¿Justicia de los algoritmos?: El espíritu santo se queda corto…



Por Erika Zárate

Dos campos que en nada se relacionan. Ahora los uno. El lazo que les doy es la tecnología. Ambos círculos son afectados, cuando se les consideraba totalmente seguros, hoy son de riesgo. No exagero.

Les contaré de literatura y derecho probatorio. Para no separarme del tema principal del blog. Mi exposición resalta la promesa de la tecnología. Ésta ofrece evitar el error humano. Casi la perfección. Sin embargo, es mentira. Los algoritmos son una serie de pasos, unos más sencillos que otros, para obtener un resultado. Ni siquiera son inteligencia de las máquinas. Pero dañan los derechos de las personas si los llevamos al campo del cientismo (para saber todo sobre ese término y porque no debemos inmacular a la ciencia y la tecnología les recomiendo leer los textos de Susan Haack uno de ellos lo encuentran aquí

Los algoritmos están en casi todo. Su uso genera la convergencia que anuncié. Hoy la literatura y el derecho probatorio los utilizan, aunque debemos cuidar las consecuencias que generan.

La literatura se ha transformado en exceso desde que se escribió El Quijote a este día. Es el fenómeno llamado la biopersonificación, en la cual el escritor tiene que diversificarse y no estar únicamente dedicado a escribir. El mercado lo lleva a tener sus cuentas en redes sociales, para generar “contenidos” que le ayuden a tener like y a que su producto literario se transmita de boca en boca. (Se sugiere leer El amor por la literatura en tiempos de algoritmos de Hernán Vanoli, libro que inspiró muchas de las referencias que hago a la literatura en este escrito).

Como se ve la persona escritora tiene una mezcla de competencias que le exige la era digital y tecnológica. Y si de mezclas se trata el ADN también participa de ellas. Cuando se presenta una combinación en un objeto las técnicas “tradicionales” de esa prueba tienen dificultades.

Para resolver los problemas de falta de fiabilidad asociados a las técnicas subjetivas que se suelen utilizar e interpretar los resultados de las mezclas complejas de ADN, varias empresas y organizaciones están trabajando en el desarrollo de sistemas algorítmicos. Los programas generan preocupación por su fiabilidad. Se cuestiona su validez científica y la falta de transparencia del algoritmo.

Una vez más se transforma el derecho probatorio. Lo hizo cuando llegó la prueba de ADN con toda la serie de sus tropiezos y perfeccionamiento a lo largo de treinta años. Hoy es una de las pruebas con mayor reputación. Exige conocimientos científicos para entenderla y dominarla. Para interpretar sus resultados es necesario el manejo de la estadística y la probabilidad. Ahora, en el escenario del delito puede encontrarse el ADN de diversas personas. Saber con certeza quién estuvo ahí y que tocó es imposible para esa prueba, cuya confiablidad se logró en análisis de muestras de fuente única o mezcla simple. La técnica que usa esa prueba empezó a sustituirse por algoritmos. Ellos son poco transparentes y no se tiene manera de medir su fiabilidad. Se pensaba que los algoritmos solucionarían los problemas, por ejemplo, de la falacia del fiscal, pero no lo logró y trajo otros retos como usar programas para esa problemática.

Los creadores de los algoritmos para las mezclas de ADN consideran que sus programas son una mejora que inhibe el subjetivismo en la interpretación del estudio. Ellos usan la técnica genotipo probabilístico, que es un algoritmo matemático para interpretar esas mezclas complejas y determinan si el ADN de una persona forma parte de ese conjunto.

En la literatura los algoritmos también cambian el modo en el que elegimos los libros que leemos. A veces parece que no es indispensable acudir a la librería porque recibimos anuncios y sugerencias en los correos electrónicos, al abrir una red social, al hacer la compra de otro objeto.

Sin duda los algoritmos cambian todos los espacios de la vida, a veces no sólo para bien. Por eso los ojos los debemos mantener bien abiertos.

Por ejemplo, en EUA se han utilizado en casos penales. Como lo es Commonwealth v. Foley, que se trata de un homicidio. El señor Foley fue juzgado por el asesinato del marido separado de la mujer con la que vivía. Las pruebas de ADN de la uña de la víctima contenían el ADN de dos personas, la víctima y la persona que presuntamente la había asesinado. La muestra de ADN se analizó en un laboratorio de la Oficina Federal de Investigación, y los datos de las pruebas realizadas en el laboratorio del FBI fueron utilizados por tres expertos diferentes para elaborar un testimonio sobre la importancia del ADN. Los tres expertos -Mark Perlin, un científico forense del FBI y un tercer científico- coincidieron en que el perfil de ADN de Foley coincidía con el ADN encontrado en la muestra, pero cada uno de ellos testificó sobre probabilidades radicalmente diferentes de que alguien distinto de Foley coincidiera con el ADN encontrado en la muestra. El científico forense del FBI testificó que la probabilidad de que otra persona contribuyera con esa parte de la muestra de ADN era de 1 entre 13.000; el otro científico testificó que la probabilidad era de 1 entre 23 millones; y el Dr. Perlin testificó que las probabilidades eran de 1 entre 189.000 millones.

Foley argumentó que el testimonio del Dr. Perlin debía ser declarado inadmisible por no superar el estándar del caso Frye. En ese caso se refirió que "las pruebas científicas novedosas son admisibles si la metodología en la que se basan tiene una aceptación general en la comunidad científica pertinente". El tribunal decidió que la técnica empleada por el Dr. Perlin era una aplicación refinada del método previamente aceptado para calcular las probabilidades en el análisis forense de ADN.

El tribunal de apelación también consideró que el testimonio del Dr. Perlin no era novedoso y concluyó que era correcta la admisión de su testimonio. El tribunal de apelación rechazó los argumentos de Foley dirigidos a alegar que el algoritmo de la empresa TrueAllele debía considerarse novedoso porque nunca se había utilizado anteriormente para analizar una muestra mixta de ADN y porque "ningún científico externo puede replicar o validar la metodología del Dr. Perlin porque su software informático es de su propiedad". El tribunal consideró irrelevante el hecho de que TrueAllele se hubiera utilizado anteriormente en casos judiciales, argumentando que el hecho de que un método científico sea objeto de controversia entre los científicos (y, por tanto, que un método sea novedoso) no viene determinado por el hecho de que un tribunal haya decidido previamente admitir la prueba. En cualquier caso, el tribunal afirmó que TrueAllele se estaba utilizando en ese momento para otros fines, como la identificación de las víctimas del World Trade Center, así como para crear la base de datos nacional de ADN del Reino Unido, lo que desvirtuaba los argumentos de Foley de que la tecnología no se estaba utilizando.

En cuanto al argumento de Foley de que la negativa de TrueAllele a revelar su código fuente impedía su validación, el tribunal declaró que "los científicos pueden validar la fiabilidad de un proceso informático incluso si el "código fuente" en el que se basa ese proceso no está disponible para el público". TrueAllele es un programa informático de propiedad exclusiva; no sería posible comercializar TrueAllele si estuviera disponible de forma gratuita". Además, el tribunal dijo que TrueAllele había sido objeto de estudios de validación publicados en revistas especializadas, lo que indicaba que el contenido de los estudios de validación había sido "revisado por otros especialistas en la materia". Sin embargo, el tribunal omitió señalar que los dos estudios que citó para este punto habían sido redactados por Dr. Perlin y sus colegas.

La empresa dueña de TrueAllele promueve el algoritmo como una herramienta para los fiscales y los abogados de la defensa. En 2013, Mark Perlin accedió a proporcionar pruebas gratuitas de TrueAllele para Darryl Pinkins, que había sido condenado por una violación en grupo. Después de realizar las pruebas, Perlin declaró que estaba "increíblemente seguro" de que los resultados excluían a Pinkins como sospechoso sobre la base de las pruebas de ADN proporcionadas. Esta nueva evidencia finalmente llevó a los fiscales a admitir que estaban equivocados y a aceptar anular la condena de Pinkins. Cuando Cybergenetics ha sido cuestionada, Perlin ha invocado habitualmente el uso de TrueAllele en los casos de exoneración, argumentando que estos casos ayudan a demostrar la fiabilidad de TrueAllele.

Así en el proceso penal la tecnología cambia la interacción de las partes. Tal como nos hace entender Vanoli en su libro de la literatura, la cual ha sido trastocada por los algoritmos, la tecnología no está resultando neutral y de todo benéfica a todas las personas, realmente no es democrática, genera brechas o puede “manipular” o infringir derechos.

Como ejemplo de lo último es que los acusados, los equipos de defensa y el público en general no suelen tener acceso al código fuente que define estos programas. No tienen información sobre cómo se construyó el software o el grado de fiabilidad de éste. El proveedor suele prohibir la revisión independiente del sistema por parte de terceros. Incluso las solicitudes de testigos expertos para de revisar los detalles del sistema se niegan bajo la idea de proteger los derechos de autor. Esas denegaciones tienden a hacer reflexionar cómo podrían revisarse protegiendo los derechos de todos los involucrados.

Es hasta cierto punto lógico que las empresas no revelen su código fuente. Su negocio es el algoritmo, su producto es su código. Como sucede al escritor de literatura en la era del algoritmo, que se convierte en una mercancía que debe tener presencia en todas las redes sociales y entrar a retos de escritura (lograr escribir novelas en un lapso). Un escritor en esta era y esos métodos no querría revelar su modo de hacerlo, porque todo eso constituye el propio producto que él es.

Sin embargo, la revisión del "código fuente" proporciona u análisis mucho más útil que simplemente que la versión ejecutable del software. El código fuente es la lista de comandos legibles para el ser humano (por ejemplo, "si el usuario introduce X, entonces haz Y", "repite probando posibles soluciones hasta que una funcione") escrito por los programadores y utilizado para generar la propia versión ejecutable. Es como poder ver los planos de la casa en lugar de simplemente recorrerla. Un perito testigo experto que revise estas líneas de código fuente tiene la oportunidad de validar y cuestionar el comportamiento del software a un nivel mucho más profundo de lo que sería posible utilizando simplemente la versión ejecutable del programa.

Frente a esa opacidad, que poco a poco van derrotando los tribunales en EUA, los propios dueños de los algoritmos, con habilidad han permitido su utilización para lograr absoluciones de personas. Y parece loable, pero siempre estará la incógnita si es altruismo o una manera de legitimar la falta de revelación de su código, al proyectar que su algoritmo no sólo sirve para condenar. De algún modo es pretender legitimar su tecnología con un supuesto uso masivo en beneficio de todos. En cierto modo es lo que la literatura exige en la era del algoritmo a los escritores con presencia masiva en la que deben tomar postura y demostrar que sirven a una causa, ya no basta escribir artísticamente, el algoritmo exige mucho. Sin que se me mal entienda. En sí mismo el nanoactivismo o el altruismo a los proyectos de inocencia no son reprochables, pero siempre quedara la duda, si es bondad o la obligación del algoritmo para defender al algoritmo mismo. 

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