Derecho y cronotopos: la teoría literaria como herramienta para la comprensión de los fenómenos jurídicos (I)
Alonso Vázquez Moyers
El derecho consiste, fundamentalmente, en
fronteras. Y, parafraseando a Clifford Geertz, las fronteras son borrosas, contingentes,
espacios de disputa permanente. Mijaíl Bajtín acuño el concepto de cronotopo
para hablar de la conjunción del espacio y el tiempo en la literatura, la forma
en que las narraciones daban cuenta del acontecer histórico y cómo los paisajes
son depositarios de los cronotopos que, en buena medida, constriñen o permiten
la acción de los personajes. Son, finalmente, las estructuras sociales,
mediadas y, por ende, construidas por (y en) el tiempo y en el espacio.
Toda narración, todo personaje, se sitúa en un lugar, que visibiliza el tiempo. Incluso si se trata de un lugar imaginado, de otro tiempo, pasado o futuro. Con el derecho, propongo, sucede algo no muy distinto. Ya sea que pensemos en el Estado-nación o en el individuo, se trata de espacios: creados, disputados y finalmente reconocidos por el derecho. Son espacios, además, en donde se deposita la historia en general, y que posibilitan la historia de quienes viven ahí.
La novela Ahora me rindo y eso es todo (Enrigue, 2018) lo cuenta así:
Al principio las cosas aparecen. La escritura es un gesto desafiante al que ya nos acostumbramos: donde no había nada, alguien pone algo y los demás lo vemos. Por ejemplo la pradera: un territorio interminable de pastos altos. No hay árboles: los mata el viento, la molicie del verano, las nieves turbulentas del invierno. En el centro del llano, hay que poner a unos misioneros españoles y un templo, luego unos colonos, un tempolo de cuatro calles. Alguien pensó que ese pueblo era algo y le puso un nombre: Janos.
¿No hace el derecho
justamente eso cuando (luego de los rituales propios) nombra a una nación o a
una persona?
Last
Call. The rise and fall of prohibition, es uno de los mejores
libros sobre la prohibición del alcohol en el siglo XX en Estados Unidos. No se
trata de una novela, sino de una narración histórica de cómo fue construido
socialmente el alcoholismo como un problema, moral, primero y jurídico,
después. La definición de un delito marca un límite entre lo permitido que, a
su vez, es depositaria de diversas narraciones sociales que encierran
expectativas morales. Además, construye a un sujeto nuevo: el delincuente.
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