La Guerra de Castas, una aproximación a partir de “La conjura de Xinum” de don Ermilo Abreu Gómez

 



Por Juan Carlos Abreu y Abreu

Ermilo Abreu Gómez, nació en Mérida, Yucatán, el 18 de septiembre de 1894 y falleció en la Ciudad de México el 14 de julio de 1971; fue un escritor, historiador, periodista, dramaturgo y ensayista mexicano. Su obra literaria es muy variada y abundante, su obra más conocida es Canek (1940), cuya temática es una recreación de un hecho real acaecido en 1761, en la que se ve proyectada la sensibilidad del pueblo maya. Tomamos hoy como pretexto La conjura de Xinum (1958), para hablar de la Guerra de Castas.

 

Ante la situación de pobreza y desigualdad social, los indígenas mayas se sublevaron, en julio de 1847, siendo gobernador de Yucatán Santiago Méndez, su administración se percató de una enorme concentración de indígenas armados y con reservas de alimentos, en la hacienda Culumpich, propiedad de Jacinto Pat, batab (caudillo) maya, a 40 kilómetros de Valladolid.

 

Tras ese descubrimiento, con la intención de sofocar cualquier revuelta, Manuel Antonio Ay, líder maya principal en Chichimilá, fue aprehendido bajo el pretexto de habérsele encontrado una carta en la que se planeaba la insurrección, juzgado sumariamente y ahorcado en la plaza de Santa Ana en Valladolid. En busca de los otros caudillos, la población de Tepich fue incendiada y sus habitantes duramente reprimidos.

 

En respuesta a ello, el 30 de julio de 1847, Cecilio Chi atacó Tepich en el oriente y ordenó la muerte de todos los pobladores blancos. Jacinto Pat se incorporó desde el sur con sus huestes. Así estallaba la guerra que duró poco más de medio siglo y no concluyó oficialmente sino hasta 1901, aun cuando los problemas que la originaron continuarían siendo motivo de inquietud social hasta bien entrado el siglo XX.

 

Al prender la rebelión y al paso de los acontecimientos, los mayas lograron tomar una gran parte de la península. El gobernador Miguel Barbachano, se vio obligado a solicitar apoyo militar al gobierno de México que a la sazón hacía frente a las consecuencias de la intervención norteamericana, conflicto en el cual Yucatán había decidido permanecer neutral -por virtud de un acuerdo entre Santiago Méndez Ibarra y Miguel Barbachano, líderes políticos que, como hemos expuesto ampliamente, estuvieron en pugna la mayor parte del tiempo-. Debe recordarse que en aquellos años Yucatán se encontraba separado de México, por lo que el gobierno del país condicionó su apoyo a la reincorporación de Yucatán a la nación mexicana.

 

El inicio de la Guerra de Castas. Aprovechando la experiencia bélica y las armas que habían acopiado en las continuas batallas que el estado de Yucatán sostuvo con el ejército del gobierno centralista de México, que Antonio López de Santa Anna había enviado para forzar la reunificación de la península a México, guerra en la que los mayas habían sido pieza fundamental para la defensa de la península de Yucatán, planearon el movimiento rebelde tres líderes indígenas: Manuel Antonio Ay, cacique de Chichimilá; Cecilio Chi cacique de Tepich, y Jacinto Pat hacendado y cacique de Tihosuco.

 

Descubierto las maniobras de los levantiscos, Manuel Antonio Ay fue aprehendido, procesado, condenado a muerte y ejecutado en la plaza de Santa Ana de la ciudad de Valladolid, el 26 de julio de 1847.

 

En vista de tales acontecimientos, los otros jefes de la rebelión anticiparon su estallido. Cecilio Chi tomó Tepich, donde dio muerte a todos los vecinos de raza blanca, solo queda uno a salvo, que fue a Tihosuco a dar cuenta del hecho. La guerra había comenzado.

 

El enfrentamiento. El gobierno actuó rápidamente contra los indígenas, sin discriminación alguna: aprehendió y sacrificó a los caciques de Motul, Nolo, Euán, Yaxcucul, Chicxulub, Acanceh y otros sitios, pero las poblaciones del sur y el oriente fueron cayendo en poder de los rebeldes, que dieron muerte a los habitantes e incendiaron los caseríos.

 

El 21 de febrero de 1848, una vez que habían tomado Peto, Valladolid, Izamal y otros 200 pueblos, los indígenas, al mando de José Venancio Pec, asaltaron Bacalar, dando muerte a la mayoría de sus habitantes. Sólo pudieron salvarse quienes en la oscuridad huyeron hacia la Honduras Británica, instalándose en la población de Corozal y en sus vecindades, donde aún permanece un gran núcleo de descendientes de mexicanos.

 

Santiago Méndez, que en ese momento gobernaba Yucatán, fue un político peninsular que ejercía influencia particularmente en Campeche encabezó al grupo que estaba en franco antagonismo con el que encabezaba Miguel Barbachano. Éste que controlaba a los grupos políticos de Mérida, se había auto-exiliado en Cuba renunciando a la gubernatura que más adelante retomaría.

 

Santiago Méndez, utilizando como negociador a Justo Sierra O'Reilly, arriesgó la soberanía yucateca a cambio de apoyo militar, primero ante los Estados Unidos y también con el gobierno de Cuba, el de Jamaica, de España e Inglaterra, pero nadie atendió sus pretensiones. El gobierno de Méndez no pudo controlar la situación y una comisión en Washington hizo un ofrecimiento formal para que Yucatán fuera anexado a Estados Unidos. Al presidente James Knox Polk le agradó la idea y pasó la Yucatan Bill al Congreso estadounidense, pero fue rechazada por éste. Intentó también negociar con una facción de los sublevados, la capitaneada por Cecilio Chi, pero sus emisarios fueron muertos por los rebeldes en Tinum. Agotadas sus opciones, todavía nombró a Miguel Barbachano Comisionado para la paz, tratando de usar su influencia. Pero todo fue inútil. Méndez tuvo que renunciar para dar paso nuevamente a Barbachano.

 

El levantamiento era tan grande, que la población no indígena de Yucatán corría el riesgo de desaparecer. Fue entonces cuando el jefe rebelde, Jacinto Pat, acuartelado en Tzucacab puso condiciones para terminar con la guerra: (i) Que se le reconociera como Jefe Supremo de todos los indígenas de la península; (ii) Que los mayas pudiesen hacer sus siembras de maíz en las tierras baldías, sin pago alguno; y, (iii) Que fuera abolida toda contribución personal de los indígenas.

 

Negociaciones fallidas. El 19 de abril de 1848, cuando sólo le quedaban al gobierno yucateco, algunas poblaciones de la costa y el camino real a Campeche, representantes del otra vez gobernador Miguel Barbachano y del cacique Jacinto Pat, firmaron los Tratados de Tzucacab, según los cuales quedó abolida la contribución personal, reduciendo a 3 reales el derecho de bautismo y a 10 el de casamiento; autorizados los indios a continuar su práctica de roza-tumba y quema de los montes para sus sementeras, a no pagar arrendamiento por sus tierras; dispensados los acreedores de sus deudas y reintegrados todos los fusiles que se les habían requisado.

 

Los artículos 5 y 6 del convenio reconocían que Barbachano y Pat serían gobernadores vitalicios, el primero de los criollos y mestizos, y el otro de los cacicazgos indígenas.

 

Cecilio Chi, sin embargo, que ejercía la jefatura de los mayas del oriente, pugnaba por el exterminio total de los blancos y rechazó el convenio.

 

Continuación de la guerra. La guerra continuó y los rebeldes quedaron dueños de una parte de la península, la oriental. Pero sucedió que, empezadas las lluvias de ese año, en los meses de julio y agosto, los ejércitos mayas dejaron de ejercer presión bélica sobre muchas de las ciudades ocupadas o acosadas. Los mayas regresaban a sembrar sus milpas abandonando la lucha. Las costumbres y los ritos tradicionales podían más que su sed de venganza.

 

Por otro lado el gobierno de México entregó por ese entonces 100 mil pesos al gobierno yucateco y apoyo militar y logístico para ayudar a combatir a los rebeldes. Eso determinó la reincorporación de Yucatán a la nación mexicana el 17 de agosto de 1848.

 

El gobierno yucateco, con renovados bríos y desde luego con el auxilio de tropas de la república mexicana, logró recuperar parte del territorio perdido: las ciudades de Izamal, Tunkás, Ticul, Tekax, Sotuta, Cantamayec y Yaxcabá; así como Tihosuco, Calotmul y Valladolid (Yucatán).

 

La muerte de Marcelo Pat, hijo de Jacinto, también favoreció el debilitamiento de las acciones de los mayas.

 

El 24 de enero de 1850 hubo otro intento de negociar la paz: Florentino Chan y José Venancio Pec, en carta que enviaron desde Chan Santa Cruz, pidieron que los indios retuvieran sus armas, que se les dejaran sus tierras y que al volver a sus pueblos nombraran sus propias autoridades para gobernarse y hacer justicia.

 

El gobierno no aceptó estas condiciones y la guerra continuó con violencia. El 4 de mayo de 1849, fuerzas al mando del Coronel José Dolores Cetina, del Teniente Coronel Isidro González y del mayor Ángel Remigio Rosado habían ocupado Bacalar; pero dos semanas después, un contingente maya encabezado por Jacinto e Isaac Pat, José María Tzuac y Cosme Damián Pech, les puso sitio y las hostigó hasta derrotarlas. La población blanca emigró nuevamente a Corozal.

 

Después surgieron los cruzoob que continuaron la guerra a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX encauzándola desde la región sur-oriental de Yucatán y aprovechando el suministro de armas que lograban de los ingleses que ocupaban el sureste de la península, en la región de Belice. También se ha señalado que el gobierno de Honduras apoyó a los mayas. Estos cruzoob crearon una verdadera nación maya, con ejército y gobierno propio, que mantuvo el estado beligerante en Yucatán hasta que el Tratado Spencer-Mariscal de 1893, entre México e Inglaterra, al propiciar la reducción en el tráfico de armamento, hizo declinar las hostilidades que, sin embargo, no terminaron sino hasta 1901 cuando la tropa federal mexicana tomó definitivamente Chan Santa Cruz.

 

Muerte de los caudillos. Jacinto Pat moriría asesinado a manos de José Venancio Pec, acusado de traicionar al movimiento de emancipación maya. Cecilio Chi fue también asesinado, por su secretario. Mucho más tarde, los líderes del grupo rebelde que se retiró a la selva oriental para luego fundar Chan Santa Cruz que habría de ser el último reducto maya, también cayeron uno a uno, en su mayoría por rencillas e intrigas entre los propios mayas. Fue el caso de Venancio Pec y de Román Pec. Otros más fueron indultados, de acuerdo con una ley expedida en 1849. La guerra, sin embargo, aunque disminuida en intensidad y más localizada en los territorios rebeldes del sureste peninsular, continuó por décadas, muchas veces con características de guerrilla sorda pero latente y patente.

 

¿Fin de la guerra? La ciudad de Bacalar permaneció en poder de los mayas hasta el 22 de enero de 1901, en que fue recuperada por tropas del gobierno federal al mando del vicealmirante Ángel Ortiz Monasterio, mientras el general Ignacio A. Bravo ocupó a su vez Chan Santa Cruz, actualmente Felipe Carrillo Puerto. En ambos casos los soldados no dispararon un solo tiro, porque los indígenas huyeron para internarse en las selvas, donde formaron nuevas aldeas, a menudo cambiadas de lugar, siguiendo la tradición maya de la roza, tumba y quema de la selva yucateca para realizar sus siembras, siempre marginales, siempre de subsistencia.



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