El engaño detrás de la justicia vendada

 


Por José Ramón Narváez

La imagen de la justicia que usa una venda en los ojos[1] es un elemento enigmático, por el modo y momento en que se introdujo en la iconografía, hasta cierto punto como parte de un ardid ¿de quién? Y ¿Por qué? Son justamente las preguntas que nos llevan a una iconología jurídica que fue motivo, de las preocupaciones de Mario Sbricolli. Según nos cuenta el iushistoriador, esta representación aparece en una obra publicada en 1494 a cargo del Decano de la Facultad de Derecho de Basilea, Sebastián Brant, titulada La nave de los locos (Das Narrenschiff). Destaca el hecho de que la venda es un símbolo que de acuerdo con los versos de Brant, sirve para hacer una crítica a sus contemporáneos que están cambiando el modo de concebir a la justicia.

 

La crítica al paso del tiempo se convirtió en el elemento cotidiano de la alegoría, lo que era ironía su transformó en atributo. Y ¿cuál era esa crítica? Brant critica a los temerarios que emprenden juicios, simulan que buscan justicia, pero en realidad quieren confundir a los jueces, esto hace dudar de quién es el verdadero protagonista de la alegoría: ¿si la justicia o el loco que también parece un bufón? es decir, alguien que se mofa de la justicia. Pero también podría hacerse una lectura al revés: el loco representa irónicamente la coherencia, algo así como lo que plantearía Erasmo de Rotterdam dos siglos después es su Elogio a la locura, la prudencia comenzaba a transformarse en simulación[2].

 

La venda significa muchas cosas: engaño, ignorancia, juego (como hacen los niños al ponerle la cola al burro o pegarle a la piñata), ensombrecimiento, burla (como en el caso de Jesús de Nazaret cuando fue sometido a la misma por parte de la soldadesca), azar (como la representación de cupido vendado), y en nuestros días podría hasta significar secuestro, abyección; todo reconducible a una noción: “justicia ciega”, que puede significar muchas cosas, pero en principio no parece algo agradable, en principio porque la visión es una de las facultades humanas indispensables para algunas actividades, como es el caso de la justicia entonces ¿Por qué negarle a la justicia esa posibilidad? Hay algo de violencia en esto física o política. En las narrativas de la cultura popular sólo un superhéroe como Daredevill es capaz de suplir esta deficiencia echando mano de sus otros sentidos.

 

Para Sbricolli el asunto se entiende mejor si recurrimos a la segunda representación relacionada a la Constitutio Criminalis Bambergensis de 1507, la codificación del derecho penal y la consecuente nueva concepción penal de naturaleza inquisitoria “estatal”, llevaría al tribunal a la ceguera/locura. La justicia en manos de jueces alejados de la sociedad.

 


 


Pero poco a poco la venda fue resignificándose, adquiriendo el atributo de la imparcialidad, no mira para no hacer distingos, para guardar su sana distancia respecto de los justiciables, claro necesita que alguien la guíe, y en la iconología moderna esa tarea le corresponderá a la ley, el juez entonces respetando la metáfora, perdería la circunspección y el criterio, para ser substituido por la mansedumbre al principio de legalidad lo cual aspira a traer seguridad, un mensaje muy común en el siglo XIX. De todos modos, la ceguera no garantiza la imparcialidad, sino una especie de albur que tal vez para algún analítico pudiera ser cuantificable y tal vez deducible, y al final de algún modo, no racional, el juez tendría que decidirse por un lado u otro guiándose de otros elementos, pero prescindiendo del más importante, la vista que da alcance y proporción a las cosas.

 

Hoy parece que el paradigma judicial es otro, el elemento ético y prudencial nuevamente en campo, sugieren quitarle la venda de los ojos a la justicia, iconográfica e iconológicamente hablando.



[1] Cristaldi, Rosario Vittorio, “La benda della Giustizia”, en Tempo e immagine: quattro studi di iconologia, Pagus, Paese, 1992, p. 9-46. PROSPERI, Adriano, Giustizia bendata: percorsi storici di un'immagine, Einaudi, Torino, 2008. Atribuido a Durero.

[2] “Yo trataría también de la simulación y explicaría completamente el arte de fingir en cosas que por necesidad parece que la requieren, pero tiene tan mal nombre que estimo de mayor necesidad prescindir de ella y aunque muchos digan: Qui nescit fingere nescit vivere, también muchos otros afirman que es mejor morir que vivir en esta condición.” ACCETTO, Torquato, La disimulación honesta, El Cuenco de Plata, Buenos Aires, 2005, p. 99.

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