El licenciado P.P. y yo
Manuel
de J. Jiménez
El 25 de enero de 1906 –hace
exactamente 115 años− nació en la ciudad ecuatoriana de Loja uno de los
personajes que considero esenciales para comprender el enlace vital del derecho
y la literatura en América Latina: Pablo Arturo Palacio Suárez. Con el tiempo,
será conocido únicamente como Pablo Palacio. Él será un escritor único, pues
revierte los ejes de tiempo y forma en la novela clásica. Como ya lo he dicho
en una previa entrada de este blog, con Vida
del ahorcado (1932) remueve la psiquis del sujeto condenado, señala las
fracturadas columnas de la justicia latinoamericana y dota al protagonista de
una orfandad espeluznante. Si hubiese nacido en Europa, sería más famoso que
Kafka. Afín al socialismo revolucionario, este abogado de la Universidad
Central, además de ser un genio literario, se desempeñó como Ministro de
Educación y fue pieza clave en la elaboración de la Constitución de 1938. La
justicia social, vista desde la política, el derecho y la literatura, fue su
sendero ético. En algunos escritos, imagino que firma con sus iniciales “P.P.”.
Cuando supe que existía un escritor
así, gracias a la recomendación del escritor chileno Felipe Becerra, compré su
obra completa e imaginé su vida. Por la edición crítica de Wilfrido H. Corral
me enteré de que un teórico llamado Stanley Fish mezclaba derecho y literatura
y después se me abrió el panorama de Law
& Literature movement. Conocer al licenciado P.P. fue en muchos
sentidos el inicio de mi aventura intelectual en estos temas. Ese escritor
vanguardista, debido quizás a ese hilo delgado que separa la genialidad de la
locura, perdió la razón. En mi libro Interpretación
celeste, imagino sus últimos días donde las cosas del mundo terminan por
revolverse en su cabeza:
Pablo tenía su cara como un cuchillo,
su imaginación suspendida entre los vapores. La barba rojiza le picaba las
mejillas como púas y el fuego soplaba impaciente dentro de su mirada. Él ya no
era de este mundo. A menudo miraba una muselina que oscilaba entre los muros
del Hospital Luis Vernaza de Guayaquil. A menudo imaginó que la noche se
disponía a poseer el paisaje cotidiano con uñas y ojos vagantes. Recordaba
súbitamente, en un momento de lucidez, una tonada suya: “mi vida con este frío
voluminoso en las mucosas y estas corazonadas retumbando y esta llenura del
cerebro que, y esta llenura del cerebro que, y esta llenura del cerebro que”.
Después rememoraba a las siamesas o al hombre que vio morir a puntapiés. Por
último llegó a su mente Pablo Alejandrito, su hijo de cinco años, que llora en
silencio. Él no volvió a saber de sí, había tocado una raíz del cielo.
Feliz cumpleaños Manuel de J. Jiménez, gracias por brindarnos otra perspectiva del derecho en la literatura, un abrazo.
ResponderEliminarMuy feliz cumpleaños profesor, un abrazo con cariño y respeto. Le deseo lo mejor de la vida.
ResponderEliminar