El derecho a tirar estatuas

 Por Manuel de J. Jiménez

Hace unas semanas se desató un debate sobre la actitud revisionista que debe tomarse en relación con ciertas figuras históricas, particularmente con Cristóbal Colón, representado en el famoso monumento que se encuentra en avenida Reforma. En muchas ciudades han sido retiradas o derrumbadas estatuas de próceres y héroes nacionales que, bajo la moral pública actual, deslucen por ser esclavistas, tiranos u opresores. En redes sociales se anunciaba la eminente caída del otrora Almirante de la Mar Océana. El gobierno de la Ciudad se adelantó y retiró la estatura por motivos de restauración en el momento justo. La Jefa de Gobierno, cautelosa, llamó a la reflexión ciudadana sobre el regreso o no de la efigie colombina.

La pregunta de fondo: ¿hay motivos para repudiar la memoria de Cristóbal Colón? Cierto es que fue un navegante extraordinario, pero como gobernador queda muy mal, sobre todo, con los juicios que llevó a cabo en La Española donde la pena consistía en mutilaciones por igual a españoles colonos e indígenas taínos. La codicia y el favor real era su principal preocupación desde su primer viaje al Nuevo Mundo. Su Diario de a bordo da cuenta de ello entre un testimonio épico y ficcional. Entre sus documentos se encuentra también la carta del 15 de febrero de 1493, dirigida al escribano de ración de los Reyes Católicos, Luis de Santángel, para comunicar el “descubrimiento” de las Indias. En conclusión, Colón confirma a los soberanos la eficacia de su empresa marítima:

(…) pueden ver Sus Altezas que yo les daré oro cuanto hobieren menester con muy poquita ayuda que sus altezas me darán agora: especería y algodón cuanto sus altezas mandaren cargar, y almastiga cuanto mandarán cargar, y de la cual hasta hoy no se han hallado salvo en Grecia y en la isla de Xio, y el Señorío la vende como quiere, y lingnaloe cuanto mandarán cargar, y esclavos cuantos mandarán cargar, e serán de los idólatras; y creo haber hallado ruibarbo y canela, e otras mil cosas.

La riqueza de la Corona está en función de cuánto las altezas deseen cargar rumbo a Europa. Hay «mil cosas»: desde especias hasta seres humanos para acrecentar el patrimonio. Para Colón, al igual que para Ginés de Sepúlveda en la junta de Valladolid de 1551, la idolatría es motivo suficiente para esclavizar a esos nuevos seres de quienes no queda clara aún su humanidad. La reflexión es la siguiente: suponiendo que fueran humanos, aún son idólatras, por ello, deben esclavizarse. Noé Jitrik, en Los dos ejes de la cruz, da cuenta de cómo Colón insinúa en varias ocasiones la utilidad de la esclavitud indígena y su cosificación: “Y si vemos más de cerca, verificaremos que el asombro por la desnudez da lugar a una cosificación al cabo de la cual la esclavitud es intelectualmente necesaria, tanto que parece la condición misma de una incorporación a la cultura”.

Los recién llegados cometieron abusos terribles y sangrientos como narró Bartolomé de las Casas en su famosa Brevísima relación, quien conoció de sobra el Diario del Almirante. Estos horrores contrarios al derecho natural llevaron a los indios a ser por siglos esclavos de facto en el sistema de producción imperial; pero jurídicamente no. Esto para generar algunos derechos y más tributos. Sin embargo, gracias al testamento de la Reina y la bula Sublimis Deus, no prosperó la visión colombina. Así como existió un periodo de esplendor en la literatura española conocido como Siglos de Oro, se puede considerar –como lo advirtió Basave Fernández del Valle− una “escuela iusfilosófica española de los Siglos de Oro”. Pienso que este periodo puede entenderse desde las Leyes de Burgos (1512) hasta la Recapitulación General de la Leyes de Indias (1680), acompañado de los planteamientos teóricos salamantinos más el loable uso alternativo del derecho de Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas y otros religiosos en favor de los indios.

Volviendo al punto. Las estatuas honran una determinada memoria y las esculturas en la calle no son en sí historia pública, sino monumentos que las personas deciden ver cada día. Al caer el imperio romano, se destruyeron muchas esculturas de la ciudad porque un orden simbólico y político había caído. Nacía entonces una prerrogativa: el derecho a tirar esculturas.

Comentarios

  1. Son parte de nuestra historia y nos recuerdan lo bueno y lo malo, para recordar nuestro pasado.
    Gracias

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  2. En mi opinión creo que las estatuas o monumentos forman parte de la cultura e historia de un país o Estados y no deberían quitarse pues mas allá de ser un simple "adorno" tienen la finalidad de recordar dicho acontecimiento, cosa que veces es necesario hacer, pues sin ello olvidariamos quienes somos como nación, cuanto hemos avanzado o retrocedido en el panorama actual y tenderiamos a repetirlo.
    Karla Orozco

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