La sociedad y la injusticia de la burbuja de plástico

 



Por Juan Ignacio Bilbao


Literatura y justicia ha sido un espacio de reflexión y como tal, esta vez quiero compartir con ustedes mis reflexiones acerca de mi película favorita “El chico de la burbuja de plástico”. Tod nació con un sistema inmunológico débil y tiene que vivir recluido en su habitación esterilizada y protegida por una burbuja de plástico, que cuando se enamora de Gina tendrá que enfrentarse a un dilema.

            Protagonizada por John Travolta y Diana Hyland, es una historia estrenada en 1976 basada en las historias de David Vetter y Ted DeVita, quienes habían nacido con sistemas inmunes deficientes, la sinopsis es la siguiente:

            John y Mickey Lubitch, conciben un embarazo después de múltiples abortos y la muerte de su primer hijo que nació sin defensas, Mickey teme la posibilidad de que algo malo pudiera sucederle a su hijo. John le asegura que las probabilidades de que naciera con la misma condición son bajas. Sin embargo, Tod nace con la misma condición genética, por lo que sus padres tendrán que encerrarlo en una burbuja para poder mantenerlo con vida.

            Recuerdo haber visto esta película hace unos 30 años, un domingo en la programación del canal 5 cine permanencia voluntaria. En ese entonces no le tomé mucha atención, solo recuerdo que había visto lo que era una burbuja de plástico, hace unos 4 años navegando en internet, la encontré en YouTube y me dispuse a verla y me ¡Atrapó!

            La historia me pareció descrita en una narrativa ligera y empática, hace referencia a la discapacidad, quien vive con esta condición en circunstancias específicas que no sean de marginalidad puede identificarse con Tod, se aborda la sobreprotección, esa furia de sentirse relegado y el deseo cobrar revancha, la sensación de rareza en la percepción, pero sobre todo el deseo de recuperar el tiempo y lo perdido, rescatándose, asimismo.

            Pero no solo me remite esta historia a la discapacidad, sino que me lleva a viajar imaginando a nuestra sociedad decadente, con un sistema de valores éticos y sociales insubsistente, donde la corrupción, la violencia carcome y consume el ambiente y nos obliga a encerrarnos en una especie de burbuja democrática de plástico que nos haga sentir que vivimos.

            Esto lo cuestiono, porque es común ver a nuestro alrededor hechos violentos, circunstancias inverosímiles que parece que nos han robado la capacidad de asombro. Pareciera que hay una auto conmiseración social donde vaciamos los lamentos, nos lamemos las heridas y lloramos amargamente nuestras desgracias colectivas. Pero que no nos dan el impulso para sacar la escoba y barrer con esas circunstancias toxicas que alivien el ecosistema social, cultural y democrático que construimos.

            Estoy convencido de que, con fundamentos filosóficos de lógica, epistemología, ética y pensamiento crítico, estamos en la posibilidad de construir los cimientos del sistema democrático que necesitamos para recuperar la conciencia colectiva que elimine el talante individualista que hasta ahora socialmente hemos usado. La función constitucional democrática va más allá del texto constitucional, la democracia ya no es ese valor sacrificable en pro de la estabilidad ni justifica la existencia solo por la aparición de los derechos sociales, por el contrario, encuentra su valor en la institucionalización permanente de la democracia como sistema de vida.

Así que la tarea que nos llevamos es encontrar estas soluciones a partir de la cultura democrática, tarea que es difícil, pero no imposible.


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