Carta de Alfonso Reyes a su hermano

 


Rio de Janeiro, marzo 12 de 1931.

 

Mi querido hermano Rodolfo:

 

Como respuesta a tus dos cartas del 11 y 19 de febrero, te envío copia de la extensa carta que hoy dirijo a Bernardito, donde tu reconocerás que he recogido con lealtad las lecciones de mi experiencia, que se las paso con toda claridad a tu hijo, y que también procuro usar un tono sereno y objetivo que contribuya a dar otra temperatura a este asunto. No sigamos exaltándonos, por favor. No hay derecho a hacer la vida a punta de indignaciones contra las “injusticias de este mundo”. Esta actitud desmoraliza, deshace la conducta, y arrastra a los hombres muy fuera de su propio cauce.− No quiero detenerme en esos momentáneos extravíos de que tú me hablas, y que, en un instante de abatimiento, sorprendiste en labios de tus hijos. Yo bien sé que esta crisis tiene que pasar. Tú ya has sufrido demasiado, y quisiera con todas las fuerzas de mi espíritu asistirte ahora y ayudarte a poner tus emociones −por decirlo así− en “otro tono”. Nada se puede contra una situación histórica. Así están las cosas, no podemos cambiarlas. No tenemos ningún derecho a destrozamos la cabeza pegando con el muro, porque nuestra integridad es un centro moral de que se alimentan los que nos rodean nuestras familias, nuestros hijos, algunos de nuestros amigos. Es mejor prescindir de toda calificación, y aceptar los hechos. Sobre esta base mínima, ya puede uno echar a andar. A mi casi me da pena decirte estas cosas, porque tengo el aire de estar viendo llover sin mojarme. Pero tú no puedes creer que me siento extraño a tu pena, tú no puedes creer que esta actitud mía no sea el resultado de un trabajo de trituración interior al que, por lo demás, mi vida me tiene acostumbrado. Yo quiero, por todos los que llevan el nombre de mi padre, que esto no se vuelva una bola de nieve. Nadie tiene derecho de aumentar voluntariamente el dolor de los demás. No le digas a Bernardito nada que lo exalte. Yo me he creído en el deber de hacerle algunas preguntas casi de confesor, porque tu carta del 11 me hizo meditar, con esta reflexión tuya tan juiciosa: “...a la verdad me ha extrañado, y casi casi estoy por creer que no es enteramente exacto el sucedido, y que el Sr. Estrada quiso dorar la píldora al chico, presentándole un conflicto general en el que según su propia frase, hubo de realizarse una operación quirúrgica, sacrificándolo a él...” Notarás también, y quizá te extrañe, algo que le digo sobre su noviazgo. Debo declararte con toda franqueza que nos habló Bernardito a Manuela y a mí de este asunto en términos tan juiciosos, serenos y hasta con tal desprendimiento y aceptación de lo que viniera, que creí yo sacar una conclusión: hay en Bernardito dos naturalezas; o mejor dicho: su naturaleza profunda tiene recursos de prudencia que han sido falseados por un hábito exterior de exageración sentimental realmente peligrosa. Este muchachito tiene los nervios en trepidación escandalosa. Su conciencia ve claro; enamorado, sí, pero hasta cierto punto, no como te enamoraste tú o como me enamoré yo, sino siempre con su reserva interior y con el cuidado de su propia libertad. Esto por adentro; pero, por fuera, las palabras que está acostumbrado a decir, las actitudes que está hecho a adoptar, desnaturalizan su propósito, lo llevan más lejos, y a él le gusta un poco contemplarse así, al borde de los peligros. Este dialogo terrible entre el ser y el hacer yo creo que es una vieja enfermedad de la familia. Yo lo descubrí en mí mismo, y procedí muy muchacho a una especie de amputación o semisuicidio que ha hecho de mí esta cosa mutilada y melancólica (aunque disimulo siempre mi tristeza) que soy ahora. Yo creo que tú y yo podemos hablar de estas cosas con absoluta franqueza.

 

Bueno: ahora sólo queda esperar lo que venga de México. Yo me comunico constantemente con Genaro Estrada. Será mi mejor guía.

 

Como le digo a Bernardito, yo no quisiera que Prida te siga arrastrando a su capricho, atado a la cadena de la polémica. Tú has cumplido ya con tu conciencia y no debes pasarte la vida en explicaciones. Déjalo.

 

Cariños a tu Carmencita; ánimo y serenidad a tus varones. Te abraza fuertemente tu hermano.

 

AR

P.S. En efecto: polvos de aquellos lodos.

 Tomado de Reyes, Alfonso, Cartas mexicanas (1905-1959), sel. e intro. Adolfo Castañón, México, El Colegio de México, 2009.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Reseña de la obra "Paco Yunque" de César Vallejo (1892- 1938)

El color del cristal con que se mira: el uso de las máximas de la experiencia en los juicios

El populismo punitivista en Harry Potter