Declaración de José Revueltas en audiencia a puerta cerrada para notificar la sentencia del proceso 272/68

 


No quiero referirme a lo injusto de esta sentencia. Constituye un verdadero monumento al cinismo y a la desvergüenza de un Poder Judicial que, tarde o temprano será juzgado, a su vez, por una opinión pública y una ciudadanía menos cobardes y menos envilecidas bajo la opresión de la dictadura que padece nuestro país, de lo que están hoy los actuales. Quiero referirme tan solo a la inconsecuencia de la condena que aquí se ha pronunciado. En realidad el señor juez debió sentenciarnos a la pena de muerte. Es de suponer que tal cosa no ha quedado por falta de voluntad ni del señor Presidente de la República ni del señor juez que desempeña el papel de su espolique y palafrenero político. Porque ¿cuál es el objeto penal sobre el que un falso sujeto jurídico, el señor juez, deja caer la sentencia de este proceso? Dicho objeto no es sino la persona, con un apellido y un nombre, sobre la cual recae tal sentencia. Eso somos mis compañeros y yo: una simple persona cada quien. Recae sobre esta persona un cierto número de años que se supone habremos de pasar en la cárcel. Pero usted señor juez, ustedes señores jueces que figuran como tales en este país, sentencian a este objeto judicial, a esta persona, pero no a su espíritu, no a su pensamiento. Contra ese espíritu y ese pensamiento, usted señor juez, no puede nada; usted, señor Presidente de la República, no puede nada ni lo podrá jamás.

¿Quién podrá impedir que sigamos luchando, desde la cárcel, con las armas de la crítica y del pensamiento? En esto es donde reside la inconsecuencia de quienes nos han condenado. No han podido sentenciarnos a muerte, no porque tal pena no esté establecida en el Código, ni porque no esté a su alcance el asesinarnos, como lo demostró el asalto vandálico que sufrimos el primero de enero de este año, sino tan sólo porque no se mata a lo que representamos. Ustedes no pueden matar nuestro cerebro ni tampoco lo invalidan con todos los años de cárcel que nos echan encima. Desde luego que nuestro cerebro no es inmortal ni lo son tampoco las obras que de él han nacido, ni las que nacerán en años venideros. Pero mientras viva y trabaje nuestro cerebro, nuestro pensamiento, ustedes serán impotentes para detener su acción. Mientras viva y trabaje nuestro pensamiento, ustedes, jueces, funcionarios, presidentes dictatoriales, agentes policíacos, delatores, verdugos y demás basura histórica, ustedes y los hijos de ustedes, los hijos de sus hijos y los hijos de éstos, no vivirán en paz. He dicho.

Noviembre de 1970


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