Juan Pérez Jolote, voz del pluralismo jurídico

 


Por Manuel de J. Jiménez

 La crítica jurídica latinoamericana ha sido una herramienta útil para cuestionar los mecanismos del derecho moderno, considerando la violencia de la coerción, las consecuencias excesivas del formalismo jurídico y el apego estatista. Se ha creído en muchos espacios académicos que la estructura estatal mantiene el monopolio de la producción del derecho, cuando −en realidad palpable− muchas veces hay un derecho que nace del pueblo, parafraseando el título del libro de Jesús Antonio de la Torre Rangel. Junto con Óscar Correas, pueden colocarse como los juristas que más han pensado esta idea en nuestro país.

            El pluralismo jurídico no sólo se reconoce a través del trabajo sociológico, antropológico y de campo en comunidades y poblaciones, pues en algunos casos colinda con el quehacer literario. Esto se observa en Juan Pérez Jolote. Biografía de un tzotzil (1948) –recientemente reimpreso y liberado por el FCE−, libro clásico del antropólogo Ricardo Pozas. Desde las primeras palabras, se advierte que es “un relato de la vida social de un hombre en quien se refleja la cultura de un grupo indígena”. El drama se da al enterarnos de primera persona quién es ese Juan, subjetividad que hubiese pasado al anonimato colectivo de no haber sido por la pluma de Pozas, por quien sabemos que fue un niño violentado y un revolucionario acarreado. Juan regresó a su tierra para volver a ser chamula y terminó siendo autoridad querida y respetada.

La narración resultó sobrecogedora y memorable para los lectores, ofreciéndose como modelo para la famosa Biografía de un cimarrón (1966) de Miguel Barnet y orientándose en esa época como una nueva fuente de literatura de no ficción, testimonio y novela testimonial. En lo que nos concierne, Pozas apunta algunas consideraciones sobre la organización social, política y religiosa. Sobre lo jurídico, despacha en una oración: “Un derecho consuetudinario ejercido por todo el pueblo y cuyo cumplimiento es vigilado por sus propias autoridades”. Lejos de idealizar o afianzar la postura del intelectual comprometido con la visión idílica de lo indígena, la narración brinda un retrato de cómo funciona ese pluralismo jurídico en voz del propio Juan. Además del valor de la tradición, se mencionan los rigores disciplinarios y una cuestión difícil de asimilar para el derecho letrado: el uso ritual del alcohol. Así, el aguardiente estaría en la mano de la justicia:

 

Para gobernar al pueblo, para arreglar a la gente, para hacer justicia, cada vez hay que tomar aguardiente. En el cabildo se reunían las autoridades y todos tomaban cada vez que tomaba el presidente. Todos los que pedían justicia, todos los que tenían delito, llevaban a las autoridades uno o dos litros de aguardiente. El presidente tomaba y tomaban también las autoridades. Cuando conforman a los hombres que se pegan, cuando apartan a los hombres de las mujeres con quienes han vivido, cuando hay que repartir la tierra entre los hijos de los que se han muerto, cuando hay que devolver las tierras que se han vendido, todo se arregla con trago, todo es una borrachera.

La justicia se hace en todas partes; en el cabildo, en la casa del primer gobernador, en la plaza frente a la iglesia.

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