La idea justicia a partir del folletín decimonónico: El fistol del Diablo

 



Por José Ramón Narváez H.


Dicen que las constantes injusticias de un sistema político y jurídico tímido e incompleto, como era el mexicano en el siglo XIX, llevó al apogeo del folletín, fue la forma en la que un sector crítico de aquella sociedad encontró un mecanismo, un espacio para desarrollar de manera lúdica y creativa, a través de la sátira una mirada distinta.

El folletinista por excelencia es Manuel Payno Collado, un personaje polifacético en 1840 es secretario del general Mariano Arista, jefe del Ejército del Norte, y ya teniente coronel es jefe de sección en el Ministerio de Guerra, en 1842 Payno es diplomático en Sudamérica; en 1844, el gobierno de Santa Anna lo envía para estudiar el sistema penitenciario en Nueva York y Filadelfia, durante este periodo escribe El fistol del Diablo (1846), una de sus muchas novelas por entregas.

La historia arranca en febrero de 1844 (inauguración del Teatro de Santa Anna, luego Teatro Nacional), y va hasta septiembre de 1847 cuando México sufre la invasión norteamericana. Es el reboot de Mefistófeles aderezado con ciertos elementos mexicanos, Rugiero, el diablo, insaciable y metiche, la maldad suprema en persona, exento de cualquier consideración moral o idea bondadosa. Este personaje aparece primero en el contexto de la vida burguesa pero la obra también muestra los grandes contrastes socioeconómicos. El dinero resulta otro personaje importante en la historia, el sistema funciona gracias a él y en especial la justicia:

¿Qué valdrán los recursos de unos seres débiles, extraños a las intrigas del foro y a las maldades sociales, contra la influencia de un hombre con posesión ya de un gran caudal, con el que puede ablandar la integridad de los jueces, mover la fastidiosa elocuencia de un abogado y torcer la fe del escribano?

El diablo llegó a México buscando a Arturo, un joven a quien sus padres mandan a estudiar a Inglaterra, a su regreso descubre que ha dedicado poco tiempo al amor, y que lleva una vida muy monótona. Una noche, en el teatro, reconoce a un caballero alto, vestido con un traje negro, en el que destaca un grueso y brillante fistol prendido en su camisa blanca. Arturo recuerda un naufragio en el que estuvo involucrado en el paso de Calais, y como este misterioso hombre se apareció para salvarlo, Arturo para agradecerle pone a disposición de este caballero su casa y todos sus bienes. El hombre misterioso ha venido a cobrar su deuda, pero también ayudará a Arturo a encontrar el amor.

Todas las peripecias de Arturo para lograr su cometido se cruzan con intrigas políticas y trámites jurídicos y judiciales, en los que el cochino dinero siempre interviene. En algún momento Arturo cae en la cárcel y de ahí podríamos obtener cierta idea del debido proceso o más bien de su ausencia, para unos casos, en otros, la impunidad:

Pero en una de las partes del mundo en que menos se pueden contar con estas reglas (las leyes), es en México, en donde el inocente comienza por sufrir inauditas penas desde el punto en que es acusado, y el criminal encuentra siempre mil medios de evadir el castigo.

Para Payno, como buen liberal moderado la solución está en el progreso y la educación, “los léperos” y los “indios” retrasan la justicia, hay cierta molestia con las clases bajas que no ponen mucho empeño en su mejora social y moral. Hay una contradicción, un dilema, un complejo de inferioridad; que parece extenderse a América Latina: ¡queremos salvar a los pobres sin los pobres!, una idea ilustrada, clasista y racista que sigue dominando en las altas esferas de la región, es el mismísimo diablo quien lo dice y resulta un tanto paradójico, pues él representa al mal:

Los Estados Unidos tienen veintidós millones de habitantes, y vosotros apenas sois dos millones de gente blanca, pensadora, apta y capaz, con cinco millones de indios excelentes para cultivar el maíz y para batirse con una especie de frialdad e indiferencia, pero nulos para todo lo demás.

De acuerdo con su visión modernizadora, las instituciones a las que tanto criticará Foucault en el siglo siguiente serían la solución:

¡Oh!, en cuanto al orgullo -respondió Rugiero irónicamente- ustedes los mexicanos tienen bastante para no pensar que más valía (tiene) un buen hospital y una penitenciaría que no el lujo de un teatro rodeado de limosneros y de gentes cubiertas de harapos y miseria.

Justo en esta última cita emerge con toda su fuerza la incongruencia del proyecto civilizador: una sociedad aspiracionista que estudia en el extranjero, que tiene como modelo los Estados Unidos, y cuya preocupación primordial es ¿qué acto se presentará en el teatro el fin de semana?; por otro lado, servicios sociales inservibles, injusticia, miseria e ignorancia.

La gente de aquella época estaba pendiente de la siguiente entrega del folletín, justo como ahora nos sucede con los estrenos de los capítulos de una serie de televisión. Detrás de la historia de amor, venían las reflexiones intrincadas de Payno sobre la política, el derecho y la justicia que son fruto de la mentalidad de una clase política de aquel tiempo, pero que también servirían para formar opinión pública y preparar propuestas para un futuro en el que la solución no era educar, recluir y asimilar; sino permitir participar, incluir y escuchar. Lo curioso, es que detrás de todas estas ideas estaba el diablo con sus enredos, sus preguntas y sus burlas; y al parecer sigue estando de algún modo para seguirnos cuestionando sobre nuestra incapacidad para alcanzar la justicia.


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