Escucha mi ruego, señor Juez. Sobre la conferencia “Amor y justicia” de Ricoeur

 


Manuel de J. Jiménez

 Desde la judicatura es un lugar común pensar que la relación de amor y justicia es como el agua y el aceite. En general, bajo los modelos iuspositivistas en torno a la teoría del derecho y la decisión judicial, el acto de juzgar se podría identificar –como afirmó Claudio Magris en un famoso ensayo− con valores fríos, mientras que la literatura −la poesía lírica por ejemplo− se vincularía más con valores cálidos. Hay todo un esquema de justicia procedimental que busca, en la medida de lo posible, neutralizar el papel de las emociones y los sentimientos en el momento en que un juez hace su trabajo. Esto sucede mucho en la práctica por la expectativa profesional de ser “operadores” quienes interactúan en un juzgado. Mientras sucede esta proyección de ser sujetos inanimados y aplicadores de la ley, en el campo de la filosofía del derecho se visibilizan los trabajos que navegan a contracorriente de esta posición hegemónica como las investigaciones de Amalia Amaya y Guillermo Lariguet.

Una aproximación interesante que busca poner en diálogo y, hasta cierto punto, reconciliar los ámbitos discursivos entre amor y justicia, es la conferencia que Paul Ricoeur pronunció en 1989 en Tubinga después de recibir un premio: “Amor y justicia”. Estas palabras se ofrecieron teniendo en cuenta el panorama de los trabajos de Leopold Lucas para después ser publicadas en 1991. La edición que se consigue en México es la que publicó Siglo XXI junto con otros ensayos relacionados con el tema en 2009. La traducción de Adolfo Castañón es no sólo cuidadosa, sino que brinda al lector mexicano un cariz estilístico y sintáctico que se agradece en muchos niveles. Quien hace la traducción es el mismo que trae al español mexicano Después de Babel de Steiner, considerándolo como su auténtico doctorado en el tema, según sus propias palabras. Aquí quiero lanzar un exhorto a mis colegas académicos, quienes a veces piensan que leer los textos en lengua original es superior a cualquier aproximación dada por el traductor. Entre pérdidas y ganancias dentro del esquema que exige ir y venir en las lenguas, el oficio de Castañón es un regalo para el horizonte de lectura mexicana y latinoamericana. Esto lo pongo de realce porque, en muchas maneras, amar y hacer justicia es análogo al hecho de traducir algo a alguien.

En este texto, el hermeneuta francés reflexiona sobre cómo en la forma imperativa del amor (ámame) se traspone el poder y el sentimiento secuencialmente. Además del imperativo de los afectos, hay un mandamiento sobre el ejercicio del amor. En este caso, asevera después el filósofo, el tipo de mandamiento contiene las condiciones de su propia obediencia mediante la ternura del ruego. Dedica buena parte de sus reflexiones a la dimensión comunicacional de la justicia partiendo de Aristóteles y dialogando con la Teoría de la Justicia de Rawls, quien descuida a veces la emotividad del acto justo por “formas casi algebraicas”. De tal suerte que Ricoeur relaciona el formalismo de la justicia y la Regla de Oro con otro tipo de conceptos como lógica de equivalencias y lógica de la sobreabundancia, representada esta última en el segundo principio de justicia rawlsiano. Para invitar a los lectores a la revisión de este breve pero coyuntural ensayo, vale la pena reproducir este pasaje:

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Decir, como lo he sugerido más arriba, que la justicia es una parte de la actividad comunicativa, cobra aquí todo su sentido: la confrontación entre argumentos ante un tribunal es un ejemplo notable de empleo dialógico del lenguaje. Esta práctica de la comunicación tiene incluso su ética: audi alteram partem. (…) Así, el ejercicio de la justicia no es simplemente un caso de argumentos, sino de toma de decisión. Está aquí la pesada responsabilidad del juez, último anillo de la cadena de procedimientos, en cualquier grado que sea. Cuando esta última palabra del juez es una palabra de condena, el juez se presenta ante nosotros no sólo como portador de la balanza sino de la espada. 

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