El juez, su psique y su responsabilidad social a partir de Justicia S.A. de Bustillo Oro*

 


Por José Ramón Narváez

Un juez llega a ocupar su cargo a una ciudad de provincia, su esposa constantemente le recrimina su poco éxito profesional, ella es menor por 15 años, pero se siente achacosa y vieja; él le dice que es su culpa, se equivocó pensando que se casaba con un rico. A penas llegando le han dispuesto un coche para llevarlo a la que será su casa, hay un mozo que le asistirá en todo, e incluso una cena lista; todo lo ha enviado el cacique del pueblo para que el juez se encuentre cómodo.

La anterior narración corresponde a una pieza teatral escrita por Juan Bustillo Oro destacado como director de cine, pero con una interesante trayectoria en la dramaturgia, creador del Teatro de Ahora que pretendía ser una propuesta mexicana, dentro de la cual se coloca la obra a la que nos referimos Justicia, S.A. (El que juzga hombres) Interior en dos tiempos y un antecedente, escrito en 1932 y luego publicado en 3 dramas mexicanos, editorial Cenit, Madrid, 1933.

Bustillo Oro tiene otro antecedente a destacar, terminó la carrera de abogado en 1917 pero se recibió hasta 1930 con la tesis: “Bicamarismo mexicano y seudo federación"[1]. Así que sabía de lo que hablaba. Pero volvamos a la historia del licenciado Santos Gálvez y su esposa Lucha, en escena aparece un viejo conocido que jamás acabó la carrera de abogado, pero sigue subsistiendo como puede en la vida judicial, Cesáreo Mendoza:

Vueltas y revueltas. Desde que inicié la carrera de parásito, los códigos y los juzgados no me sueltan… ¡Por más que le hago! Ya ves, hasta sin título, hasta negándome a seguir los estudios, ¡a fuerza a los juzgados! Y aquí me tiene haciéndola de licenciado, recibido de parásito…los licenciados no somos más que parásitos, vivimos de lo ajeno. Yo te aseguro que, si no hubiera robos que proteger con la ley, saldríamos sobrando perfectamente... todos me dan el feo nombre de “licenciado” con que nos hacen pagar nuestras sinvergüenzaditas a todos los del oficio… (p. 201)

El juez contra argumenta: “mi profesión, es más importante y necesaria que muchas otras… Ya ves, yo vengo de juez… La sagrada misión de la justicia” (ídem). El secretario profetiza: “Ya verás que pronto conoce la sagrada misión de la justicia…hablando de plata también tú dirás que ser juez no es más que un modo cualquiera de ser abogado…” (idem).

Acto seguido el secretario explica al juez que el único jefe al que deben responder es a Hilario Salgado, el más poderoso empresario de la ciudad, ellos son sus empleados como los son los obreros de sus fábricas, en este caso “obrero maneja-justicia” le pone la carpeta delante y le dice que atienda por órdenes de dicho señor los asuntos que somete a sus consideración, de nada sirve advertirle que se debe hacer conforme al turno que les corresponda o en el horario laboral adecuado, a don Hilario le urge una respuesta.

En el primer caso Hilario Salgado quiere incriminar al líder de los obreros para que sea condenado a muerte, en el segundo trata de exculpar a su propio hijo acusado de homicidio culposo de una muchacha.

El discurso de Hilario Salgado es impecable:

…necesitamos urgentemente que la justicia sea clara y limpia en esta ciudad; que se ponga un verdadero ejemplo de respeto a la ley. Los que nos hemos consumido trayendo el progreso a este Estado debemos preocuparnos por que en él se cimienten definitivamente las instituciones… Y sobre todas, la justicia. (p. 206)

Después de insistir en que el líder de los obreros secretario del sindicato está acusado de violación de una chica y el Ministerio Público ha pedido la pena de muerte sólo le solicitan su firma para que se ejecute, la sentencia ya está redactada y bien fundada por el secretario, le dice, sólo se le pide firmar antes del amanecer porque la ejecución ya fue programada para tal hora. Le pide que no haga caso a los cuentos de que él pago a testigos falsos y demás manipulaciones del proceso. Al final de marcha dejando una solemne frase: “Imponer una pena es garantizar los altos derechos de nuestra sociedad”. Como podrá anticiparse, Carlos Mora el obrero, es colgado. Comienza el sufrimiento del juez, está convencido de la inocencia del inculpado y ya le han pasado otras dos sentencias contra los hombres más fuertes del sindicato.

El juez entonces se enfrenta a su conciencia ¿es posible eso?, acaso ¿los jueces tienen conciencia? “No sé, –dice a su esposa- pero hay algo absurdo en todo esto. No sabría explicártelo… Pero ya te he dicho que la misma mano se me agarrota cuando pretendo firmar…” (p. 242)

Esa fuerza que impide a la mano moverse, ese malestar que se presenta cuando el cerebro indica a la voluntad que la acción a seguir no es lo más conveniente, a eso se le ha llamado conciencia.

La falta de conciencia produce psicopatía, no es un asunto menor, en México según un estudio de la UNAM podrían existir casi un millón de psicópatas[2], entre el 1% y el 3% de la población somos susceptibles de presentar una alteración de este tipo.

¿Que si me importan los demás? Ésa es una pregunta difícil. Sí, supongo que sí... pero no dejo que mis sentimientos salgan a la superficie... Quiero decir, soy tan cálido y cariñoso como cualquiera, pero admitámoslo, todo el mundo trata de joderte... Tienes que mirar por ti mismo, aparcar tus sentimientos. Digamos que necesitas algo o... alguien se mete contigo... quizá te intenta timar... te encargas del asunto... haces lo que tienes que hacer... ¿Me siento mal si tengo que herir a alguien? Sí, a veces. Pero la mayor parte de las veces es... bueno [risas] ... ¿Cómo te sentiste la última vez que aplastaste a una chinche?[3]

 

Los psicópatas no tienen conciencia, han perdido la capacidad parta sentir empatía.

“Los muertos vienen a llorar a las puertas de sus asesinos” volvemos a “Justicia S.A” El juez recibe la visita de quien mandó a la horca:

¿No puedes firmar las sentencias? ¿Es tan difícil? ¡Firma hombre! La cosa más sencilla… Tu nombre tantas veces escrito por tu propia mano. Ya ni hay que pensarlo, ni dibujarlo siquiera. Una línea. La mano la hace sola. Y después… ¡Más fácil aún! Tú ya no tienes que hacer nada, y los cuerpos de dos hombres jóvenes se levantan en el aíre, mientras sus miembros se retuercen negándose a la muerte… La cuerda es segura y no hay apoyo bajo los pies. Una inocente cuestión de mecánica. Como la firma de tu mano (p. 229).

“Un acto mecánico” le dice el aparecido, la conciencia toma la forma de un alma en pena. El juez tiene dudas: “Soy juez. Tengo que aplicar las disposiciones del código. Y los expedientes están claros… ¡No es mi culpa!” (ídem) in claris non fit interpretatio, rezaba el viejo adagio, pero el juez atormentado por su conciencia tiene dudas, suficientes como para inmovilizarlo, no está considerando las pruebas, los motivos y fundamentos, mucho menos la presunción de inocencia, está pensando en él.

Pero ¿qué puede hacer él, engrane de un sistema? El fantasma arremete;

Tú eres juez… Estás para servir a los que te pagan, a la justicia de ellos, como ellos la han preparado… ¿Renunciar? ¡Imbécil! ¿Acaso crees que, si renuncias y te vas, que, si te decides a la miseria, no saldrán mil abogados, mil hombres dispuestos a tomar tu puesto para vivir y mandar a todos los que les pongan por delante al demonio?

La historia que sigue es brutal, el propio juez acusado por su pasado rememora el abuso que cometió de joven sobre una niña ¿Quién es capaz de juzgar a otros?

El segundo acto se abre con la discusión del juez con su esposa, ella quiere que firme y de ese modo seguir disfrutando del puesto y sus beneficios económicos, el juez sigue atormentándose, el que todo parezca tan claro resulta sospechoso; se trata de corrupción o comodidad, pero en ningún caso de hacer justicia.

Cesáreo Mendoza, el tinterillo corrupto hará su aparición para convencer al juez apelando a su pusilanimidad, egoísmo y avaricia: “¡Pero di si no valen más éstas bellas monedas en que se convierten sangre y grasa!... ¿Cuándo pensaron que su carroña vil y empobrecida por todas las hambres iba a hacerse metal brillante, hermosamente acuñado?” refiriéndose a los infelices falsos culpables.

La máquina de la justicia, donde el juez es un mero operario le repite Mendoza, una alusión que a manera de metáfora había ya realizado Franz Kafka en su famoso relato La Colonia penal¸ en el cual un empleado realiza la función mecánica de oprimir botones para infligir la condena sobre los reos, sin hacer preguntas[4]; en cambio aquí, en Justicia S.A. el juez aún con algo de conciencia le afecta la imagen de la sangre y grasa sobre dicha máquina, la alegoría de la justicia como una máquina que devora seres humanos, que se alimenta de sangre y grasa, que se lubrica con el cebo de los procesados.

En este punto es importante resaltar el binomio teatro y derecho, en la concepción de Bustillo Oro, esta obra debía ser representada con ciertos efectos especiales, era necesaria, por ejemplo, una pantalla blanca donde deambularan los espectros y formas fantasmagóricas que atormentaban al juez, estos aspectos técnicos, son propios de la propuesta denominada “El Teatro de Ahora” que tenía algo de psicoanalítico, mucho de crítica social y un objetivo de generar emociones intensas en el público.

Los asistentes verían con indignación como a las sombras de los reos se les colgaba y ejecutaba; el autor no se ahorra nada, el juez debía tocar en escena los senos de la niña: “(Le coge los brazos, le acaricia los senos, se enciende.)” una escena que seguramente generaría aversión en el público, respecto de un juez que hasta ese momento se presentaba como alguien recto. El propio Bustillo Oro recuerda en sus memorias que se trataba de un teatro que intentaba renovar a las personas a través de un “…espectáculo que forzosamente tenía que remover aquellas amarguras (de la Revolución). Nos sentimos heridos directamente por nuestra patria, y pensamos en emigrar a parajes menos hostiles.”[5] Justo en ese momento se fue a España donde publicó Justicia S.A.. Claramente puede apreciarse el compromiso social de Bustillo Oro, quien quería hacer reflexionar a sus compatriotas. Pronto volvió de España con renovados bríos para seguir haciendo su crítica, pero ahora a través de un medio más eficaz, el cine.

Humo, luces, ruidos, movimientos de cortinas y objetos, apariciones repentinas; todo esto requiere la presentación de la obra, para mostrar una justicia corporativa, poco ocupada de las personas, muy arraigada en la corrupción y la complicidad con el poder económico y político.

Justicia, SA. es una obra sobre la responsabilidad y la integridad do un juez. Siendo Bustillo abogado, logra dar a esta pieza cierta efectividad. Entre los casos jurídicos mencionados sobresale cl del aborto, por su novedad sobre el escenario. En la mejor escena, cl Juez so ve a sí mismo, mediante un subterfugio dramático surrealista, en cl acto de cometer cl mismo delito que juzga en otro, y se observa laborar como obrero en una capitalista Compañía de Justicia Incorporada, manejando una máquina que acuña monedas de oro y que es lubricada con sangre y carne humanas. Esta impresionante escena utiliza muñecos y proyecciones, y tiene ciertas concordancias con Trescientos millones (1932) de Arlt en la forma de llevar cl conflicto a lo onírico; además la utilización de la maquina traga-hombres, verdadero fetichismo dramático quo corporiza el conflicto en un objeto, quo recuerda al altar de Baal de La fiesta del hierro (1940), también de Arlt.[6]

La imagen del derecho es de corte realista y pesimista en esta obra. La ley del más fuerte, postura que no ha sobrado en la historia de la filosofía del derecho como es el caso de Protágoras, Hobbes o Baruch Spinoza[7]. Lo anterior se demuestra con las frases del secretario que intenta convencer al juez: “En la selva todos los animales matan para no morir. Se devoran mutuamente, atacándose, defendiéndose…. Imagínate al león teniendo lástima de los pequeños… ¡Hace mucho que la especie se hubiera extinguido!” (p. 250)

El juez responde que necesita del suficiente egoísmo para no perecer, debe combatir la injusticia social que se cierne sobre él, con más injusticia, porque el capitalismo lo consume todo “Si ellos son unos obreros que dan su trabajo en la fábrica, yo doy mi conciencia, mi mente, mi moral…” (p. 251) y más adelante:

¡Yo simplemente debo obedecer leyes mecánicas o me tiran por inservible!, ¡Serviré!, ¡Voy a demostrarles que sí sirvo!, ¡Qué sé mi oficio!, ¡Qué también me mueve el combustible del dinero con perfección, y qué se deslizarme fácilmente por el código y los expedientes!, ¡Qué tengo egoísmo!, ¡Qué se vivir! (p. 252)  

Ahora el juez ha acallado su conciencia, ha aceptado su destino como operador de la máquina, aún tiembla, son los restos de conciencia que le quedan, el secretario le ha dicho que la máquina de la Justicia produce mucho dinero y algo les salpicará a ellos, es una industria que se alimenta de seres humanos y eso parece afectarle al juez, pero don Hilario lo motiva “Es muy fácil…Los primeros son los difíciles… Pero después…” la frase terminaría con un. Te acostumbras, la conciencia se enquista, el vicio es la ausencia de virtud, por tanto, un hábito malo[8].

La parte final de la obra se torna altamente performativa: Se mira la máquina, algunas cajas de madera, el juez las debe desclavar y sacar de ellas muñecos vestidos como obreros, los muñecos son colocados de modo que quedan entre los actores se oye la voz de don Hilario: “Ahora, cuélgalos a todos con la cuerda… ¡A todos! Y luego, degüéllalos, desángralos… Sácales la grasa… La máquina se está parando ya… ¡Y nunca debe pararse!” (p. 256) La cortina se abre se miran muchas horcas “…hasta perderse en la lejanía”

Seres humanos sobran para ser condenados, todos dispuestos, mansamente dispuestos, el juez tiene una tarea fácil, ciertamente lo difícil era el principio.

La obra ni mandada hacer queda mejor para explicar el Necroderecho como concepto que el infrarrealismo jurídico ha acuñado:  

El necroderecho subsiste como un modus operandi, como una actitud, y como un sistema, el cual tiene al menos tres formas evidentes: una muy elemental que es la complicidad o la banalidad del mal, todos los operadores jurídicos ajustan la pieza inmediata de una gran maquinaria - similar a la de la Colonia Penal kafkiana- cuyos cálculos de subsistencia se basan en daños colaterales, chivos expiatorios, informes de minoría; que en el momento actual parecen demasiado altos en número. Además, se vuelven regulares (Estado de excepción permanente diría Agamben para fraseando a Walter Benjamin) y hacen que ninguna seguridad o contrato sean razonables, cualquiera puede morir para que el sistema subsista, no hay límites porque, paradójicamente, para garantizar las libertades de unos cuantos, hay que violar las de todos los demás [9].

En este contexto la única solución posible es la descomplicidad, un ejercicio crítico a través del cual el juez asuma su responsabilidad y genere los insumos necesarios para evitar el mal.



* Este texto forma parte de un artículo publicado en el libro: Emociones y virtudes en la argumentación jurídica. Consejo de la Judicatura Federal, Instituto de la Judicatura Federal, Escuela Judicial, 2017. Disponible en línea: Libro "Emociones y Virtudes"

[1] De María y Campos, Armando, El Teatro de género dramático en la Revolución Mexicana, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1957 tomo I, p. 246.

[2] Boletín UNAM-DGCS-370 Ciudad Universitaria, México, mayo de 2016, “Al impartir la conferencia Emociones, cerebro y violencia, Feggy Ostrosky, académica de la Facultad de Psicología (FP) de la UNAM detalló que la tristeza, el miedo, la alegría e incluso la agresión son elementos constitutivos de la salud mental. En contraparte, la depresión, fobias, manías y las actitudes violentas son manifestaciones de alteraciones del aspecto referido…”

[3] “Un psicópata que cumple condena por secuestro, violación y extorsión” en: Hare, Robert D. Sin conciencia, Paidós, 2003.

[4] Cfr. Rodríguez, María Graciela, "La inscripción de la ley en los cuerpos: un recorrido por los límites. Foucault, Bourdieu, De Certeau" Revista Culturales 1.2, UABC, Ensenada, 2005.

[5] Bustillo Oro, Juan, Vida cinematográfica, Cineteca Nacional, México p. 82

[6] Schmidhuber, Guillermo, "Díptico sobre el teatro mexicano de los treinta: Bustillo y Magdaleno, Usigli y Villaurrutia." Revista Iberoamericana, no. 55, México, 1989: p. 34

[7] Vid. Fernández, Lelio, "Derecho natural y poder político. Diferencias entre Spinoza y Hobbes." Ideas y Valores no. 38, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1989.

[8] Amaya, Amalia. "Virtudes, argumentación jurídica y ética judicial." Diánoia, vol. 56, no.67, UNAM, México, 2011, pp. 135-142.

[9] Narváez Hernández, José Ramón, #Necroderecho, Editorial Libitum, México, 2017, pp. 27-28.


Comentarios

  1. Este texto de José Ramón Narváez es el primer fragmento de un ensayo dividido en tres partes y sus conclusiones, no obstante, funciona muy bien como pieza única: podría decirse que es la matrioshka más pequeña, aquella que permanece en el centro y a partir de la cual se multiplican las demás, pero que también funciona en su individualidad.

    Me llama la atención que haya sido publicado en una obra colectiva editada por el Consejo de la Judicatura Federal y el Instituto de la Judicatura Federal, a la sazón responsables de la disciplina y formación de los juzgadores: ¿acaso integrantes de la nueva Justicia S. A.? (Claro, ahora se trata de la filial nacional de un corporativo trasnacional, más voraz y ambicioso que la inventada por Bustillo Oro).

    En general, el texto nos hace reflexionar sobre la función del juez y su importancia en la sociedad. Es de destacar cómo Narváez nos cuenta el desarrollo de la conciencia del juez, hasta que por fin este la acalla y se vuelve una parte más del sistema corrupto.

    Tanto la pieza teatral de Bustillo Oro, como el ensayo de Narváez, contribuyen a la discusión sobre la justicia y los jueces que tenemos y cuales son los necesarios en una sociedad como la que tenemos. Esa discusión es indispensable llevarla a la ciudadanía, para que sea esta la que señale los abusos cometidos por las y los juzgadores en nombre de esta Justicia, que debe dejar de ser propiedad privada (S. A.) para convertirse verdaderamente en algo comunitario.

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  2. En su texto José Ramón Narváez ilustra la situación actual del juez en la sociedad, con la obra de Juan Bustillo Oro “Tres dramas mexicanos: los que vuelven masas justicia.” En donde conocemos a un juez que se ve en conflicto con sus preferencias ideológicas.

    En esta historia tenemos al actor principal de esta historia, que es el juez y su objetivo es ser un juez recto y no incriminar al líder de los obreros. Pero tiene al enemigo que lo impide. El enemigo tiene muchas caras, por un lado, está la gran máquina de la justicia, en el que el juez es un mero operario. Por otro lado, está su esposa y su jefe quienes le recuerdan el estatus quo y económico que arriesga perder si no cumple. Y él mismo, quien, por haber cometido un abuso, su pasado lo atormenta.

    A pesar de que el juez quiere ser intérprete fiel de la ley y quiere hacer lo que la ley manda, recordamos que es un actor ideológico. Y comparto la postura con Duncan Kennedy, cuando dice que en cada caso la decisión judicial funciona para asegurar los intereses ideológicos particulares, e intereses generales relacionados con el status quo, social y económico.

    Cabe mencionar que, Narváez nos da una solución: la de complicidad y el ejercicio crítico en la cual el juez asuma su responsabilidad. Y nos ayuda a recordar que tenemos la oportunidad de cambiar la realidad.

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  3. Bustillo era un genio

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