El Derecho y el derecho en “La casa” y “El astillero”

 




Por: Luis Octavio Vado Grajales


La primera de las obras que convoco es, me parece, poco conocida. Manuel Mújica Laínez, su autor, llamado Manucho, era un escritor grande, por la amplitud de sus temas así como por el manejo de la técnica; sin embargo, tengo la impresión de que no es muy conocido en la actualidad, lo que es una pena.

“El astillero”, la obra cumbre de Onetti, goza de fama legítima como una estupenda novela, sigue siendo leída y recomendada constantemente.

Textos diversos, en apariencia, pueden hermanarse por algo más que el origen sudamericano de sus autores, tan aparentemente diversos; el uso del derecho que se nota en las mismas es el elemento que las acerca.

La obra de Manucho se ocupa de las peripecias de una casa “vieja, revieja” como ella misma se nombra. Vemos su gloria inicial, los años dorados, el anuncio de la decadencia y la destrucción final; por ella pasan diversas generaciones que con sus pequeñas y grandes virtudes o crímenes, le otorgan magnificencia y la condenan al mismo tiempo.

Por su parte, “El astillero” tiene una trama bien conocida, narra la presencia de un personaje oscuro en un decadente astillero, la manera en que logra su administración y galantea a dos mujeres en medio de las ruinas empresariales.

Estas apuradas sinopsis no tienen por objeto sustituir la lectura de las obras, sino enmarcar el uso del derecho que se encuentra en las mismas.

Debe distinguirse, primero, entre el Derecho, con mayúsculas, y el derecho, así, en minúsculas. El primero no está ligado al segundo y resulta aún más importante que este; significa el título legítimo que permite mostrarse como dueños de la casa o del astillero, algo que va más allá de las normas.

En el caso de la novela de Mujíca, el Derecho es el de quienes hicieron la casa y sus descendientes. Del Senador que compró el predio y la mandó construir, llenándola luego de pinturas, muebles, tapices franceses y techos italianos; de su viuda, dotada de una majestad que no se pierde ni con los años ni con los kilos; de sus hijos, uno muerto pero no ausente, otro digno pero incompetente, uno loco y el otro misántropo.

Por su parte, en el texto de Onetti, se sostiene el embuste de que la factoría ruinosa volverá a funcionar gracias a las habilidades mercantiles de su dueño, pues no puede suponerse que, quien ha sido un gran empresario, deje de serlo por el simple hecho de un cambio de la fortuna.

Así, la raíz de quienes poseen no se encuentra en títulos, pues si bien estos existen, son más bien la manifestación por escrito de una superioridad que da poder por “naturaleza” sobre las cosas materiales en que esa nombradía se demuestra.

Sin embargo, este Derecho, tan ajeno a las leyes, no deja de ser una impostura, o mejor diría, un cuento que se cuenta para que lo crea quien lo narra. Los orígenes del Senador no son propiamente aristocráticos, y la riqueza del propietario del astillero tampoco parece hija de un comercio legítimo.

El derecho, ahora sí, el que se manifiesta en leyes, tribunales, abogados, juega un papel de objeto o pretexto desdichado. Seré más preciso: cuando aparece el derecho, siempre lo es de una manera que anuncia una nueva desgracia o que retrasa el legítimo reconocimiento de lo que, por Derecho, se les debe a los seres superiores.

Un abogado, en estas novelas, jamás será el emisario que lleva buenas noticias.

En “La casa”, vemos que la riqueza se va perdiendo por recovecos y caminos legales. Ventas necesarias, conflictos de propiedad, acciones perdidas, que van minando el poder económico de la familia propietaria. Y al final, las sucesiones, necesarias pero desastrosas, hacen que el lujoso bien termine en manos que no saben ni pueden mantenerlo. Se convierte, en su decadencia, en la denuncia de la falsedad de sus glorias.

Por su parte en “El astillero”, vemos la cuidadosa negociación de un contrato laboral, desmentida la formalidad de las partes por el páramo industrial en que se celebra. Los pleitos lejanos, que lo son doblemente por la distancia y por el enredo abogadil, culminan en una prisión que se presenta como injusta, pero que refleja el choque entre el Derecho y el derecho.

Jamás vemos que la aplicación de las normas de alegría a los personajes. La mención de los actos jurídicos, que por si mismos parecen irrelevantes, se convierten en ambas novelas en auténticos MacGuffin que orientan la trama.

Ahí está la similitud entre ambas novelas: la presencia del derecho, en apariencia irrelevante, como guía o impulso definitorio para la narración, siempre hacia la pérdida o destrucción de los personajes.

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