El canto por los desaparecidos de Zurita
Manuel
de J. Jiménez
Antes de ese enero de 2009 y ese viaje hermoso que
hicimos Yaxkin, Héctor y yo por varias ciudades chilenas hacia el norte,
cruzando la frontera en bus, para llegar finalmente a La Paz; yo era un tesista
de la Facultad de Derecho de la UNAM. Escribía sobre el Estado de excepción y,
en mis poemas, hablaba del ciudadano ausente. Por aquellos años, en el país se
desataban los estragos de la terrible guerra contra el narcotráfico que
emprendió el sexenio calderonista. Mucha gente había muerto (no sólo militares
y narcotraficantes), otras tantas se encontraban desaparecidas; se empezaron a hacer comunes las ejecuciones mórbidas y, más adelante, el país se llenaba de
fosas y familias que buscaban a sus hijas, padres y hermanos. Hablo aquí de los
inicios de lo que después el mundo conocería como los 43 de Ayotzinapa y la
noche de Iguala.
Todo esto que pasaba en el país no sólo me llevaron
a investigar sobre la figura de suspensión de garantías y escribir poemas de un
modo diferente, sino a leer la poesía con otra sensibilidad. Lo que Raúl Zurita
escribía sobre la dictadura pinochetista en los ochentas, era demasiado vívido
para muchos de nosotros acá en México. El modo en cómo el poeta le daba voz a
los detenidos desaparecidos, a los pobres y marginados me sobrecogió tanto que
incluso se me quedaban grabados en la memoria algunas voces, particularmente de
Canto a su amor desaparecido (1985).
Yaxkin, cuando vivía en un departamento cerca del metro Copilco, donde solíamos
reunirnos para leer poesía y tomar cervezas, nos puso en una ocasión un video
donde Zurita lee ese poema acompañado por las cuerdas de una sinfonía. Casi
lloré. A la postre, cada vez que escucho esas palabras, invariablemente se
sumergen en la misma música:
Canté,
canté de amor, con la cara toda bañada canté de amor y los muchachos me
sonrieron. Más fuerte canté, la pasión puse, el sueño, la lágrima. Canté la
canción de los viejos galpones de concreto. Unos sobre otros decenas de nichos
los llenaban. En cada uno hay un país, son como niños, están muertos. Todos
yacen allí, países negros, África y sudacas. Yo les canté así de amor la pena a
los países. Miles de cruces llenaban hasta el fin el campo. Entera su enamorada
canté así. Canté el amor
Me parece una forma muy original de expresar y de buscar representar mediante otro tipo de textos los sentimientos de tristeza, enojo, coraje y angustia que vivió no sólo el pueblo mexicano durante este sexenio, si no cada familia en lo particular, ya que como siempre hay miles de casos que no salen a la luz y poco a poco se pierden en el olvido y un poema me parece una de las formas las bellas y situles de plasmar este pesar, mejor que las notas periódisticas grotescas.
ResponderEliminarKarla Orozco.
Fueron episodios desesperantes los vividos en esas búsquedas, desgarradores momentos cada cuerpo que se encontraba, cada madre que suplicaba no encontrar a su hija con la esperanza de que estuviera viva, pero también deseando encontrarla para terminar esa angustia de no saber de ella.
ResponderEliminarGracias por la lectura.
A mí me llama mucho la atención de la obra de Zurita el uso del "recomienzo" del mismo poema, como si el poema fuera un día que es un instante que constantemente trae de vuelta las imágenes de desgracia. Estoy totalmente de acuerdo en la semejanza de panoramas, y sobre todo en que es terrible que las denuncias hacia la dictadura o hacia el narcoestado siempre puedan tergiversarse en mentiras. En un panorama así, la poesía es verdad.
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