¿El Juez de Rabindranath Tagore o el Tribunal Electrónico de Giovanni Papini?

 


PorAida del Carmen San Vicente Parada

¿Juzgar e impartir justicia debe ser considerado un acto de amor o un silogismo? ¿Debe ser un acto de sensibilidad o un acto producto de la razón? Estas dos posturas se plantean en el Juez del Tagore y en el Tribunal Electrónico de Giovanni Papini; la primera lectura señala que la actividad del juez debe ser un acto de amor, hablando en el sentido del amor benevolente, pues la consideración tanto al delincuente que ha ofendido a la sociedad como a la víctima que ha resentido el daño, debe guiar al juez para impartir justicia. Por su parte el Tribunal electrónico explora los “beneficios” de una justicia inmediata y pragmática, a continuación, abordamos las dos lecturas.

Escribe Tagore:

Di de él cuanto quieras, pero yo sé mejor que tú y que nadie las faltas de mi niño. 
Yo no lo quiero porque es bueno, sino porque es mi hijo. ¿Y cómo has de saber tú el tesoro que él es, tú qué tratas de pesar sus méritos con sus faltas? Cuando yo tengo que castigarlo, es más mío que nunca. Cuando lo hago llorar, mi corazón llora con él. 
Yo solo tengo el derecho de acusarlo y penarlo, porque solamente el que ama puede castigar.

El amor como caridad o el amor benevolente consiste en aspirar a que la bondad prime en las acciones y en rechazar el sufrimiento del otro o bien comparecerse ante el sufrimiento del otro y aspirar a que la víctima encuentre justicia y que el delincuente o quien infringió la norma repare el daño y asuma su responsabilidad cabalmente. El espirit de finesse es el espíritu de finura, de sensibilidad, de cuidado y de ternura, es el amor benevolente que inclina a brindar justicia. El espíritu no sólo piensa y razona. Va más allá porque añade al raciocinio sensibilidad, intuición y capacidad de sentir en profundidad, esta dimensión emotiva se puede lograr a través del principio pro persona que mira de cara a la dignidad de las personas implicadas en el acto, porque son personas y no cosas, con una historia de vida y un contexto determinado que debe ser dilucidado por el juez para impartir justicia.

La experiencia de amar al momento de efectuar cualquier acto ha sido durante muchos años subsumida por la razón, pero hemos olvidado que la capacidad de amar, de acuerdo con la biología es un rasgo de la conciencia ética, que percibe la fragilidad humana, porque conoce la esencia de la humanidad, como una hermandad, como un todo, que se disloca en subjetividades, al momento de individualizar el catálogo de derecho humanos, de acuerdo con las circunstancias del momento histórico. Por consiguiente, la apertura hacia el otro, dispone al reconocimiento de cada uno de los demás, lo que en el lenguaje jurídico se traduce como el reconocimiento universal de sus derechos humanos. 

En contraste Papini escribe: 

Pittsburg, 6 de octubre.
La construcción de máquinas pensantes ha progresado muchísimo durante los últimos años, especialmente en nuestro país, que ostenta ahora el primado de la técnica, así como Italia tuvo en sus tiempos el primado del arte, Francia el de la elegancia, Inglaterra el del comercio y Alemania el de las ciencias militares.
En estos días se realizan en Pittsburg los primeros experimentos para utilizar máquinas en la administración de la justicia. Después de haberse construido cerebros electrónicos matemáticos, dialécticos, estadísticos y sociológicos, ya se ha fabricado en esta ciudad, fruto de dos años de trabajo, el primer aparato mecánico que juzga.
[…] 
El tercer proceso fue más importante y duró algo más. Se trataba de un espía reincidente, que vendió a una potencia extranjera documentos secretos referentes a la seguridad de nuestro país. El interrogatorio, hecho por la máquina mediante señales acústicas y luminosas, duró por espacio de varios minutos. El acusado solicitó ser defendido, y el cerebro mecánico, después de reconocer el buen derecho de la demanda, mediante un disco parlante enumeró las razones que podían alegarse para atenuar la vergonzosa culpa. Se siguió una breve pausa y en seguida otro disco respondió punto por punto, en forma concisa y casi geométrica, a aquellas tentativas de disculpa. 
El asistente consultó a diversas secciones de la máquina, y las respuestas, expresadas inmediata y ordenadamente mediante signos brillantes, fueron desfavorables al acusado. 
Finalmente, después de algunos segundos de silencio opresivo, se iluminó el cuadrante más elevado de toda la máquina: apareció, primeramente, el lúgubre diseño de una calavera, y luego, un poco más abajo, las dos terribles palabras: «silla eléctrica». 
El condenado, un hombre de edad mediana, muy serio, de aspecto profesoral, al ver aquello profirió una blasfemia, y luego cayó hacia atrás contorsionándose como un epiléptico. Aquella blasfemia fue la única palabra genuinamente humana que se oyó en todo el proceso. El traidor fue tendido en una camilla de mano y gimiendo desapareció de la sala silenciosa. 
No tuve voluntad ni fuerza para asistir a otros cuatro procesos que debían ventilarse aquella misma mañana. No me sentía bien, una sensación de náuseas amenazaba hacerme vomitar. ¿Era aquello el efecto de algún manjar indigesto tomado en el desayuno, o tal vez consecuencia del siniestro espectáculo que implicaba aquel nuevo tribunal? 
Regresé al hotel y me tendí en la cama pensando en lo que había visto. He sido siempre favorecedor de los prodigiosos inventos humanos debidos a la ciencia moderna, pero aquella horrible aplicación de la cibernética me confundió y perturbó profundamente. Ver a aquellas criaturas humanas, quizá más infelices que culpables, juzgadas y condenadas por una lúcida y gélida máquina, era cosa que suscitaba en mí una protesta sorda, tal vez primitiva e instintiva, pero a la que no lograba acallar. Las máquinas inventadas y fabricadas por el ingenio de los hombres habían logrado quitar la libertad y la vida a sus progenitores. Un complejo conjunto mecánico, animado únicamente por la corriente eléctrica, pretendía ahora resolver, en virtud de cifras, los misteriosos problemas de las almas humanas. La máquina se convertía en juez del ser viviente; la materia sentenciaba en las cosas del espíritu... Era algo demasiado espantoso, incluso para un hombre entusiasta por el progreso, como yo me jacto de serlo. 
Necesité una dosis de whisky y algunas horas de sueño para recuperar un poco mi serenidad. El tribunal electrónico tiene, sin duda, un mérito: el de ser más rápido que cualquier tribunal constituido por jueces de carne humana.

La pluma de Papini evoca al espirit de géométrie, o sea, al espíritu calculador, pragmático, interesado en la eficacia y en el poder. Pero dónde hay concentración de poder no hay ternura ni amor. Por eso las personas autoritarias son duras y carecen de ternura, a veces de piedad. Pero este es el modo de ser que impera en la modernidad y parece que algunos juzgadores despachan la justicia de esta manera.

El espíritu de geométrica también abreva en leyes injustas, que esperan ser cumplidas por el sólo hecho de haber sido promulgadas por el legislador –quien representa al padre, o sea, a la autoridad- leyes que buscan una obediencia pasiva y que no atienden a las necesidades de la población. No importa que la ley sea buena o mala, lo importante es cumplirla a raja tabla, la validación ética y axiológica de la ley no es tema relevante.

Finalmente, los dos autores se inclinan por una justicia humanizada, sobre todo se percibe con mayor claridad en Papini, quien aboga por una justicia libre de silogismos, inmediatez y pragmatismos que automatizan el trabajo de los juzgadores, amputando su espíritu de fineza; porque el acto de hacer justicia humaniza y redime, no es simplemente aplicar la norma jurídica a la hipótesis. 

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