Tu palabra resuena en mí
Imagen: Publicaciones UNAM
Por Francesca Gargallo Celentani
Te he acompañado en las marchas hasta este
10 de mayo en que no podremos encontrarnos en las calles, confinadas en las
casas, separadas, con una ansiedad creciente por la violencia que no se detiene
y las nuevas trabas para inventarnos un abrazo. No sé siquiera cómo llamarte:
mamá, hermana, maestra, comadre. Cualquier nombre es poco para ti que puedes
ser cualquiera de nosotras que tenemos la suerte de tener una hija y que hemos
aprendido el valor de dejarla ser y actuar a pesar del terror que nos atenaza.
Hace casi treinta años
escuché los ecos de tu dolor valiente en Chihuahua y empecé a prestar atención
a tus palabras en las marchas del 25 de noviembre entre contingentes de mujeres
que exigen su derecho a vivir libres de violencia, en las marchas de los 10 de
mayo donde tú y las que como tú ya no tienen la posibilidad de sentarse en la
mesa para gozar de una comida que, como madres festejadas, han organizado. Me
he detenido para escucharte en el Antimonumento contra el feminicidio y en los
mítines donde nos has enseñado cómo documentar la desaparición de tu hija del
alma, porque la informalidad de los funcionarios la dejaba a merced de la
impunidad que gozan los asesinos. De ti he aprendido valor civil. Coraje, ante
el desamparo que nos afecta a todas. Valentía para dar la cara ante los poderes
más sordos y corruptos por las omisiones cometidas en perjuicio de la justicia,
porque no hay justicia ahí donde una madre debe gritar hasta quedarse sin voz
al exigir una alerta inmediata cuando se trata de la desaparición de una mujer.
No hay justicia donde hay que mendigar una investigación.
Desde que la he
escuchado, tu palabra resuena en mí. Dejo de oír tu voz al alejarme, pero no tu
mezcla de furia, dolor y rabia. Angustia, sí, es angustia la que me transmites
ante las amenazas que has sufrido por reclamar justicia, así como una fuerza
desconocida gracias a la cual he aprendido a repetir que no queremos más
huérfanos de mujeres asesinadas ni madres que lloran.
Mamá
que te has enfermado, hermana que ya no quieres entender por qué te niegan la
justicia, maestra de resistencia, comadre en la demanda de que se destinen
personas y recursos para lograr una solución a la falta de importancia que
reviste la muerte de la persona más querida: la niña que te abraza, la joven
que te espera para contarte su día, la deseada, nacida, besada, lavada,
amamantada, educada.
No
sé cómo llamarte porque tu dolor me intimida, me aturde y me provoca un miedo
supersticioso pensarme en tu lugar. Temo que no tengo derecho a nombrarte, pero
quiero decirte que tu voz que clama justicia me despierta una potencia de útero
salvaje, de ola rompiente, de grito colectivo.
Carta tomada de Antivilo,
Julia (coord.), Cartas a las madres, México,
UNAM, 2020. El libro completo puede descargarse en el siguiente enlace:
El texto me parece fascinante, al leerlo nos proyecta las emociones de tristeza de ver cómo las niñas desaparecen, que si el día de mañana no sabemos si seremos nosotras o alguna amiga, prima, maestra, también nos causa enojo al ver que el gobierno no hace nada y preocupación, provoca que nosotros podamos sentir esas emociones y consideró que un persona ajena al movimiento feminista al leer este texto pueda motivarse y unirse.
ResponderEliminarDe Luis Reyes Samantha Ariday
El texto me parece fascinante, al leerlo nos proyecta las emociones de tristeza de ver cómo las niñas desaparecen, que si el día de mañana no sabemos si seremos nosotras o alguna amiga, prima, maestra, también nos causa enojo al ver que el gobierno no hace nada y preocupación, provoca que nosotros podamos sentir esas emociones y consideró que un persona ajena al movimiento feminista al leer este texto pueda motivarse y unirse.
ResponderEliminarDe Luis Reyes Samantha Ariday