en la que el autor plasma la serie de pláticas llevadas a cabo con dichos
homicidas sentenciados a la pena capital vuelven a mi mente cada 10 de octubre
por la celebración del día internacional de la lucha contra la pena de muerte.
Y es
que esta conversación dentro de la novela permite la reflexión en torno a la
pena de muerte en dos sentidos; el primero, respecto a la interioridad de
algunos delincuentes cuyo conocimiento sobre lo indeseable de sus conductas se
encuentra presente; el segundo, respecto a la privación de la vida que como
respuesta da la sociedad al interior de la cual se gestan los criminales. Es sobre
este último tópico la reflexión central del presente texto.
La
gran polémica que jurídica y moralmente suscita esta práctica alrededor del
mundo no se ha modificado con el paso del tiempo. Si bien, algunos países han
eliminado dentro de sus ordenamientos legales dicha pena, en 2021 Amnistía
Internacional registró cerca de 600 ejecuciones en más de 18 países, lo cual,
de acuerdo con dicho organismo, implicó una elevación del 20% en comparación
con el porcentaje del 2020.
Mucho
se ha dicho sobre el tema, en particular sobre los errores en los que pueden incurrir
los sistemas de justicia o la poca efectividad de su aplicación para reducir el
número de crímenes. Sin embargo, quisiera poner un énfasis en la notable
discriminación de su práctica, pues gran parte de los sentenciados a muerte
pertenecen a minorías raciales, religiosas o étnicas, las cuales poseen pocos
recursos para su representación legal, es decir, se encuentra ligada a la
desigualdad económica y a la pobreza.
En
este sentido hay una vinculación estrecha con lo narrado por Capote en relación
con los dos homicidas, el caso de Smith particularmente sobresale al ser un
individuo marginado, cuya madre alcohólica murió asfixiada en su propio vómito
y dos de sus hermanos se suicidaron. Perry fue víctima de maltrato, abuso
físico y psicológico por parte de las monjas en los distintos orfanatos en los
que vivió, así como de sus compañeros que lo llamaban “negro”. Nunca pudo
conseguir un trabajo estable y su representación legal frente a los homicidios
se dio por un abogado de oficio.
La
reflexión entonces versa no solo en la participación de la sociedad en la
gestación de los criminales, pues como Alexandre Lacassagne sostuvo “Las sociedades
tienen a los criminales que se merecen”, sino en la pena de muerte que sigue
aplicándose en algunos países como respuesta a la comisión de crímenes y cuyas
personas golpeadas por ella suelen encontrarse en situaciones de pobreza,
desigualdad y marginación.
De
acuerdo con el diálogo inicial habría que pensar ¿Quiénes tienen algo de
anormal? ¿los criminales o las sociedades que todavía siguen aplicando y
justificando la pena de muerte?
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