Luvina o el recuerdo de los olvidados
Por
Alba Nidia Morin Flores
Hace
más de veinte años, cuando cursaba el primer ciclo escolar en secundaria, como
parte de una tarea, llegó a mis manos un libro de cuentos titulado El llano en llamas (1953), escrito por un
autor mexicano de nombre Juan Rulfo (1917-1986). En aquellas épocas, cuando la
lectura de obras literarias significaba para mí una obligación más que un
placer, sorpresivamente me invadió la curiosidad de ese pequeño libro con pasta
color marrón y la figura de dos hombres a caballo.
Recuerdo
muy bien a la profesora de español repetir constantemente “la lectura es un
placer, no una obligación”, por tanto debíamos elegir uno de los diecisiete
cuentos que integraban la obra y desarrollar una síntesis. Sin tener la menor
idea de quién era Juan Rulfo ni lo que significaba El llano en llamas para la literatura hispanoamericana, me dispuse
a leer Luvina. Sin esperar nada del
texto, descubrí uno de los cuentos más bellos y sin embargo, menos comprensibles
a mis trece años, quizá por el escaso conocimiento de la realidad que en esos
momentos poseía.
Hoy, al
releer la obra encuentro uno de los escritores más fascinantes del mundo
literario, de quien José Emilio Pacheco expresaba “La extrema parquedad de
Rulfo hace que cada línea suya sea un tesoro digno de conservarse” y a quien
Gabriel García Márquez admiraba como autor y repetía que su gran obra Pedro Páramo “era la novela más hermosa
de la lengua española”. Esa genialidad aludida por diversos autores aparece en Luvina.
A más de veinte años de distancia, la obra de Juan Rulfo no termina de maravillarme por la detallada y fidedigna representación de la realidad rural en nuestro país descrita como “un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros y ya no hay ni quien le ladre al silencio, pues en cuento uno se acostumbra al vendaval que allí sopla, no se oye sino el silencio que hay en todas las soledades.” Un retrato todavía vigente.
Actualmente
hallo una de las mejores obras de la literatura e identifico un sitio
familiar de la realidad actual en donde la desolación, el desconsuelo y la angustia
son parte del contexto que me rodea. Reconozco un pueblo, en cualquier parte de
México, “ubicado en el cerro más alto y pedregoso” o en cualquier desierto,
bosque o planicie donde la tragedia es inescapable y cuyos hombres, ante la
falta de oportunidades, deben abandonar sus casas, sus esposas y sus hijos para
vivir el sueño de una vida digna.
Luvina significa para mí, el
recuerdo de la miseria, el olvido y la tristeza, un lugar sin esperanza, el
México sin rostro, el triste, aquel que los gobiernos olvidan “porque no tienen
madre” o no quieren ver. Donde se “puede ver esa tristeza a la hora que quiera”
basta con salir un poco de las ciudades y recorrer los pueblos del país para
percibir la desesperanza perenne en la que se encuentran.
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