Dos poemas de "Palacio de Justicia" de Rosa Burgos

 

                                                                                                                                                 Rosa Burgos 


Ius Gentium (Derecho de gentes)

Mare Nostrum que estás en los cielos perdónanos nuestras deudas pero no nos perdones nuestra falta de humanidad porque el oprobio es inmenso, colosal, gigantesco, infinito e inmensurable. Hemos vuelto la cabeza para no mirar, hemos cerrado los ojos para no sentir y  hemos recogido nuestras manos para no tener que prestar ayuda. Todos nuestros hogares deben ser señalizados  con una línea negra; después, han de ser arrasados y quemados. Nuestros hijos deben ser sacrificados también. Aún así no alcanzaremos el perdón. Jamás seremos dignos de ser personas. Hemos pecado porque permitimos que el mar Mediterráneo sea un mar rojo, un mar muerto, un mar negro.


Levantamiento de cadáver

 

Yo, doy fe, que era el mes de agosto

cuando una voz  policial

comunicó a mi Juzgado

de guardia, sin más datos,

la existencia de un cadáver.

 

El coche oficial  nos trasladó

al juez, al forense y a la que suscribe

a un barrio periférico

(a ese tipo de barrios

donde las sábanas colgadas en los balcones

son como banderas arriadas en  remotos navíos).

Los policías que esperaban

en la puerta dieron razón

de 'un pata negra', que vivía

solo y al ser un hombre obeso

apenas salía a la calle

ni mantenía contacto con los vecinos,

pero empezaron a oler…

 

El caso es que era un quinto sin ascensor

y en las paredes de las escaleras  pintadas

de gotelé, había dibujos de niños, uñas

rojas recomidas, zapatazos enojados,

cuerpos encallados, miradas curiosas

y unos esbozos que parecían falos.

En las televisiones  del inmueble

se discutía  sobre no sé qué.

La comisión judicial subía despacio

porque en el tercero ya mareaba

el olor repulsivo de la muerte

que aliviábamos con unos pañuelos

tapando la nariz.

 

En la puerta del difunto

el policía que vomitaba

nos abrió la puerta

donde, día tras día, una persona 

arrastraba por su piso, en talegas,

kilos y kilos de  su carne y sangre.

 

Cinco centímetros de cuerpo  humano

derretido en  una cera marrón

se expandía por toda la casa.

 

Para examinar su esqueleto

avanzamos a través de sillas.

Primero, el juez, detrás, el forense

y, por último, la suscribiente.

En la diligencia que extendí

se hizo constar que la data de la muerte

es de más de un mes,

no constan señales de violencia,

la casa permanece en orden, el cuerpo,

en decúbito supino, descansa

en mitad del salón. 

Transcribo, antes de firmar,

una nota manuscrita :

“Tomad y bebed: este es mi cuerpo”.

Comentarios

  1. Ambos poemas me parecen muy buenos, principalmente, el primero, pues es bastante cierto que somos culpables de callar o actuar indiferentes ante muchas injusticias y por tanto también se vemos constantemente y nos quejamos de la impunidad a la cual en algún momento hemos contribuido.
    Karla Orozco.

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