El presidente: ¡Viva yo!

 


Por Manuel de J. Jiménez

 

La crítica al poder omnímodo de presidentes, dictadores y caudillos es un tópico que ha seducido a los escritores a lo largo de los siglos. Muchas veces se caricaturiza, otras tantas, se dramatiza. En la Roma antigua, por ejemplo, Séneca escribió una sátira sobre el fin ultraterrenal del emperador Claudio en la Apocolocyntosis divi Claudii. Por su parte, en América Latina, la trayectoria es larga y como lo muestran las especialistas de la novela del dictador, Adriana Sandoval y Nidia Morin Flores, la tradición puede rastrearse desde Amalia, pasando por los clásicos de los setentas Yo, el Supremo, El recurso del método y El otoño del patriarca. Pero, ¿qué hay de la poesía? ¿Puede un poema darnos una radiografía del poder autoritario como lo hace la narrativa o el teatro?

            Sin duda una posibilidad poética que retrata el avasallante poder presidencial del México posrevolucionario, descrito jurídicamente como las facultades metaconstitucionales del ejecutivo, es el poema “El presidente” de Jorge Hernández Campos, publicado en A quien corresponda (1961). El texto fue escrito en Roma, el 14 de enero de 1954, y apareció diez meses después en la revista jalisciense Et caetera, es decir, una vez finalizado el sexenio alemanista. Esto es importante porque, de acuerdo con El poeta en un poema de Marco Antonio Campos, el poema se inspiró en las palabras del presidente Miguel Alemán Valdés, quien ebrio en una cena antes de dejar la silla, “en cierto instante, agarrándose los testículos, dijo: ‘No hay nadie, que yo se lo pida, que no me venga a besar los huevos’ ”. La imagen es sumamente gráfica y soez, pero dice mucho del sometimiento tiránico y megalómano del presidencialismo nacional.

            Octavio Paz consideraba que este poema era notable. En Poesía y movimiento, afirmó: “No es sátira: participa de la imprecación y de la épica, de la energía y de la historia. Nada de prédicas ni de moral. La realidad sufrida y asumida, no vista desde el balcón sin riesgo de los buenos sentimientos. En su centro, un mito, sombrío y sórdido. Este poema es, otra vez, ruptura y comienzo”. En la ficha del autor, se complementa lo siguiente: “Constituye, por decirlo así, una protesta y, al mismo tiempo, una reconciliación con experiencias sumisas al correr de la historia moderna del país”. Más recientemente, Iván Cruz Osorio apunta que es “el estremecedor reflejo de la política mexicana post-revolucionaria, con éste dio el cerrojazo al tema de la Revolución Mexicana en nuestra poesía”.

            Estas apreciaciones dan cuenta del valor del poema para la conformación de una tradición de poesía política que, aunque en apariencia trate otros temas y cuestiones, mantiene en sus nervios vitales una tensión desgarradora con el poder presidencial, como sucedió con muchos de los poetas que escribieron sobre el 68, por poner un ejemplo. El texto de Hernández Campos ofrece, cerca del cierre, la narración sobre cómo se creó la mitología de la figura presidencial con ideas bizarras sobre un poderoso jinete proveedor, un maquiavelismo mal parafraseado, un fecundo dios prehispánico, una crueldad hispánica, etc. El poema recorre secuencias desde el militar fratricida hasta el primerísimo licenciado de la República. Pues la gente:  

 

"necesita

un hombre fuerte

un presidente enérgico

que le lleve la rienda

le ponga el maíz en la boca

la letra en el ojo.

Yo soy ese

Solitario

    Odiado

    Temido

Pero amado

Yo hago brotar las cosechas

caer la lluvia

callar al trueno

sano a los enfermos

y engendro toros bravos;

Yo soy el Excelentísimo Señor Presidente

de la República General y Licenciado Don Fulano de Tal."

 


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