La enfermedad del amor

 


Por Juan Ignacio Bilbao Vázquez


«Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.»

Estas líneas escritas en la poesía de Jaime Sabines, son una manera elegante de describir esa etapa que los psicólogos denominan «luto» o «duelo», cuando hablamos del amor; nunca una semana, ha sido suficiente para olvidar a una persona a la que de verdad se ha amado.

Se habla de la voluntad, de la disciplina que se uno mismo se auto impone para sobrellevar la ausencia del ser amado, del desamor surgido, de la no correspondencia afectiva. Es la fase que más dolor  causa al «enfermo» cuando la relación amorosa se derrumba, fallece y también, en muchos casos; cuando se toma consciencia de que la persona con la que soñamos no se convertirá nunca en una realidad que roce sus piernas contra las nuestras bajo las sábanas. 

Y si seguimos las prescripciones impuestas por la moral y por la inteligencia de la que siempre presumimos, en no mucho tiempo podemos ser capaces de cerrar las heridas del alma, de olvidar, de enterrar; de convertir en indiferencia ese padecer y de llenar con otras cosas el vacío que antes ocupaba ese amor que se fue o aquel sueño de amor que ahora no nos deja conciliar el sueño. 

Y lo mejor es conocer el ingrediente secreto de la receta mágica contra el desamor y el infortunio: ¡El tiempo! Ese que todo lo cura. Desgraciadamente, nosotros solemos ser bastante masoquistas y confundimos al verdadero amor con otra serie de sentimientos más bajos.

No solo no somos capaces de alejarnos de quien nos engaña, nos humilla o nos daña, sino que lo perseguimos, lo anhelamos en su ausencia. Lo hostigamos y lo buscamos cuando es ese mismo ser el que nos abandona y cuando asoman buenas intenciones cargadas de voluntad y la luz parece iluminar la razón opacada por un apego sentimental o una relación tóxica, dañina y enferma, el falso amor vuelve a turbar el intelecto, su dudosa moral, sus convicciones.

El falso amor vuelve a tambalear nuestros principios y cuanto más endebles son, menos tardará en apoderarse de nuestra persona, la mayoría de los seres humanos carecemos de la suficiente dignidad, amor propio y respeto por nosotros mismos y al día siguiente de haberse prometido que jamás volveremos con esa persona que nos sume en una grave enfermedad afectiva, caemos rendidas con su presencia.

Hoy decimos que se acabó, mañana daremos la decimoquinta oportunidad, al día siguiente gritaremos que la odiamos hasta que vuelva el vigésimo día y llorando nos jure amor eterno, para que nosotros gritamos que nadie las amará más que nosotros, por eso se puede suplicar que no nos vuelvas a abandonar.

Y así transcurre la vida, entre engaños propios y deshonras ajenas, entre carencias de voluntad y sumisión al dolor emotivo, a las lágrimas, al sufrimiento que en algún momento de nuestra vida parecía romántico.

Por eso me encanta esta obra de Jaime. Porque describe el antídoto que subyace de una mente que se ama, se conoce, se respeta y se sana.  Se sana sabiéndose conocedor del dolor que provoca la cura; se sana consciente de que ese dolor tan profundo como el vacío en el que se sume es pasajero; se sana siendo sabedor de que por muy drásticas que sean las medidas y prologando el tiempo del tratamiento, compensarán el dolor que habría padecido de seguir aferrado a la enfermedad cuya cura deja ahora en manos del tiempo y el olvido.


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