El pedagogo. Historia de un oprimido

           

The last lockdown. Escultura para concientizar sobre tiroteos escolares

                                                                                                                                                              Por Arturo Reyes


            La calle se llama ciruela, es un camino polvoso y está a la vuelta de mi casa. Allí me asaltaron. Aún no amanecía pero tenía que tomar el transporte público –debo checar la entrada quince minutos antes de iniciar la clase de siete–. Mientras atravesaba la ciruela escuché el motor de una motocicleta, al emparejarse dos hombres encapuchados me cerraron el paso. El copiloto descendió de la unidad, sacó un arma de fuego y me la puso en la cara. Dame tu mochila, tu cartera y saca el celular o aquí mismo te mueres, cabrón, me dijo. Pero si sólo llevo libros y material de trabajo, contesté con angustia. El tipo se acercó más y me arrebató la mochila que colgaba del hombro. Volvió a encañonarme y saqué el celular que aún no terminaba de pagar. Todavía recuerdo la oscuridad circular de aquel cañón apuntándome en la cara, el desasosiego que sentí y la posibilidad de adelantar mi muerte. Después de obtener lo solicitado, el hombre volvió a la moto y desapareció en el frío de la mañana. La valija contenía mis lentes para leer, el concentrado de asistencias, las planeaciones, material de trabajo y un libro, Pedagogía del oprimido de Paulo Freire. Por cierto, ¿en el asalto quién fue el oprimido y quién fue el opresor si ambos vivimos una opresión económica?
   
            Con el tiempo creí que como víctima también instruí: tácitamente expuse un mensaje al educando si leyó el libro y pensó su condición en el mundo, sino, sufrió una decepción cuando vio que la maleta no llevaba computadora sino herramientas de trabajo, así que aprendió que el docente gana poco. Seguramente los asaltantes tuvieron maestros, fueron a la escuela pero no aprendieron a llevar una vida honesta, de trabajo y esfuerzos, no por ser abnegados sino por cultivar las virtudes cardinales. O tal vez la escuela les fue negada por los padres y la sociedad.  Quizá la vida les vedó unos padres y con ello los desajustes que dificultan el progreso; defensa de la dignidad humana. Y por qué no, otra posibilidad: en el centro educativo donde estuvieron matriculados no tuvieron la capacidad de motivarles a luchar por la construcción de un mundo alterno al marginal. ¿O será que la televisión, la música de moda y sus estereotipos les enseñaron a cultivar el hedonismos, así que piensan con el estómago y buscan dinero rápido? Porque eso sí, en una sociedad todos educamos.       
        Sin duda, el maestro ocupa apoyo y guías en su labor docente, titánica si se toma en cuenta las problemáticas sociales con las que vivimos. Además, necesita una mano para cargar el material escolar y la maleta marca Sísifo. Pese a ello, no falta la acusación social: el docente es culpable de los espíritus depravados que difunden odio, injusticia y muerte. ¿Esta imputación pretende el divorcio entre la virtud y el placer de educar? Por cierto, en México se difunden más los placeres que las virtudes, es decir, lo servil, efímero y mundano se aloja en el consumismo desmedido que se propaga a través de todos los medios de comunicación. La virtud se trabaja y el placer suele estar huérfano de esfuerzo, esclavizado por la inmediatez que fomentan las series televisivas así como los vídeos de música lasciva y misógina. Y cuando no se logra lo deseado surge la frustración, el tedio y el intento violento por conseguir los objetos del deseo. No hay un freno, tampoco un consuelo por el dolor de perder el placer, mejor aún, virtudes que regulen las necesidades del placebo. Ese es el origen de la violencia, la falta de satisfacción del deseo, pero sobre todo, la falta de control de esa emoción.  
     
       Pero el maestro también desea, desea mejorar su condición económica y por eso se parte en dos para dar clases en distintas escuelas, en horarios ajustados a las distancias, aceptando asignaturas que no domina porque el salario por materia es insuficiente para los costos sociales. Aun así sale a la calle, bebe cerveza y viaja poco, sabedor de que su labor es algo necesario, poco remunerada pero sublime pese a su cuerpo fatigado. La productividad no se ve reflejada en recursos materiales, ni siquiera en la tranquilidad debido a que en cada sesión se ponen a prueba sus emociones además de sus conocimientos. Y antes de dormir prepara clases. Así que el maestro también ocupa la protección de entidades civiles, del gobierno y de los padres de familia.    

       Como dice Seneca (2013), se cree pero no se opina. Se imita pero no se vive. La sensibilidad al arte permite criterios no tan manipulables por el deseo. La empatía con el otro se fortalece con la lectura. Entonces, la escuela debe animar estos principios, siendo un deber de la sociedad el potencializarlos a través del reconocimiento, la difusión y la generación de espacios para las bellas artes, llegando a todos los sectores sociales. Y tal vez el medio más idóneo es la televisión y sus horarios estelares; el problema, la mercantilización de estos espacios pero sobre todo, la indiferencia de quien los maneja.

Todo ello me lleva a reflexionar en lo que pensó la maestra Maria Assaff en el Colegio Cervantes de Torreón, antes de recibir la bala que le arrancara la vida, porque según la declaración de testigos en la fiscalía de Coahuila, la maestra trató de calmar al menor de once años de edad –que previamente había disparado hiriendo a sus compañeros–, porque la educadora le pidió el arma al niño quien mitos después disparara sobre el cuerpo de ella y luego se quitara la vida. En total, el estudiante disparó en nueve ocasiones con dos armas de fuego. Pero, ¿cómo ingresó con las armas al centro educativo? Después de la tragedia circuló en redes de docentes una “Guía para la prevención, detección y reacción ante la presencia de armas en las escuelas”, misma que forma parte del Plan de acción para la prevención social de la violencia y fortalecimiento de la convivencia escolar.

       Entre otras cosas, la guía gira sobre la detección de armas y subraya la importancia de un ambiente escolar sano. Además, toma como base los protocolos de acción ante los tiroteos en las escuelas de Estados Unidos Americanos. Asimismo, el plan marca tres etapas:

a) Prevención: Labor dual entre la institución educativa y los de padres de familia que busca prevenir una situación que ponga en peligro la integridad de la comunidad estudiantil.

b) Detectar: La escuela debe concientizar a los padres de familia sobre la importancia de revisiones periódicas de las mochilas de los alumnos. No cabe duda que vivimos en una sociedad violenta, así que ante tal panorama es necesario la detección de un posible problema.

c) Reaccionar: Al detectar un amar en el centro educativo, el personal debe comunicarse al Sistema Nacional de Emergencia en el 911, denunciar el suceso y esperar el arribo de personas especializadas, mientras tanto, se debe seguir las indicaciones del operador. Así que revisando el cuarto punto del procedimiento de actuación descubrí que la maestra que murió el diez de enero de 2020 en Torreón, actúo conforme al protocolo ya que: “De ser posible intente hablar con él o la alumna para entender sus razones y solicitarle que entregue el arma”; a cambio de esta posibilidad, ya se sabe, entregó su vida y no solo su pedagogía del oprimido.            
 
 
Bibliografía
Séneca (2013). Diálogos. España: Gredos
Informes
https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/342152/Guia_prevencion_de_armas_en_las_escuelas.pdf

 

 


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