Madruguete y otros dichos en "La sombra del caudillo"

 


                   Por Manuel de J. Jiménez

Ayer participamos en el círculo de lectura del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para conversar sobre La sombra del caudillo. En dicho espacio virtual, tratamos varios temas gracias a la generosa invitación de José Ramón Narváez. Además de los nutridos comentarios de los asistentes, habló Alba Nidia Morín como especialista de la novela del dictador, quien analizó los flujos de poder en la novela. Por su parte, Edgardo Barona, abogado de la Filmoteca de la UNAM, analizó varias escenas de la versión cinematográfica de manera cuidadosa. Durante mi turno, me aproximé a las siguientes reflexiones:

 

Sin duda, La sombra del caudillo es una novela que retrata vívidamente la época de los caudillos y los entrecejos de poder. Como es sabido, los hechos pueden tener inspiración en varios episodios históricos del México contemporáneo, entre ellos, la matanza de Huitzilac. Desde un inicio, en la narración se establece el contraste entre los políticos civiles, abogadiles de letras, y los políticos militares, cuyas pistolas seguirán tronando en el campo de batalla citadino. La obra de Martín Luis Guzmán (1887-1976) puede incorporarse al conjunto de novelas que se conocen como “novela del dictador” latinoamericana, tal cual sugiere la investigadora Adriana Sandoval. De tal suerte que además la obra nos ofrece una suerte de repertorio de frases memorables en sus diálogos para entender los mecanismos pragmáticos de la política mexicana: cómo esta fue construida a la luz del Estado posrevolucionario y cuáles son sus rasgos identitarios que permitieron a la postre la edificación del sistema de partido hegemónico.

Cuando el general Aguirre y Rosario están en el Ajusco en las primeras escenas, él dice: “(…) nuevas leyes, nuevas costumbres. ¡Supondrá usted que para algo trajimos el divorcio los hombres de la Revolución!”. La política engendrada de la Revolución de 1910, como se verá más adelante, tendrá un fuerte sello machista y misógino. En efecto: el divorcio se habilitó primeramente como un instrumento patriarcal en favor de los esposos y poder así repudiar legalmente a las mujeres empoderadas. 

Es interesante también ver cómo se perfila un modo de hacer política en México, donde el “ganar-ganar” será el paradigma de los hombres. Así, Oliver Fernández le dice Axkaná: “¡Agradecimiento! En política nada se agradece, puesto que nada se da. El favor o el servicio que se hacen son siempre los que a uno le convienen. El político, conscientemente, no obra nunca contra su interés”. Más adelante afirma: “En política no hay más guía que el instinto”. El joven Axkaná, aprendiz habilidoso, parece que entiende rápidamente la lección y reconoce después que “En el campo de las relaciones políticas la amistad no figura, no subsiste. Puede hablar, de abajo arriba, conveniencia, adhesión, fidelidad; y de arriba abajo, protección afectuosa o estimación utilitaria. Pero amistad simple, sentimiento afectivo que una de igual a igual, imposible. Esto sólo entre los humildes”. Por su cuenta, el personaje de Axkaná vislumbra los hilos del teatro político: la doble moral, la mala distribución de la riqueza y los “baños de pureza” de la aristocracia capitalina. Le dice a Mijares: “fíjate en la sonrisa de ‘las gentes decentes´. Les falta a tal punto el sentido de ciudadanía, que ni siquiera descubren que es culpa suya, no nuestra, lo que hace que la política mexicana sea lo que es”.

La novela transita entre varias tonalidades del realismo político. Ignacio Aguirre asevera una tesis que haría desmayar a cualquier constitucionalista promedio: “Nos consta a nosotros que en México el sufragio no existe: existe la disputa violenta de los grupos que ambicionan el poder, apoyados a veces por la simpatía pública. Esa es la verdadera Constitución Mexicana”. Vale la pena considerar la frase que quizás sea la que abre un tópico en la cultura política del país. Madrugar como el verbo que se conjuga desde la grilla en Congreso y gubernaturas hasta en los humildes timos en tianguis y mercados. Oliver, en el momento justo cuando la historia da un giro drástico, afirma con un realismo brutal: “El que primero dispara, primero mata. Pues bien, la política de México, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar”. El famoso “madruguete” se había identificado y reconocido en parte gracias a esta novela; no es casual que su versión cinematográfica se mantuviera enlatada por muchos años.

Comentarios

  1. Que mala manera de llevar el divorcio, para repudiar a sus mujeres.
    Gran verdad de que no había amigos en esa área de poder, no agradecer pues no, no se favorecía más que así mismos, buena lectura, muchas gracias.

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  2. Me parece que por desgracia esas ideologías de machismo y aprovechamiento del poder han perdurado e incluso aumentado debido a que en la mayoría de los casos se buscan más un interés propio que el bienestar del prójimo.
    Karla Orozco

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