Clarividencia judicial: amor y justicia

                                             



                                                                                                                              Por Gabriela Moreno


En el imaginario colectivo prevalecen hasta nuestros días dos máximas: el amor es ciego, al tiempo que la justicia también lo es.  El primer caso, se explica como una suerte de arrojo imprudente hacia la persona que se quiere; el segundo, como alegoría de la imparcialidad impuesta a los juzgadores…¿Por qué habría de insistirse en “no ver” como una cualidad? Ya sea por el entusiasmo desbordado de un enamoramiento implacable o en la objetividad que comprende a una resolución judicial, es preciso ver, y hacerlo con claridad.

A menudo, ante el naufragio que supone una ruptura amorosa se pueden encontrar expresiones como “no vi”, “no me di cuenta”, en franca alusión a lo que se pudo haber pasado por alto en medio del trance de la ensoñación. Pero la “ceguera” no es un principio, es un final. Cuando el amor acaba, la persona voltea la mirada hacia otro lado, ya no a lo que alguna vez condensó su deseo; el amor termina cuando ya no observamos al otro, ni a sus necesidades, anhelos, o virtudes, y es precisamente este “no ver” el que destruye presencias y deriva en abismos. Un “amor” que cierra los ojos, no se sostiene; es una línea narrativa de desencuentros.

Octavio Paz, en “La llama doble”, explora en sus páginas los intrincados caminos del amor y el erotismo. Centro mi atención cuando se refiere a un pasaje del “Ulises”, de James Joyce: el gran “sí” de Molly Bloom, fragmento de un monólogo que parecería un sí a la vida, pero que termina siendo una aseveración confusa y egoísta. A Molly le da lo mismo besar a uno o a otro. Indiferente al bien o al mal, desconoce que el amor es una atracción hacia una persona única, a un cuerpo y un alma individual, y convierte su sí indiscriminado en la negación del atributo originario del amor: la elección (Paz, 1993, p. 32-33).

De esta forma, arribamos, en sentido opuesto, a la esencia del amor. En un mundo profuso de afectos y desafectos que vienen y van, el decir Sí con convicción involucra afirmar la expresión de la voluntad hacia una persona única, irrepetible y particular (con todo y no a pesar de); implica decir Sí, todos los días, sin asuetos y a todas horas; Sí, como continente del amor; Sí, a ti y contigo; “Eros quiere a Psiquis y Psiquis a Eros”, se dicen Sí.

En esta idea de correspondencia, ¿por qué debería seguir concibiéndose a la Justicia como ciega? La Justicia necesita identificar aquello que nos hace distintos, individualizar, observar, delimitar, ponderar, ir más allá, para entonces Sí, dar a cada uno lo que le corresponde. El corazón de la Justicia late tanto para el que la imparte como para el que espera recibirla.

Y así, en la idea de alcanzar los más altos estándares a los que se pudiera aspirar, no tendríamos por qué conformarnos ni con un amor, ni con una justicia, que no ven.

 

Referencias

Paz, O. (1993). La llama doble. Amor y Erotismo. Seix Barral.

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