Presidencialismo, dictadura y democracia. El Cristo droguettiano

 


Por Manuel de J. Jiménez

El pasado primero de septiembre se organizó en la Escuela Judicial Electoral un interesante conversatorio titulado “El presidencialismo en sus expresiones literarias”. Mi amigo y colega, José Ramón Narváez, apeló a un sentido activo de la semiótica presidencial desarrollado en el culto a la figura presidencial y su indumentaria, como es el caso de la banda tricolor. Recordó cómo Peña Nieto al tirar por descuido ese trozo de tela rompió con un sistema de signos de sacralidad republicana. Por su parte, Manuel González Oropeza, apuntó algunos rasgos del proceso de secularización de religiosidad civil que le dan el carácter de ungido al presidente. En el siglo XIX, el sujeto −al ser nombrado presidente constitucional− acudía después a la catedral a celebrar solemnemente una misa de Te Deum.

            Esto hizo que llegara a mi mente un cuento que el poeta chileno Andrés González me había mostrado como una posibilidad literaria de milagro ficcional contra el dictador Pinochet. Me refiero a la narración “Te Deum” de Carlos Droguett (1912-1996), publicada en el libro póstumo Sobre la ausencia (2009). Droguett salió de su país en 1976 para exiliarse en Suiza. Nunca regresó a Chile.

En ese Te Deum, el novelista recreó la ceremonia del 18 de septiembre de 1973, a partir de un archivo fotográfico, donde aparecen los expresidentes González Videla, Alessandri Rodríguez y Frei Montalva sentados en primera fila junto a los miembros de la autoimpuesta Junta Militar. En la narración, ante una eucaristía que liberó sangre por doquier en el sacro recinto como testimonio de las masacres contra la población, los poderosos súbitamente pierden el control de sus esfínteres y aquel acto religioso se vuelve una ceremonia de podredumbre y excrecencias. Entonces el Cristo central empieza a desclavarse de la cruz. Los feligreses

 

pensaron que se iba a descolgar peligrosamente del todo, pero entonces le vinieron esos estertores retrasados, lo sacudieron una y otra vez, cubriéndolo enteramente los dolores y los vómitos e, inclinándose un poco, de espaldas al altar, al templo, al mundo de ahí dentro, al mundo de ahí afuera, se inclinaba otro poco transpirando y, apoyado en su brazo izquierdo, vomitaba con ansias, asqueado y adolorido.

 

Al final, en ese cuadro escatológico, el Cristo logra clausurar la ceremonia en la Iglesia de la Gratitud Nacional, aunque en la historia chilena no alcanzó a impedir el triunfo de la dictadura con sus años de violencia que ocasionaron miles de torturados y desaparecidos. Al día de hoy, hay remanentes materiales y simbólicos de la dictadura. Uno de ellos es el texto constitucional de 1980 que en democracia buscó ser limpiado de su origen autoritario. Lamentablemente el domingo pasado, no ganó el “apruebo” y el sueño de una nueva Constitución quedó truncado por ahora. Esperemos que en futuros intentos se vaya más allá de la declaración de derechos y se opere la “sala de máquinas”, bajo la terminología del profesor Roberto Gargarella. Sé que, “mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas” constitucionales.

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